Enrique Martín: “Prefiero no jugar la final de Copa y tener cada día 11 canteranos de Osasuna”
El exjugador y extécnico rojillo, que salvó dos veces al equipo de la Segunda B y lo subió otra, alerta de los peligros del éxito y confiesa que necesitó ayuda psicológica cuando le negaron el fichaje por el Madrid
Resulta imposible pensar en este Osasuna finalista de Copa (sábado 6, 22.00, La1 y Movistar; ante el Madrid) y que no aparezca rápido el nombre de Enrique Martín Monreal (Campanas, Navarra; 67 años), el entrenador que salvó al equipo de dos descensos a Segunda B (1997 y 2015) y que dirigió el ascenso a Primera en 2016 en medio de una grave crisis económica. Si no es el personaje rojillo más determinante de las últimas tres décadas, no andará lejos. Al menos, es el hombre milagro. Sin su mediación como recurso a la desesperada para rescatarlo del fango, nadie sabe qué hubiera ocurrido con el actual Osasuna, modelo de gestión, estadio reformado, requetesalvado hace jornadas y aspirante a su primer título [este martes visita el Camp Nou; 19.30, DAZN; mientras el Madrid va a Anoeta, a las 22.00, Movistar].
Martín habla a borbotones y no esquiva nada. “Yo soy un tío auténtico y natural”, se define. “Fui uno de los futbolistas más discutidos de El Sadar, y también uno de los más aplaudidos”, concede. Disputó 306 partidos con el cuadro navarro (1979-88) y metió 60 goles con un juego “muy anarco”, sin importarle la táctica. En el banquillo osasunista estuvo 170 encuentros, reclamado siempre a última hora, cuando las cosas estaban muy feas. Pero, por encima de todo, lo que ha guiado su discurso es la “obsesión por la cantera”. En este punto, casi todo le parece poco. “Soy excesivamente romántico”, admite.
Pamplona respira hace un mes por el pulmón de la cita copera. Sin embargo, el técnico llega a media mañana a la cafetería de un conocido hotel, pide un café con leche, un bollito, y lo primero que responde cuando se le pregunta por la final es: “Kontuz [cuidado en euskera]”. “A mí me da yuyu. Temo que haya una borrachera de éxito porque, cuando tienes mucho dinero, te puedes confundir. Ahora estamos bien, pero también lo estábamos en la otra final [2005] y cuando llegamos a Europa [semifinalista de la UEFA en 2007]. ¿Y cómo terminó todo? Creo que los ciclos se repiten, pero bueno, disfrutemos el momento”, se arranca La bruja de Campanas con su clásica melena profunda y lacia, ya canosa.
Antepongo la cantera a los resultados y la categoría. Igual choco con mucha gente
De aquella caída al abismo de la Segunda B, Osasuna se salvó en 2015 con él al frente, en Sabadell y con un tanto del canterano Miguel Flaño en el descuento. “Descendió el Racing, que hoy está en Segunda y gracias. Su historia podía haber sido la nuestra”, advierte. Su receta, en los tiempos buenos y malos, es un órdago por la gente de casa y luchar sin miedo en el barro. “Me gustaría que la apuesta por la cantera fuera más radical. Prefiero no jugar la final de Copa y tener cada domingo 11 tíos de Tajonar [su ciudad deportiva]. He llegado a ver una alineación en la que ninguno era de aquí. A mí ese equipo me daba igual. No estoy en contra de la gente de fuera, pero cuatro o cinco que marquen diferencias y luego los de casa, los que te aportan la esencia, el sentimiento de pertenencia. Yo es que antepongo la cantera a los resultados y la categoría. Igual choco con mucha gente”, expone convencido y entusiasta.
La vida de los rojillos, en su opinión, debería discurrir entre Primera y los siete primeros puestos de Segunda. Sin dramatismos. “Estar el quinto por la cola no tendría que generar ninguna frustración. Pero la historia dice que la gente se cansa y ya todo le parece poco. Queremos más y entonces hay que gastar más”, continúa Martín, que también exige un mejor trato salarial para el joven de Tajonar. “¿Por qué el canterano cobra menos? Ahora parece que se va acercando, pero todavía me parece poco. ¿Por qué no puede ser el mejor pagado?”, lamenta.
En sus tres etapas en el banquillo (1993-94, 1996-99 y 2015-17), casi su único leit motive, además de evitar el hundimiento deportivo, fueron, por supuesto, los chicos criados al calor del hogar. “Si un partido lo jugaba con siete, al día siguiente pensaba en hacerlo con ocho”, asegura. Su obsesión, continúa, era inyectarles el “gen de la competitividad”. “Desde que tenían 15 años, mi exigencia era muy alta, incluso excesiva. Reconozco que podía doler, pero quien la superaba, era profesional”, confiesa. Defensor del fútbol de ida y vuelta, la exuberancia física francesa, los centros y los balones largos, lo suyo no era enseñarles táctica y técnica. “Hoy se encorseta demasiado desde la base. El futbolista lo es por su talento, no por el entrenador de turno. Yo les daba unas pautas, pero luego tenían que ser ellos. Se lo decía: ‘si juegas para mí, estás muerto, acabas en la grada”, recuerda orgulloso.
Al jugador le decía: ‘si juegas para mí, estás muerto’
Osasuna fue su único club profesional como jugador, el que lo aupó brevemente a la selección (dos partidos), y su gran amor futbolero; aunque también, según sus palabras, un freno. El Madrid lo quiso en 1982, pero el presidente, Fermín Ezcurra -hombre austero y recto que evitó que el club fuera sociedad anónima-, le negó la salida. “Eso me hizo mucho daño, no todos los días te quiere el Madrid. Es una espina porque habría crecido mucho”, asegura. Los blancos, apunta, ofrecían 100 millones de pesetas por él más tres cesiones.
“Me costó cerrar esa herida y necesité ayuda psicológica, a través de la sofrología y la visualización, para superar mi desidia y frustración. La gente me gritaba de todo en El Sadar, burradas, barbaridades, y llegó un punto en que la única forma de jugar era autoconvencerme de que no había público”, recuerda Martín Monreal, que desde hace años ofrece también servicios de coaching a otros futbolistas. “Me apasiona el tema”, exclama varias veces.
Me hizo mucho daño que Osasuna no me dejara ir al Madrid
Si hubiera cumplido su deseo de marcharse, le habría tocado, eso sí, vivir en la otra orilla (enemiga) los turbulentos Osasuna-Madrid de los ochenta, con lanzamiento de tornillos, un cochinillo trotando en el césped con la camiseta de Juanito y, finalmente, un partido suspendido por incidentes. “El momento social y político era muy tenso, y eso se trasladaba al estadio. Era algo brutal. A nosotros nos ponía a tope. No pensábamos, corríamos. Veías que ellos lo pasaban peor que en ningún otro campo, aunque tampoco perdían el control”, relata.
Aquella fiebre ya bajó, aunque la final de Sevilla volverá a subir las revoluciones. Allí estará Enrique Martín Monreal, el hombre que salvó a Osasuna dos veces del precipicio y lo aupó en otra a la élite.
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