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Siempre Robando
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La estación de las victorias preocupantes

Juega Bellingham y juega el equipo; no pasa el balón por Bellingham, o por quien mejor lo imite, y las luces quieren encenderse solas

Un partido de la primera jornada de la Liga de Campeones que Real Madrid y Vfb Stuttgart
El centrocampista británico del Real Madrid Jude Bellingham (en el centro) con Chris Führich, del Stuttgart, durante el partido de la primera jornada de la Liga de Campeones entre el Real Madrid y el Stuttgart el martes en el estadio Santiago Bernabéu.Kiko Huesca (EFE)
Manuel Jabois

El Madrid tiene más focos que interruptores. Más autores materiales que intelectuales. Eso produce siempre cierto desasosiego: hay muchos Michael Corleone dispuestos a matar a Sollozzo, pero pocos Clemenza que le dejen la pistola en el baño. El principal facilitador, y la comparación con el gordo Clemenza no va por el físico, es Jude Bellingham. Cuanto más pasa el balón por él, mejor juega el Madrid y más desconcertado está el rival. Él solo es un circuito eléctrico, un sistema nervioso. Se despojó de los marcajes pegajosos en el minuto 25 de partido, una jaula roja colocada en su zona de influencia, y el Real sintió que tenía que poner las trompetas en dirección a la portería del Stuttgart, que para entonces ya podía ir dos goles por delante: debía ir dos goles por delante si no fuese porque los dados, en el área del Madrid, caen cada vez menos misteriosamente del lado blanco; si no es Courtois es el palo, la suerte o la vida susurrando cosas.

Juega Bellingham y juega el equipo; no pasa el balón por Bellingham, o por quien mejor lo imite, y los focos quieren encenderse solos. Difícil gestión necesitada de espíritus esa de que las luces se enciendan solas. Pero apareció uno: Kroos. Con la forma de Tchouameni, que soltó un pase perfilado a Rodrygo para dejarlo solo con todo el monte por delante. Iban 20 segundos de la segunda parte y Mbappé estaba solo delante de la portería (y su marca perdiendo metros a cada zancada) tratando de no estar en fuera de juego cuando se la soltase Rodrygo, que apuró tanto que el francés, desequilibrado, remató casi desde el suelo. Carrera primorosa del brasileño, asistencia perfecta y gol. Pero no victoria, no aún al menos: empató merecidamente el Sttutgart, que se volvió a Alemania con una estampita de Courtois, y apareció Rüdiger a desmontar el empate con un cabezazo.

Tiene recursos el Madrid, pero tira de ellos porque el juego no carbura: no hay velocidad de ideas en el centro, hay ofuscación (muchísima) en los últimos pases cerca del área, y hay una profunda irregularidad en el juego con balón y sin balón. El Sttutgart llegó todas las veces que quiso a la portería blanca: parecían estar en un recreo. En un par de jugadas se quedaron solos tantos alemanes contra tan pocos madridistas que parecía que el árbitro había pitado algo. Arriba hay mucha dinamita y pocos cerilleros; abajo se organizan unas pájaras que a veces, con el centro del campo hundido, el equipo se rompe levantando la popa como el Titanic.

Suele ser el verano, y un rato de otoño, la estación de las victorias preocupantes. Esos puntos que se ganan dejando malas sensaciones, extraordinaria expresión. Ganar sin convencer, la filosofía de guardia del Madrid mientras se busca a sí mismo. El equipo no abrocha pero protege su posición en España y Europa. Un interruptor, una mente endiablada e imaginativa, esperó este martes sus pocos minutos para lo que el partido pedía de él: Arda Güler. El Madrid lo necesita sobre el campo fabricando espacios. ¿Y qué me dicen de la jugada absurda de Endrick? Un contragolpe con Vinicius y Mbappé desmarcándose, metros por delante y se te ocurre pegar desde fuera del área un chut tan disparatado, tan loco, tan sinsentido, que el portero (ni siquiera iba colocado el balón, pero sí potente) se lo come. Ya te tiene que importar bien poco todo para acabar así una jugada después de pegarle al aire en tu anterior disparo. Todo o nada, ruleta rusa. “Si falla lo mato”, dijo Courtois. Pues marcó.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.
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