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TENIS | ROLAND GARROS
Columna
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Los paseos sagrados por el Sacré-Coeur

El día antes de la final subía hasta Montmartre y ahora estoy seguro de que ese sigilo, el mismo con el que llega el gran jugador noruego a la cita, no engañará a Rafael

Ruud, durante la semifinal del viernes contra Cilic.
Ruud, durante la semifinal del viernes contra Cilic.Thibault Camus (AP)
Toni Nadal

Una de las cosas que más disfruté de mis años en el circuito al lado de Rafael fue el día intermedio que hay entre partido y partido en los Grand Slam. En los otros torneos, no tienes tiempo de saborear la victoria porque justo cuando acabas el encuentro en el que eres ganador ya debes empezar a pensar en el siguiente que se avecina. Recuerdo que tanto si estaba en Londres, Nueva York, Melbourne como París solía levantarme muy temprano para salir a dar largos paseos por la ciudad que me permitían tanto disfrutar como reflexionar.

Una de mis rutas preferidas en París, el día previo a la final, era subir hasta Montmartre, hoy tan turístico como antes bohemio, y contemplar la ciudad desde la iglesia del Sacré-Coeur. De regreso, mientras veía despertar la ciudad, aprovechaba para rememorar el partido que nos había dado el acceso a la final, consciente de que faltaba el peldaño decisivo para levantar la copa, pero también de que podía permitirme un pequeño alivio y preocuparme más tarde. Ese momento llegaba unas horas después, cuando iniciábamos la ruta en coche que nos trasladaba al club del Roland Garros para hacer el último entrenamiento.

Ahora sí que había que arrinconar la alegría o la resaca que pudieran haber dejado la victoria del día anterior y empezar a pensar en nuestro próximo rival. No sé si a día de hoy los tiempos del equipo de Rafael siguen siendo los mismos, pero seguro que han dedicado un tiempo considerable a analizar las características del juego de Casper Ruud y a intentar descubrir cómo vencerle.

El noruego es un tenista que, a pesar de las pocas estridencias, se ha ido asentando dentro del top 10 y ha pasado a formar parte del elegido pequeño grupo de aspirantes a alzar un trofeo de los grandes. Posee las características propias del jugador de tierra batida, con un juego que se apoya en un drive muy potente y de gran consistencia. Sin duda, atesora una de las mejores derechas del circuito.

Cuando hace unos años Casper se trasladó a Manacor con su padre, Christian Ruud, extenista y su principal entrenador, su juego mostraba algunos puntos débiles, sobre todo en el golpe de revés y en los golpes cerca de la red. Hoy día, a base de trabajo duro y gran perseverancia, se ha convertido en un jugador mucho más completo al que resulta muy difícil encontrar grietas por donde desgastar su juego. Quizás su volea sea su característica menos trabajada.

De las 11 finales que ha disputado, ha ganado ocho y siete de ellas han sido sobre tierra. Este dato es suficiente para que nos demos cuenta de que estamos ante un ganador, un tenista que aguanta la presión en los momentos importantes. Su evidente carácter tranquilo y su capacidad para dominar, o por lo menos, para no dejar aflorar sus nervios lo hacen, además, un oponente muy peligroso para nuestros intereses en la gran final de hoy.

La experiencia está del lado de Rafael y la juventud del lado de Casper. Pero si yo hubiera dado hoy mi último paseo matutino en la bella capital francesa antes de dirigirme con el equipo hacia las instalaciones del Bois de Boulogne, estoy seguro de que no me habría dejado engañar, como seguro que tampoco lo hace Rafael, por el sigilo con el que el gran jugador noruego se ha plantado en su primera final de un grande.

Si mi sobrino quiere anotarse el mismo número que el equipo de fútbol que tanto ama, deberá jugar un partido de alto nivel y defenderse del excelente juego de su rival, un gran tenista que no solo está en lo más alto, sino que allí es donde se va a quedar.

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