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Esta vez el ataque fue de risa

Antes de saltar al ruedo el cuarto de la tarde, se exhibió la tablilla del peso, que ponía ¡610 kilos! Quien mandó escribir semejante cosa seguramente lo hizo para poner los pelos de punta al personal, que pensó aparecería el diplodocus. Pero lo que salió por el chiquero fue un animalote feo, que de seis cientos kilos nada, más se acercaba por apariencia a los 510 que decía el programa oficial, y con unos cuernecillos chiquititos vueltos hacia adentro que era una delicia verlo.

Y al personal no se le pusieron los pelos de punta sino que se hartó de reír. Esta vez el ataque no fue en el ruedo y de histeria, sino en el tendido y de risa. Y en plena risa, salió a lucirse ese torero al que, según dicen, tanta rabia tiene la gente en Madrid. La verdad es que se lució mucho. Primero, las cosas por su orden, se lució el toro, que derribó y sus cuernecillos hacia dentro se quedaron un rato enganchados en el peto. El torero, en su turno, dio unos mantazos brillantísimos, que la fiera le correspondió con geniecillo. Le debía tener manía. En el primero todo fue al revés por la parte del animal: menos chicha y mucha cabeza, y desde luego ningún genio. Hubo faena. Vimos unos derechazos corridos, con lo que se quiere significar que empezaban muy bien y al terminar el maestro tenía que correr un poco para recuperar el terreno que se dejaba ganar por el enemigo. Y unos naturales airosos, con lo que se quiere significar que la tela, venteada con brusco ademán, levantaba aire. Vimos también un sartenazo en los inocentes lomos de la fiera. Y vimos, finalmente, ¡oh, inefable candor presidencial!, el pañuelo blanco que regalaba la oreja.

Ayer se celebró la séptima corrida de feria, con cinco toros de El Torero y uno de María Teresa Osborne, para Palomo Linares, Julio Robles y Paco Alcalde

Faenita aseada (con muchos defectos) en el primero. Bajonazo y rueda de peones (oreja protestadísima). No pudo con el geniecillo del cuarto, que era el de Osborne. Dos pinchazos a toro arrancado, bajonazo y descabello (protestas).

Palomo

Aburrido frente a dos pelmas. Toreó bien con el capote, sobre todo en un excelente galleo. En el segundo, bajonazo (ovación y saludos). En el quinto, pinchazo, bajonazo y rueda de peones (silencio).

Julio Robles

Banderilleó mal a sus dos toros. Estuvo pesado en ambos y no supo torear de muleta al sexto, que era el carretón. Mató al tercero de dos pinchazos y estocada tendida (silencio). Al sexto, de bajonazo y descabello (pitos).

Alcalde

Los de «El Torero con poca presencia, aunque lucían espléndidas cabezas, salieron flojos y terminaron borregos. El de Osborne, con una cornamenta intolerable por pequeña y brocha, derribó una vez, prácticamente no se le picó porque no resistía las varas y tuvo algún geniecillo.

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Los aficionados como el bunker manda, es decir, los que lo aplauden todo y si no les gusta a callar, palmoteaban muy contentos durante la vuelta al ruedo, y si no se les oía mucho es porque había pocos. La masa, en cambio, se diría que verde de envidia, pitaba y pitaba. Y es que no sé dónde vamos a llegar. Pero todo se descubre y el fondo de la cuestión es que la crítica, maldita sea, orquesta estas actitudes. Por envidia, naturalmente. ¡De gorrazos les daba yo!

Pero la manía y la envidia no se quedó ahí, se extendió a los otros dos espadas: cada vez les aplaudían menos. Julio Robles intentaba torear a dos pelmas y no se oían más que palmitas. Paco Alcalde tiraba de trapo frente a dos borregos, y ni eso. Pero éste tiene excusa, pues no debía estar repuesto de la emoción producida un rato antes con sus pares de banderillas. ¡Qué dos tercios de banderillas nos dio, Dios mío! ¿Corrió? En mi vida he visto correr tanto, excepto cuando el que corre es Paquirri. Propongo que Alcalde y Paquirri se echen una carrera, a ver qué pasa. La salida sería en la puerta de cuadrillas y la llegada en el burladero de capotes. Al ganador, dos orejas. Y que se fastidien los enemigos de la fiesta, esos que están muertos de envidia; tanto, que cuando sale al ruedo el toro ideal, como eran los de ayer, tan lila cuanto haga falta, se ponen a dar palmas de tango o les entra la risa.

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