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SIEMPRE ROBANDO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Kylian busca su sitio

Mbappé, hoy, es uno de esos jugadores en los que confían más sus rivales, volviéndose locos para marcarle, que parte de su afición; más temido por los otros que querido por los suyos

Kylian Mbappé
Kylian Mbappé, durante el encuentro ante el Espanyol.Kiko Huesca (EFE)
Manuel Jabois

Es curiosa la división de opiniones que se percibe en el madridismo sobre Kylian Mbappé, más allá de la minoría que todavía se hace mala sangre por el desplante del francés al Madrid en 2022 (esa minoría, que será cada vez más exigua según Mbappé decida partidos, merece un pequeño análisis: es la minoría que antepone unos principios morales muy rígidos a la pasión por los colores; no pertenezco a esa minoría ni la envidio, pero la respeto profundamente, si bien creo que al tomar decisiones éticas o morales en fútbol, como en la guerra, corremos el riesgo de quedarnos sin ídolos).

Los números dicen que Mbappé lleva cuatro goles en seis partidos de Liga (tres de penalti), uno en un partido de Champions y uno en la final de la Supercopa de Europa. Pero dada la consideración excepcional de Mbappé, los números no llegan: se le reclama impacto en el juego, desatascar partidos, jugadas extraordinarias para alimentar las redes. De estas últimas ha dejado varias sueltas, quizá la más descriptiva en Anoeta: se desembarazó de un rival con una bicicleta y en dos zancadas se presentó casi delante del portero, que atajó un disparo gris. También es una jugada descriptiva de su inicio de temporada: Mbappé remata mucho, y remata mal o flojo o centrado, pero remata. Es un delantero con una capacidad de desmarque extraordinaria, un fabricante de espacios con un físico prodigioso que poco a poco ha ido engrasándose con sus compañeros hasta inventar, como este sábado en el Bernabéu, ocasiones de valor. Más allá de eso, esta jornada dio una asistencia de gol a Vinicius y dejó solo a Endrick frente al portero con un movimiento extraordinario. De espaldas a su marcador, en el primer tiempo (es decir, con el Espanyol marcando ferréamente al Madrid y encerrado en su campo), hizo un par de rupturas impresionantes que lo dejaron solo.

Amigos madridistas, que sospecho conectan con buena parte de la hinchada, insisten en que no: que está desconectado, que no tiene puntería y le están salvando los penaltis, que no defiende. A mí dudar de Mbappé me da pereza: me parece un drama. Mbappé es un botón rojo fascinante que tiene el Madrid parpadeando todo el partido y que a veces se tiene a bien pulsar. Baja a descargar, fija centrales, se descuelga en banda y se desembaraza con facilidad, sin balón, de sus defensas (en el gol contra el Stuttgart su marca ni compite: lo ve arrancar y lo deja ir solo). A veces parece retirarse de los partidos para sacarse de encima, en realidad, la mirada obsesiva de la defensa contraria; otras veces —los primeros partidos sobre todo— simplemente parece jugar atacado por la necesidad, algo que no se ha sacado de encima todavía si uno repara en sus remates ansiosos. De ahí que no hubiese concesiones a Endrick ni a nadie en el penalti: la bestia reclama comida para dejar de tener hambre y poder saciarse a gusto.

Su adaptación, tan distinta a la de Bellingham y tan parecida a la de Zidane, puede parecer exactamente eso: números de momento. Pero con el tiempo su despliegue se hará más asfixiante para los rivales y su presencia en el campo más constante para el Madrid, sobre todo fuera del área. Mbappé, hoy, es uno de esos jugadores en los que confían más sus rivales, volviéndose locos para marcarle, que parte de su afición. Es más temido por los otros que querido por los suyos, mientras el Madrid juguetea con cuatro delanteros tan distintos que no le importa, a día de hoy, si Mbappé marca contra el Espanyol un gol de penalti en lugar de marcar los cuatro que pudo de jugada. Casi siempre está él al final de las cifras, y en algún momento del juego.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.
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