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Con 19 grandes, Djokovic redobla su amenaza

El número uno remonta a Tsitsipas tras más de cuatro horas (6-7(6), 2-6, 6-3, 6-2 y 6-4) y festeja su segundo título en París, el segundo ‘major’ del año, para situarse a solo uno de Nadal y Federer

Djokovic eleva la Copa de los Mosqueteros en la Philippe Chatrier de París. En vídeo, declaraciones de Djokovic tras el partido.Vídeo: MARTIN BUREAU / REUTERS / epv
Alejandro Ciriza

Brazos en cruz y dedo índice al cielo, el ilusionista de las mil y una vidas atrapa la recompensa que redondea un plan perfecto. Pese a que Stefanos Tsitsipas se ha revuelto como una mangosta, Novak Djokovic cierra con una volea, celebra la remontada (6-7(6), 2-6, 6-3, 6-2 y 6-4) y saborea su segundo trofeo en París, donde el debate histórico entre él, Rafael Nadal y Roger Federer —55 de los 64 últimos grandes entre los tres— vive un episodio que lo pone todo patas arriba. El serbio, 34 años, eleva su segundo major de la temporada y colecciona ya 19, de modo que figura a un solo peldaño del suizo y el español, con el litigio masculino más comprimido que nunca.

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Paris (France), 13/06/2021.- Stefanos Tsitsipas of Greece in action against Novak Djokovic of Serbia during their final match at the French Open tennis tournament at Roland Garros in Paris, France, 13 June 2021. (Tenis, Abierto, Francia, Grecia) EFE/EPA/IAN LANGSDON
Columna | 'El precio de bajar la guardia', por TONI NADAL

Han transcurrido 4h 11m de final, la cuarta más extensa en el Bois de Boulogne, que no presenciaba una a cinco sets desde 2004; entonces, Gastón Gaudio batió a Guillermo Coria. Le flanquean Björn Borg y Jim Courier, departe en francés y los libros le señalan como el primer tenista en la Era Abierta (desde 1968) que logra reunir los cuatro grandes al menos dos veces; previos al profesionalismo relucen los australianos Rod Laver y Roy Emerson, pero Djokovic, 84 títulos, vuela hacia otra dimensión diferente. Abraza la Copa de los Mosqueteros con mimo mientras Tsitsipas, bravo en la batalla y hundido en el parlamento, le reconoce y dice que volverá. Lo hará.

Pese al cosquilleo lógico que produce pisar por primera vez la final de un grande, doble falta como punto de partida, el griego (22 años) aguanta perfectamente el tipo durante todo el primer parcial. A diferencia de la mayoría de sus compañeros de generación y de las nuevas hornadas de jóvenes, respeta, pero no teme. No puede, no debe. Es el único camino. No le intimida la alargadísima sombra de los tres gigantes, a los que ha tumbado —en más de una ocasión a todos ellos— ofreciendo serios indicios de que un día u otro puede dar el gran golpe.

Volteó a Nadal (35) este año en Melbourne, remontándole dos sets, y tanto Federer (39) —inclinado hace dos cursos en Australia y en las semifinales de un Masters— como Djokovic (34) —Shanghái y Canadá, parajes nada menores— saben perfectamente de sus condiciones. No se arruga Tsitsipas. Valentía por delante.

Salta a la pista sabiendo que entra en un laberinto, y que dar con la llave de salida pasa exclusivamente por mantener la cabeza fría y saber apretar los dientes cuando el fuego apriete. Djokovic camina intimidatorio, negándole cualquier hueco al resto; no le cede un solo punto hasta el octavo turno de servicio, cuando el serbio descubre que la tarde no va a ser especialmente agradable. El sol cae con dureza en la central, sopla un vientecillo que desestabiliza la trayectoria de la bola y al intentar cazar una dejada, Nole se da de bruces contra la arena.

No está cómodo el número uno, que delante encuentra un frontón que repele y escupe la bola con muchísima determinación. Luz roja: con 5-4 y 30-40 se ve obligado a levantar una bola de set. Y aun así, picando piedra encuentra una vía para extraer petróleo, porque al ateniense le puede la precipitación y con una derecha larga habilita la primera rotura; sin embargo, recibe una respuesta fulminante. 6-6. El revés de Tsitsipas, ni un mal ademán ni una sola queja, resiste y conduce hacia el tie-break, en el que el chico, delicioso reverso a una mano, lanza un órdago a la grande.

Aunque Djokovic se pone el traje de escapista y le quita el caramelo de la boca, recortándole un 4-0 de arranque y el 5-2 posterior, a dos puntos de la recompensa, persiste y enfila al balcánico con todo: después de negarle la oportunidad de llevarse el set, con 5-6 adverso, le suelta tres latigazos seguidos y abre el primer interrogante: ¿realidad o espejismo? ¿Tiene cimientos sólidos la afrenta del griego? Así lo demuestra. Todavía más rocoso y con la misma decisión, desborda en el segundo set, cerrando las dos primeras mangas con solo 12 errores y planteando otro Everest para Nole, que venía de escalar al mismísimo Nadal en su fortín de la Chatrier.

¿Qué le ocurre al de Belgrado? ¿Está o no está? ¿Se vació por completo la noche del viernes, hipótesis nada descartable dado el peaje que suele acompañar a la faena de batir al español?

Tsitsipas, durante la final contra Djokovic.
Tsitsipas, durante la final contra Djokovic.ANNE-CHRISTINE POUJOULAT (AFP)

Dos sets abajo, le empujan sus paisanos: “¡Idemo, idemo, idemo!”. Y el tigre despierta porque Djokovic, parezca lo que parezca, siempre está ahí, nunca desiste. Jamás se le debe dar por muerto, por muy ausente que pueda parecer o muy destemplado que se le vea. El eterno trampantojo. Se las sabe todas, Nole. Se oye desde la grada un “¡vamos, Rafa!” que tiene un efecto contraproducente al pretendido por el autor del grito; no hay mejor acicate para el serbio que recordarle hacia dónde va, qué persigue. Entonces, su juego se multiplica y recupera el color, toda su expresión. Pero de manera controlada.

No hay aspavientos ni signos de sobreexcitación, no hacia afuera. Pelotea de modo robótico, dicta, abre con el revés y va desplegando sus cartas. Se viene Djokovic, entra en trance. Acosa y acosa en el cuarto juego del tercer parcial, en el que Tsitsipas aguanta cuatro empellones, que no el quinto. Y el break, para 3-1, tiene un efecto desestabilizador, catártico para el balcánico. A partir de ahí, navega a placer y al griego empieza a pesarle demasiado el duelo y le duelen las lumbares, extenuante exigencia la de seguir ese ritmo militar, esa zozobra permanente. Es la impronta de la vieja guardia: competir al límite, de la primera a la última pelota. Sin tregua.

El ejercicio mental para el griego es tremendo. Dos sets iguales ya, Djokovic le roe como si fuera un ejército de termitas y la grada se pronuncia intentando reanimarle, y él resiste a los embates hasta que su coraza (rotura para 2-1) termina saltando por los aires. El número uno, un Maquiavelo de la raqueta, ha guiado el partido exactamente hacia donde le interesaba, a esa falsa ilusión que tantos y tantos éxitos le ha reportado. El aspirante guerrea hasta el final con dignidad y cabeza dura, pero no hay marcha atrás: por segunda vez, cinco años después, Djokovic festeja en París, completando una jugada maestra y aplicando otro brusco giro a la historia. Son ya 19 para él.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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