Chimy Ávila: “Tengo fuego dentro”
El delantero de Osasuna, un volcán en el césped, charla con EL PAÍS sobre su humilde origen en una barriada de Rosario y una vida plagada de golpes
Ezequiel Ávila, Chimy (Rosario, Argentina; 29 años), ilustra a un canterano de Osasuna en el gimnasio de Tajonar: “Mirá, la vida es como un saco de boxeo: te van a venir siempre golpes, así que se trata de encajar los menos posibles”. Él los ha recibido de todos los colores, pero dice sentirse afortunado porque, al fin y al cabo, ninguna de esas balas perdidas que solían volar por su barriada le alcanzó. Dios, precisa, le salvó. También ayudó a alejarle de la delincuencia el fútbol, aunque los obstáculos no desaparecieron. Dos gruesas cicatrices recorren de arriba abajo sus rodillas, en el enésimo desafío de una vida cincelada a base de fe. “Se trata de eso, de creer: caer y levantarse, caer y levantarse, caer y levantarse…”, transmite tranquilo bajo el sol de mediodía, antes de la final de Copa que su equipo disputará este sábado frente al Real Madrid. Sobre el césped ya es otra historia: Chimy, el volcán.
P. Qué es más difícil regatear, ¿defensas o balas?
R. Hay defensas que pegan y saben pegar, pero el porcentaje de balas que te pegan y no la cuentas más, como se dice en Argentina, es muy alto. Es más fácil esquivar a un defensa que sabes que viene con la intención que viene; no a hacerte daño, pero sí a pegarte. En el caso de las balas, o te deja alguna secuela o no te salvas.
P. ¿Cuántas ha tenido que sortear?
R. No sé si llamarlo sortear, quizá es más la suerte del destino. En el barrio, en cualquier momento se podía armar una balacera [tiroteo] y más que sortear una bala era a quién le pegaba y a quién no. Me ha tocado estar en muchos tiroteos y enfrentamientos de bandas, y quedar en el medio, pero afortunadamente me salvé, porque Dios siempre me puso el manto sagrado; por desgracia, muchos amigos y compañeros no tuvieron la misma suerte y les tocó.
P. ¿Se considera un privilegiado?
R. Sí, todas las noches y todas las mañanas le doy gracias a Dios por estar donde estoy y por vivir de lo que amo. Más allá de los obstáculos que he tenido siempre me dio la fuerza para superarlos y soy un privilegiado de no ser yo el que esté derramando sangre en el piso.
P. ¿Qué hubiese sido del Chimy sin el fútbol?
R. Le debo mucho al fútbol, a Dios y a mi familia, que siempre estuvo a mi lado para que el tren no descarrilara. Creo que por buen camino no hubiese ido… No sé si estaría preso, si estaría trabajando con mi padre [albañil, hoy día entre ladrillos] o si estaría muerto. Es la ley del barrio.
P. Responde con mucha frialdad. Impresiona…
R. Me toca contarlo y, de alguna manera, lo hago en representación de muchos chicos que ya no están; los que están muertos ya no pueden hacerlo, y los que están detenidos no tienen la oportunidad de hablar. A mí, gracias a Dios, me tocó llevar otra vida y por eso me gusta decirles a los chicos de barrios humildes que piensen mil veces antes de hacer las cosas, porque una vez que se pone el candado en una reja o caes en un cajón, no hay marcha atrás.
P. En sitios así, ¿hay capacidad de elección?
R. No, no la hay. Yo amo a mi barrio y a mi Argentina, pero ahora mismo allí no existen los fundamentos necesarios para revertir la delincuencia y la violencia. No se trata de darles a esos chicos plata gratis, sino de darles trabajo, unos estudios, una salida; no hagas una plaza, haz una escuela; por supuesto que se necesitan plazas para jugar, pero no les van a llevar a ninguna parte y el colegio sí. A veces, los padres de los barrios humildes nos confundimos y pensamos que son los profesores los que aportan la educación, y no es así; la educación está en casa y la aportamos los padres.
Estuve muchas veces en medio, pero me salvé de las balas porque Dios me puso el manto sagrado
P. Empalme Graneros. ¿Qué le viene a la cabeza?
R. ¡Buah! Me veo pateando penaltis a la madrugada, corriendo feliz en la canchita, olor a asado y música. Un barrio feliz al que todavía extraño mucho.
P. La mezcla de esa violencia y esa felicidad choca. ¿Cómo se explica esa relación de afectividad?
R. Ojalá yo pudiera hacer muchas cosas por esa gente, pero a veces a uno le toca hacerlo de lejos. No siempre fueron todo cosas negativas o peligrosas; han sido noches de felicidad, partidos que me marcaron... Y ahora estoy a punto de jugar una final de Copa contra el Real Madrid.
P. Ibrahimovic decía: “Tú puedes salir de Rosengard [su barrio en Suecia], pero Rosengard jamás saldrá de ti”. ¿Es aplicable a usted?
R. Mira [se señala al brazo], se me está poniendo la piel de gallina… Porque yo tengo otra frase muy similar. Siempre digo: ‘Podrás sacar una calle del mundo, pero no al mundo de la calle’. Eso es así. Es bonito hablar del barrio, pero hay que conocer la realidad; sucede con el mío [localizado en Rosario] y con muchos otros de Argentina. Pueden levantar un hospital que desde fuera parece precioso, pero con los cristales polarizados [tintados], y no sabes si dentro hay camillas u oxígeno. Quédate una o dos semanas ahí, y entonces sabrás cuál es la realidad. No entiendo de política ni me gusta hablar de ello, pero defiendo lo mío; llevar una corbata y un traje puede hacerlo cualquiera, pero vivir en determinados barrios no puede hacerlo cualquier persona.
P. No le gusta la política, pero con su discurso demuestra tener conciencia social, ¿no es así?
R. No sé si conciencia, pero soy realista.
P. Cuando juega, sobre el césped, tiene un tic permanente, el de mirar constantemente a su alrededor. ¿Es instintivo?
R. Mire, no le gusta que le nombre, pero voy a hacerlo. El primero que lo descubrió fue mi rehabilitador, Jurdan [Mendigutxia]. Hemos pasado muchas horas juntos y lo percibió. Esté donde esté, me quedo con las cosas y las caras, y estoy mirando en todo momento qué sucede en torno a mí; hablo con usted, pero ahora mismo sé que está pasando alrededor de nosotros y quiénes nos observan. Es algo que me quedó desde pequeño. ¡Parezco un búho!
P. Usted se define con una frase: “Prefiero tener el cuerpo lleno de cicatrices que la piel intacta por cobarde”. ¿Es el lema de su vida?
R. Mire, mi película favorita es Gladiator [protagonizada por Russell Crowe]. Si no tenés cicatrices por intentarlo, no sabés que lo intentaste; si vos querés estar sano, quédese todo el día en casa. Yo prefiero arriesgar, aunque sepa que me voy a golpear. Las cicatrices son de guerreros.
P. ¿Cuántas tienes?
R. En mi caso, más que tatuajes, así que con eso ya se lo digo todo…
P. ¿Cómo consiguió no desencantarse con la vida y tener esa vitalidad?
R. Cuando mis padres se separaron, mi madre dijo: ‘Qué hago, ¿me quedo en casa y nos morimos todos de hambre, o salgo a trabajar y saco esto adelante?’. Ella lo hizo así, y si ella pudo alimentar nueve bocas, ¿cómo no voy a poder yo con una lesión? Si tantas personas se recuperaron de un cáncer o son capaces de convivir con el sida, ¿cómo no voy a poder ir yo hacia delante? Son ejemplos extremos, pero me apoyo en ese tipo de cosas. Hago lo que me gusta y aquello por lo que tanto luchó mi familia, así que cada día me levanto con más ganas.
Siento envidia del Ramadán, te pone en el cuerpo de quien tiene necesidad, pasa hambre y pobreza
P. ¿Qué te inculcaron tus padres?
R. Mi padre siempre me dijo que hay tres cosas que el ser humano puede ganar rápido, pero que a la vez es muy fácil perderlas: el respeto, el cariño hacia la gente y la humildad. Como dice él, el que se olvida de dónde viene no sabe a dónde va. De mi madre tomé la valentía y la pureza, la sinceridad y esas ganas de luchar día tras día. Tengo fuego por dentro.
P. ¿Su padre sigue trabajando en la construcción?
R. Tanto mi hermano [futbolista profesional que juega en Bélgica] como yo queremos ayudarle, pero es independiente y no quiere plata. Dice que, hasta que su cuerpo lo permita, el dinero va a ganarlo él. Ahora tengo el privilegio de que una parte de mi familia esté aquí. El otro día estábamos cenando y después, tomando el mate, le pregunté: Mamá, ¿alguna vez imaginaste que pudiéramos tener tanta comida en la mesa, que nos acostemos sin pensar en que va a venir la policía a casa o que no tengamos un arma debajo de la almohada por si nos entran a robar? Mire [se señala el brazo], se me pone la piel de gallina y lágrimas en los ojos. Todos tenemos en este mundo fecha de caducidad y, quieras o no, los padres más rápido, así que hay que vivir al máximo cada segundo.
P. ¿Cómo se mantienen los pies en la tierra tras haber pasado de la miseria a gestionar tanto dinero?
R. No se me va la cabeza porque aún tengo a algunas hermanas y sobrinas en Argentina y sé de la necesidad que tienen. Me pongo en ese lugar. Aparte, pienso en Abde [compañero en la delantera] y en otros chicos marroquíes y siento envidia de una cosa: el Ramadán. En ese momento se ponen en el cuerpo de la gente que de verdad tiene necesidades y que pasa sed, hambre, pobreza. Si quieres irte algún día a comer a algún restaurante, de acuerdo, pero ya está, todos los días no. No cambio una tarde de sol en casa por nada, el difrutar con mi mujer, con la que estoy desde los 14 años. Algunas personas me dicen: ‘Chimy, podrías tener a la mujer o el coche que quieras’. Pero les digo: ‘Ya, pero ella pasó hambre y ha llorado conmigo’. La honro y la respeto. Aprendí a ser feliz gracias a ella y me ha hecho un hombre mejor. Ahora trato de enseñarles a mis hijas el camino correcto.
P. ¿Le marcó mucho el episodio de su cuñado [al que tirotearon en la calle]?
R. Para mí era como un hijo. Lamentablemente, le arrebataron la vida a él, a su mujer de 20 años y a su hija de uno y medio. Hoy día, la vida de los argentinos no vale nada; pero ojo, no le echo la culpa a nadie. Tuve que convivir con la partida de mis seres queridos y enseguida enlacé con la primera rotura [del cruzado], y luego con la segunda. Pasaron muchas cosas en muy poco tiempo. Pero aquí estoy, siempre hacia delante. Cada vez que termina un partido, lo primero que hago es agarrar el móvil para esperar el mensaje que me mandaba siempre mi cuñadito, poniéndome: ‘Comandante, eres el mejor’. Sigo haciéndolo, pero tengo que aprender a aceptar que ese mensaje ya no llegará más. Guardo las capturas y se las envío a mis allegados.
P. Aquí, en Europa, los índices de delincuencia también están subiendo mucho, pero, ¿son comparables?
R. No creo que llegue a los extremos de Argentina, Colombia, Perú, Venezuela, Bolivia... Allí, a veces es más fácil regalarle a un chico un arma y una moto que otra cosa. No quiero decir que sea culpa del narcotráfico u otras cosas, porque yo conviví con vecinos que acabaron convirtiéndose en grandes narcotraficantes, pero que jamás me dijeron: ‘Chimy, cogé un arma’. Al revés, me decían: ‘Chimy, estemos en la cárcel, la calle o el cielo, nosotros vamos a verte triunfar como jugador’. Tú decides el camino que quieres tomar, y no todo lo que a veces pintan de una forma es así.
P. Crecer en un entorno así, ¿multiplica o resta el miedo?
R. Yo no lo llamaría miedo, sino que aprendes a pensar más las cosas. El ser corajudo, como decimos en Argentina, es parte del ser humano, pero luego depende de cada una cuándo utilizarlo. Yo, después de todo lo que vi, acá no tengo miedo; no tengo que esconderme de nadie ni estar mirando si me secuestran a las hijas en la plaza. Yo solo tengo miedo a defraudar a la gente que está conmigo; a mi madre, mi mujer y mis hijas les he prometido muchas cosas que he ido cumpliendo poco a poco, y las decepcionaría si tirase la toalla y dijese: ‘hasta aquí he llegado’. Yo soy como un boxeador, y siempre les he dicho a los de mi alrededor que a mí no me tiren la toalla; si tengo que caer lo haré, pero el día que cuelgue las botas quiero bajar del ring tranquilo. Me pegaron de hostias, pero resistí y no me rendí nunca.
Yo prefiero arriesgar, aunque me vayan a pegar. Tengo más cicatrices que tatuajes, son de guerreros
P. ¿Cuándo descubrió la fe?
R. Conocí a Dios cuando pasó lo de mi hija [Eleuney, ingresada de gravedad a los 10 días de nacer por una afección respiratoria]. La verdad solo la tiene él, nadie más. En ese momento dije, ¿por qué pedir solo cuando hay un instante de necesidad? Ahí me acerqué mucho a él, y él hizo un milagro con ella.
P. ¿Y hasta qué punto le ayudó en prisión?
R. Allí uno se agarra a la fe, pero si vos estás ahí no es porque Dios quiso, sino porque vos quisiste o porque la vida te planteó esa situación. La verdad es que yo ahí dentro no tuve ningún problema, me llevaba bien con todos. Simplemente le pedía a Dios que me diese un día más de vida y que protegiera a los míos. En realidad, que te llevasen detenido no era un problema porque todos los de mi barrio estaban ahí mismo… [risas]; estaban todos dentro, así que no tenía líos. Todavía tengo muchos amigos en la cárcel, y pido mucho por ellos. Lo decía Jesucristo: ‘Perdónalos, porque no saben lo que hacen’. Y así es. Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad y a revertir el mal que hayamos podido hacer.
P. El año pasado visitó un centro de inserción de menores [Berriztu]. ¿Cómo fue la experiencia con aquellos los chicos?
R. Lo hice porque yo estuve en su lugar, y no tuve una charla así; al revés, cuando tuve que pasar por la experiencia, muchos [chicos] ya estaban planificando hacer otra cosa… Me impactó mucho, porque de los 15 chavales que estaban ahí, unos 11 eran sudamericanos; si había tres de Navarra ya era mucho… Intenté ser sincero y les dije la verdad, que cada uno está ahí porque lo decidió; muchos echan la culpa a las necesidades, pero no es así. ¿Que te falta algo? Sí, pero no lo robes, pídelo. También es cierto que algunos se llevan las manos a la cabeza porque alguien ha robado o matado, pero no se dan cuenta de que antes de hacerlo han ido a pedirles trabajo o ayuda y no se la han dado. No se lo dan porque esa plata que podían darle queda mejor en su bolsillo. Hoy día, la sociedad piensa así, de modo que no podemos juzgar a ese chico que está dentro por un error. ¿Por qué no se juzgan los que no dan trabajo? Cuando salen esos chicos, se les señala por haber sido un presidiario. Dale una oportunidad para que busque el cambio. Aquellos que pasan por la cárcel son los primeros que quieren un cambio, pero si salís y nadie te ayuda, ¿cómo lo haces?
P. Tiene dos hijas, ¿cómo quiere educarlas?
R. Trato de ser más amigo que padre para ganarme su confianza. La verdad es que es muy complicado, pero intento ser fino y llevar las cosas con tranquilidad; intento aparcar a ese Chimy arrebatador…
P. Usted y la tranquilidad, conceptos que no casan, ¿no?
R. Tal cual, pero intento ponerme el traje de padre. Me ven en el campo y me dicen: ¿Por qué te peleas con los del otro equipo? Y yo les digo: ‘Papá no se pelea nunca, dos no lo hacen si uno no quiere’. A veces está mal decir lo que no es, pero a la vez son muy pequeñas. Ellas no quieren irse nunca de Pamplona.
P. Hábleme de las rodillas. Se las rompió en un intervalo de solo siete meses, pero nunca dudó de que volvería. ¿De dónde saca esa fuerza?
R. Se juntaron dos lindos locos, dos personas muy motivadas. Aunque se enoje, tengo que nombrar de nuevo a Jurdan. Fue mi sombra, estuvo día y noche conmigo. Lo quiero mucho. ¡Era el único loco que a las seis de la mañana o a la una, en plena pandemia, me hacía entrenar! Con la primera, me dijo que me recuperaría en seis o siete meses, y yo le dije que a los tres ya estaría pateando a portería. Y así fue. Con la segunda, me operaron y nada más salir del quirófano, por la tarde, ya estaba trabajando con él para reponerme.
P. Su padre y su hermano sufrieron la misma lesión.
R. Así es, y además hay una coincidencia. Mi padre se rompió el cruzado y al recuperarse, se lo rompió mi hermano; justo el día que volvía él, después de 12 meses de baja, reapareció y terminó su partido a las nueve de la noche; nosotros jugábamos contra el Levante en casa y a las nueve y diez me lo rompí yo. Después, volví yo [en un amistoso de pretemporada contra el Eibar] y se rompió mi hermana, que juega al fútbol allá [en Argentina]; vuelve ella, y me rompo yo la otra… Ahora mi padre se ha roto la otra, por jugar en el barrio, y todos lo hemos superado.
No soy navarro, pero tengo el mismo ADN. Me dieron de hostias, pero resistí y no tiraré nunca la toalla
P. Sobre el césped, va siempre al límite. ¿Disfruta pegándose con los rivales?
R. Sí, pero siempre en el buen sentido de la palabra. Me gusta ir al choque, forcejear, lanzarme. Eso sí, si hay una cosa de la que me arrepiento es de aquella entrada a Nico Williams [en enero de 2022, una plancha a la altura de la rodilla que no llegó a alcanzar al rival], porque ese día se me fue la olla y podía haberle hecho daño a un chico que tiene además mucho futuro; de hecho, me dolió la reacción de su propia afición cuando erró un par de goles y eliminamos al Athletic en las semifinales [de la Copa]. Al siguiente fin de semana marcó contra el Espanyol, y yo me alegré. Ver jugar a los Williams me hace feliz, porque a mí me gustaría jugar con mi hermano [Gastón], pero no podemos hacerlo porque acabaríamos peleándonos...
P. Da la sensación de que Osasuna y usted estaban destinados a encontrarse, de alguna manera son lo mismo. ¿Lo ve así?
R. El otro día hablaba precisamente con mi mujer y sobre esto y le dije: ‘Tengo miedo’. Y me dijo: ‘¿Tú con miedo? ¿Por qué?’. Porque presiento que esto es como cuando se rompe una relación de muchos años. Yo tengo una fecha de caducidad acá, porque en algún momento me tendré que ir, y el día que me vaya me va a hacer mucho daño por el cariño que le tomé al club, a los trabajadores y a Navarra. Acá aprendí mucho, con errores y aciertos, pero mucho.
P. ¿Qué es lo que más le ha marcado?
R. Sobre todo, que uno no está muerto cuando pelea.
P. ¿Con qué se queda de los navarros?
R. Por encima de todo, con que en esta tierra han superado muchas cosas que yo no viví, años y años atrás, así que no puedo hablar de ellas. Navarra salió adelante y es muy linda.
P. ¿Cómo quiere que se le recuerde?
R. Me gustaría irme por la puerta grande y que la gente recuerde a ese Comandante que lo daba todo por Osasuna y que hacía goles… o a ese hijoputa que cometía cagadas, pero que también regaló momentos de felicidad. Después de 18 años, vamos a volver a jugar una final. No soy navarro ni vasco, pero tengo el mismo ADN.
P. Y futbolísticamente, ¿qué sello quiere dejar?
R. El de ese loco lindo al que no le importaba nada, que chocaba contra los carteles del campo y contra lo que hiciera falta.
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