Chimy Ávila, golpe a golpe
La rotura del ligamento cruzado que sufre el delantero de Osasuna es el último obstáculo de una vida dramática
Gastón Ávila, jugador del Boca Juniors, se rompió el ligamento cruzado en marzo del año pasado. Después de diez meses de calvario, el viernes regresó a los terrenos de juego. Se mostraba feliz. Ese mismo día, su hermano Luis Ezequiel, más conocido como Chimy, –que viene de chimichurri, el condimento picante de los asados argentinos–, sufría la misma lesión en El Sadar, el coliseo osasunista en el que la afición le venera. Se la hizo él solo, mientras trataba de presionar a un rival. Los tacos de sus botas se encallaron en el césped y toda la rodilla izquierda giró. Las gradas se estremecieron. La familia Ávila no gana para disgustos, aunque eso es algo que nunca les arredró.
Su madre, la Gringa Graciela, es el ejemplo. Se separó de su padre y quedó al cargo de nueve hijos en una de las zonas más deprimidas de Rosario. Chimy encontró su escape en el fútbol, mientras vivía en el barrio de Empalme Graneros, en el que la droga y la delincuencia eran el hábitat natural de todos los chicos. “Soy muy agradecido y al fútbol le debo mucho”, comentaba en una entrevista al diario As. “Por eso no tengo ningún problema en firmar 200 autógrafos o los que haga falta. Gracias al fútbol soy quien soy. Cuando jugaba en mi barrio veía a mi ídolo, Riquelme, en la tele y si yo soy hoy el ídolo de algún chaval, mientras ellos sean felices, yo lo soy. En la sonrisa de cada chico veo la mía de niño”.
Ezequiel Ávila jugaba en el Tiro Federal. "Aunqla vida era tan complicada que en mi barrio de Rosario yo me estaba yendo para la opción A [la delincuencia], que era lo más fácil. La mala vida. Podía acceder a algunos lujos, pero no dormía tranquilo”. El club le denunció por un robo de camisetas en sus instalaciones. La Policía le detuvo. Hizo varias pruebas con diferentes equipos, pero cuando a los 20 años llevaba dos sin jugar al fútbol, porque su equipo no le pagaba, su hija Eluney sufrió una enfermedad respiratoria y se meció entre la vida y la muerte. Sufrió dos paradas cardíacas; Ezequiel rezó junto a su cama cuando pensaba que iba a morir. Iba cada día al hospital, a 30 kilómetros de su casa, en bicicleta, para ahorrar el billete de autobús y comprarle un café a su mujer con ese dinero.
Los padres de los demás niños ingresados en el área de pediatría les preguntaban cuándo iban a comer, pero María, su mujer, y él siempre tenían alguna excusa. “No teníamos dinero para pagarlo”.
Mientras, Chimy recogía cartones, o trabajaba de albañil. Tiraba paredes con una maza de cinco kilos mientras veía por televisión a sus excompañeros. Prefirió ganarse así la vida antes de inclinarse por el lado oscuro: “Estoy orgulloso. Mi papá y mi abuelo trabajaron de lo mismo. En mi barrio, es más fácil que te den una pistola antes que un trabajo”. De aquella experiencia, Ávila guarda agradecimiento eterno al sindicato de futbolistas de Argentina, que le pagó parte de los gastos del hospital, y a su amigo Ariel Galarza. “Cuando le dieron el alta a mi hija, no tenía para pagar lo que quedaba por liquidar, y él lo hizo”, recuerda ahora, a los 25 años.
Luego, San Lorenzo de Almagro le hizo un hueco y comenzó a despuntar. De ahí al Huesca, con el que ascendió a Primera, pese a estar a punto de tirar la toalla: “Rubi me convenció de que podía triunfar”. Luego Osasuna, donde enseguida conectó con la grada: “La afición me estimula, pero más me motiva pensar en el plato de comida de mi hija. Lo dejo todo en el campo porque son los valores que quiero transmitir”.
Cuando estaba en su momento más dulce y se había convertido en una de las referencias atacantes de LaLiga, llegó la gravísima lesión que le mantendrá entre cuatro y seis meses fuera de los terrenos de juego, pero no se rinde: “Hoy comienza un proceso muy importante para mí. Muy duro, pero es un obstáculo más que la vida me pone. Gracias a todos por el apoyo y el cariño. Volveré más fuerte que nunca”.
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