Brusco deterioro de las relaciones franco-alemanas
«No se trata de una tempestad en un vaso de agua, sino de una crisis muy importante», comentan medios próximos al Gobierno de París, a propósito de la brusca deterioración de las relaciones franco-alemanas. En menos de veinticuatro horas, el presidente de la República, señor Giscard d'Estaing, y el primer ministro, señor Chirac, atacaron frontalmente al canciller Schmidt y a sus declaraciones «irreflexivas contra Francia».
En los medios diplomáticos occidentales no se teme hablar del fin de las relaciones «privilegiadas» de ambos países, que, como es sabido -en París más que en Bonn- se consideraron la piedra angular de la construcción europea. Los hechos: hace tres semanas, en la televisión de Baviera, el canciller Schmidt denunció a Francia como «un país de los que aún no supieron adaptarse a las nuevas necesidades económicas».De paso, culpó de ello esencialmente a Giscard, por no saber desenbarazarse del gaullismo. Inmediatamente, el embajador francés en Bonn intervino, por vía diplomática.
Los medios oficiales franceses, que veían venir la tormenta, aguantaron en espera de un momento oportuno para responder. Ya en Niza, al final de la última cumbre Giscard-Schmidt, el portavoz alemán dejó entrever que la «luna de miel» entre los dos hombres de Estado era historia, y criticó las ideas giscardianas en política interior y exterior. Después vino la salida del franco de la Serpiente Monetafia y, recientemente, el canciller alemán, «contra Francia», y como hombre fuerte de Europa hizo todo lo necesario para imposibilitar, en Luxemburgo una actitud económica común de «los nueve» de la Comunidad Europea.
Por fin, París dijo «basta»: mientras el señor Chirac se «asombraba», el pasado miércoles, de las declaraciones «sin reflexión, por emplear un lenguaje diplomático», del canciller alemán, el presidente de la República se explicaba ante sus conciudadanos en la televisión. En una entrevista sobre la defensa nacional justifico un ejército numeroso en Francia, invocando la potencia del alemán y -no por casualidad- aludió a la «ultima guerra y a los días negros de la ocupación».
¿Por qué esta tempestad, de la que se habla entre bastidores y que ahora se desencadena como una amenaza que recuerda los mejores tiempos del «odio histórico» entre los dos países que bordean el Rhin? Para situar la crisis y su posible gravedad conviene analizarla a partir de tres niveles diferentes, por orden de importancia:
1. El gigantismo económico alemán que, como siempre, recuerda a los franceses «su instinto de dominación». Una cosa es que el Gobierno social-demócrata se sienta débil y otra que el país en su conjunto sea el único que, en Occidente, se lava las mano1 contemplando la crisis.
2. La conducta del señor Schmidt terminó por molestar a París, que ve en el canciller un hombres «arrogante» «distribuidor de lecciones a unos y otros sobre todas las cuestiones». Nadie comprende aquí que no hace mucho se haya permitido comparar al gaullismo con el franquismo y el régimen de Salazar.
3. En cuestión de semanas, los senores Brandt y Schmidt mostraron todo tipo de complacencias hacia los socialistas franceses, a quienes, aún no hace mucho, critiéaban por su coalición con los comunistas.
Sobre este último punto, los comentarios llegan a la irritación ificontrolada por parte de algunos miembros de la mayoría gubernamental. Para ellos no cabe duda; los socialdemócratas alemanes «juegan» a la victoria de la izquierda en Francia y en Italia. En este sentido van las declaraciones del señor Schmid, el pasado día 10, al Time americano, en las que se desdice, respecto a su actitud anterior, al afirmar: «No es necesáriamente una catástrofe la participación de los comunistas en los gobiemos de Europa occidental».
El próximo 5 de julio, en Hamburgo, tendrá lugar la «cumbre» de rutina franco-alemana. Hasta entonces, los trapos sucios de ambos países no esclarecerán el futuro inmediato de Europa occidental. Quizá en julio les será posible restaurar, si no el entendimiento y la confianza, una especie de modo de entenderse.
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