La eterna Maialen Chourraut, plata olímpica en aguas bravas
La vasca, de 38 años, consigue su tercera medalla en unos Juegos después del bronce en 2012 y el oro en 2016 y tras un ciclo muy complicado por las lesiones
Donde más bravas son las aguas, más brava es Maialen Chourraut, que a sus 38 años consiguió este martes su tercera medalla olímpica: una plata maravillosa, bella como el sol en el canal de Kasai. Un canal y circuito complicado, ya no solo por el calor que ha asfixiado a todos en los entrenamientos de las últimas dos semanas, sino por los rulos (obstáculos artificiales) que provocan corrientes a veces incontrolables. Y difíciles de asimilar en dos semanas, el tiempo que han tenido los piragüistas para estudiar cada rincón de la bajada. La pelea se anunciaba complicada debido al nivel de la australiana Jessica Fox y la alemana Ricarda Funk, 27 y 29 años respectivamente, las más rápidas del circuito y un peldaño por encima de las demás en las últimas temporadas. La australiana, finalmente, fue bronce, después de cometer varios errores. El oro se lo llevó Funk. Chourraut en cambio, nunca falla en las situaciones de máxima exigencia. Su casta y clase son infinitas.
Le preguntaron, de hecho, si era consciente de ello y de lo que acababa de hacer. “Consciente de lo que he conseguido igual sí lo soy, pero todavía no me lo creo. No me lo creo”, repetía bajo el sol del atardecer de Tokio, al final de una zona mixta larguísima, en la que Xabi Etxaniz (su entrenador y pareja) le sacaba fotos desde la distancia, mientras ella atendía a una nube de periodistas. “Es una medalla olímpica, pero lo importante es el camino y hoy cuando he hecho la final y he llegado a meta estaba satisfecha conmigo misma. Lo he peleado muchísimo, lo he peleado hasta el último momento y el pelear las cosas, el sacar fuerzas de donde a veces no las hay, el perseguir un sueño, aunque no lo consigas, ya es mucho. Y he empezado a apreciarlo ahora, he necesitado 38 años para apreciarlo”, contó.
“He necesitado llegar hasta Tokio, a unos Juegos que se han atragantado tanto, para apreciar el camino. Y una vez aquí, en Tokio me he sentido liberada. Pero he pasado muchos nervios como siempre en la víspera, con las mismas dudas de siempre. Pero siempre lo intento y creo que eso es muy importante. Porque aprendemos muchísimo intentando las cosas, luego pueden salir o no, pero lo importante es intentarlo”.
El anunciado tifón Nepartak se quedó en unos nubarrones y pequeñas oleadas de lluvia de cinco minutos que apenas dejaron algún que otro charquito. Eran las condiciones que más deseaba Maialen, que en la tormenta se desenvuelve mejor que sus rivales. Pero a las 14.00 (siete de la mañana, hora peninsular española), cuando empezó la semifinal, el sol lucía y calentaba como los días anteriores. Ella llegó pronto al canal, a las 11.30 ya estaba paseando con Xabi alrededor del circuito. Con su mirada de concentración y sus nervios. Los que sufre en la víspera de cada bajada, los que la llevan, como ella misma reconoce, a estar “un poco insoportable”; a que nadie le hable ni se le acerque. Lo saben todos en el equipo y saben que esa es la señal de que Maialen ha entrado en modo competición.
“38 años son muchos años”
Lo sabe de sobra también Xabi que la ve siempre con las mismas dudas antes de cada competición y con los mismos nervios y él es el encargado de templarlos. “Maialen tenía este sueño, las cosas salen muy pocas veces. Pero ha salido este martes, la plata nos sabe mejor que el oro, porque la cuestión no es solo la medalla en sí, sino el trabajo que hay detrás, la constancia que ha habido de Maialen, su perseverancia y sobre todo las elecciones que hemos hecho en nuestra vida para llegar hasta aquí y que ha hecho ella para rendir hasta sus 38 años después de ser campeona olímpica y después de unos años complicados por las lesiones. 38 años son muchos años como para estar lidiando con esto y además llegar aquí con fuerzas y sacar las cosas adelante”, dijo el técnico.
La medalla de este martes llega tras un ciclo olímpico larguísimo, en el que ha sufrido varios problemas físicos (entre ellos mareos a diario durante 12 meses por un vértigo posicional benigno que tardaron en diagnosticarle) y en el que decidió también volver a casa, a su Donosti. En verano del año pasado dejó la Seu d’Urgell y su canal olímpico ―adonde llegó con 23 años― para regresar al País Vasco. Volvió a casa 15 años después. San Sebastián no tiene canal (solo hay uno en España), para los entrenamientos más técnicos se tiene que mover al de Pau (Francia), que está a una hora y media. Ha combinado sesiones allí con otras en los ríos Bidasoa y Urumea.
La idea de volver a casa estaba tomada para después de los Juegos; la pandemia y el aplazamiento hicieron que Chourraut cargara el coche de maletas un año antes. “Cuando se alargó la espera un año más empezamos a tener dudas sobre qué hacer. Varias circunstancias nos hicieron tomar la decisión, pensamos que los entrenamientos allí en Donosti nos valdrían como nuevos estímulos”, cuenta la palista vasca, bronce en Londres 2012 y oro en Río 2016.
Dice que volver a casa, a su familia, le ha supuesto una vuelta a los orígenes. “Al club Atlético de San Sebastián, a la ría de la Concha, al río Bidasoa. Antes de mudarme la Seu en 2009, cuando yo vivía en Donosti no existía todavía el canal de Pau. Ahora sí, lo tengo a dos horas de casa, y ha sido un gran estímulo. Ha sido volver a entrenamientos donde tenía que cambiar cosas para corregir mi navegación y esto me ha enriquecido como piragüista”, analizaba estos días en Tokio, adonde ha viajado, por primera vez, sin su hija Ane (nacida en el anterior ciclo olímpico). A ella van los besos que lanza al aire Chourraut al final de cada bajada. Siempre, desde que era un bebé, Ane viajó a todas las competiciones, nacionales e internacionales, y a Río se desplazó además con Raquel, la cuidadora de confianza. Las restricciones en estos Juegos han hecho que la pequeña se quedara en España con los abuelos.
La liberación
A Maialen le preguntaron el lunes cuál era su objetivo en estos Juegos. “Tengo el sueño de la medalla; es difícil pero al mismo tiempo probable. Prefiero llamarlo sueño, porque el objetivo es una navegación sólida y rápida; cuando termine y repase el vídeo quiero ver a una Maialen que me gusta y de la que sentirme orgullosa”, respondió. Especialmente orgullosa dijo sentirse tras aprender a ver las cosas desde la distancia. El bronce de Londres le escoció tanto que no paró hasta alcanzar el oro en Río. Tres medallas olímpicas en una disciplina tan variable, porque depende mucho del agua, es algo realmente complicado de conseguir.
Así lo explicaba ella: “En cada Juegos llego en diferentes momentos vitales y con diferentes circunstancias de vida. En Pekín 2008 me llevé un varapalo tremendo al quedarme fuera de la final, luché durante cuatro años para llegar a los siguientes Juegos. En Londres fui bronce, una medalla esperada y soñada, pero me escoció y me supo a poco. Al terminar Londres quería ser madre, pero también quería conseguir un oro olímpico. Y ahora que lo veo desde la distancia me siento muy orgullosa de haber conseguido las dos cosas y de ese ciclo olímpico. Conseguí cumplir ese sueño, llegué a Río con mucha presión, lo peleé muchísimo ese oro”.
Un oro que le hizo apagar el móvil durante semanas. Y se quedó con las ganas de tirarlo por el río, ella que, tímida y reservada, huye de los focos, de los compromisos televisivos y publicitarios. Nunca le han gustado porque no le gusta quitar tiempo a su familia y a los entrenamientos. “Curiosamente en este ciclo olímpico me ha pesado mucho esa medalla de oro. Yo normalmente cuando termina una competición, haya sido oro, plata o bronce, la dejo atrás, y esta vez no lo he conseguido. Este ciclo ha sido duro, también por los problemas que tuve. Y sin embargo ahora que estoy aquí, me siento orgullosa del camino recorrido, le doy mucha importancia a lo que he peleado para llegar hasta aquí y siento que no tengo nada que perder, me siento más libre, estoy disfrutando muchísimo”. Y matizaba, eso sí, que sentirse libre no implicaba sentirse llena, porque quería más. Siempre quiere más. Y no para hasta conseguirlo.
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