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¡Apoteosis Victorino!

Ayer se celebró la cuarta corrida de feria, en la que se lidiaron toros de Victorino Martín, para Joaquín Bernadó, José Fuentes y Miguel Márquez. Fracasaron los dos primeros y Márquez cortó una oreja del tercero. La nobleza del quinto, al que se dio la vuelta al ruedo, resultó excepcional. Los Actorinos, desiguales de presentación, aunque todos tenían respeto, resultaron tres mansos y tres bravos. Los dos últimos entusiasmaron al público y terminada la corrida ,ganadero fue sacado a hombros. El lleno fue de «no hay billetes». Presidió, con altibajos, el señor Mínguez. Envió a Fuentes un aviso con dos minutos retraso.

¡Apoteosis Victorino! Ver a un señor bajito, más bien paleto, a hombros, que saluda con una montera, es todo un espectáculo. Ayer se vio este espectáculo. Victorino Martín -ganadero de Galapagar, abanderado de uno de los más serios movimientos que en estos últimos años se han producido para dignificar la fiesta, que nació .de pie o eso parece, obtuvo ayer uno de los triunfos más resonantes que se recuerdan en la plaza de Las Ventas.El público estuvo con él, lo estaba ya desde el día mismo en que se anunciaron sus toros. Ayer la plaza se, puso a reventar, había un ambiente de máxima gala por todas partes se pronunciaba el nombre de Victorino. Cuando saltó a la arena el primero, que no pasaba de terciado, empezaron los aplausos, y se convirtieron en ovación cerrada nada más derribó un caballo, si bien lo había hecha de latiguillo y porque el jinete marró el puyazo y se desequilibró.

Pero daba lo mismo. Luego, el toro- hizo cosas feas y fue incierto, se arrodilló dos veces incluso; el siguiente, manso, acabó gazapón y peligroso; el tercero, que asimismo derribó, salió manso también y no muy claro. Todos berreaban, escarbaban, buscaban tablas, sembraban el pánico. Pero el público estaba con Victorino: para los toreros, gritos; para los mansos, ovaciones. Y «Victorino, Victorino, Victorino! » Algo increíble.

La corrida iba por la pendiente del fracaso Mayúsculo, porque además no estaba bien presentada, aunque fuera seria. Se diría, por las apariencias , que cada toro era de su padre y su madre. Un ganadero escrupuloso, como presume serlo el galapagareño no puede, venir así a Madrid de saldo, Más la corrida empezaría a arreglarse en en cuanto, que ese: sí fue, bravo y noble. Atrás quedaban sendas broncas; para Bernado y Fuentes y una oreja para Márquez, que había sabido estar decidido y aprovechó medianamente una embestida aceptable por; el, derecho. Con ese cuarto Bernadó no llegó ni a medio camino de su propio arte y se dejó ir el triunfo...

Y llegó el quinto ; un toro que fue de largo a tres encuentros con el caballo, siemre con alegría; que acometió con fijeza total; que puso al público en pie a impulsos de su bravura y su nobleza. Le pegaron a modo, mientras hundía la cabeza bajo el peto, sin abandonarlo nunca. Yen banderillas se comportó con alegría., si bien se dolió, lo cual hay que apuntar en la libreta con tinta roja, no sea que se olvide. Ese buen toro, ese toro de bandera -que lo fue si descontamos ciertos defectillos- le cayó en desgracia a José Fuentes. Lástima me daba ayer José Fuentes. Hay que ser muy torero, hay que tener una clase extraordinaria para poder eclipsar semejante calidad de embestida. El victorino embistió docenas y docenas de veces y Fuentes no se acopló con él nunca, en ningún sitio. En diez minutos de faena, mientras el toro, una vez y otra, por la derecha y por la izquierda, humillaba, seguía la muleta con el hocico por los suelos, pasaba, se colocaba y dejaba colocar, volvía a embestir.

Fuentes no acertó.jamás a parar, templar y mandar; no consiguió encender, aunque fuera, fugaz mente, la llamita del arte. Metió el pico -¡a un toro así, qué barbaridad!-, no lo metió, probó por alto y por bajo ¡nada! Daban ganas de rezar, a ver si el toro, alguna vez, hacía alguna cosilla fea ,para justificar al torero, que cada vez se hundía más en la impotencia y en el fracaso. " ¡Ojalá me embista un toro! " « ¡Pobre de tí si te embiste de verdad un toro! » Es un diálogo clásico en tauromaquia".

El victorino murió con la plaza hecha un delirio, pero la pena es que no tuviera un torero delante. Y fue, a caer en tablas, muy cerquita de toriles, en contradicción a su bravura. Triste fin para aquel espectáculo de asombro. Se le dio la vuelta al ruedo entre aclamaciones, la ovación restallaba ensordecedora."

y el público, todo el público lorista, no quería más toros, tercio de varas, la emoción de la lidia. Este fue, al fin el milagro de los victorinos. Pases de muleta, sí, pero como remate del espectáculo, colofón de todo el argumento que debe tener siempre una corrida. El sexto también acudía de largo al caballo, a veces renunció, Cárdenas le picó de maravilla. Hubo brindis de Márquez al ganadero. Muleteó con coraje pero ahogando la embestida. El toro, desde luego noble, entraba despacio, sin que el espada le diera margen para tomar claramente la muleta; y los pases resultaban inacabados. También Márquez, que estuvo en gran lidiador y que le echó garra a su actuación, se dejó escapar un triunfo resonante.

El ganadero, más bien paletó, se llevó el copo. En las gargantas el grito de «¡Victorino!», Mientras lo llevaban a hombros. La afición salía de la plaza enronquecida y con los ojos haciéndole chiribitas. Verdaderamente esta fiesta, cuando no se la mutila, como hacen casi siempre, es "sencillamente arrebatadora.

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