_
_
_
_
_

“El único legado que me ha dejado el Mundial ha sido un hijo en un ataúd”

En 2016, Vânia Maria perdió a su hijo, asesinado por el entrenador que le acosaba. El autor confeso del crimen todavía no ha sido juzgado, y las promesas para proteger a los menores en el fútbol han acabado en el olvido

Vânia Maria sostiene una foto de su hijo Denílson en São Lourenço da Mata.
Vânia Maria sostiene una foto de su hijo Denílson en São Lourenço da Mata. Rafael Martins

Hace seis años, un estadio moderno, que costó casi 650 millones de reales [algo más de 158 millones de dólares], se incorporó al paisaje de São Lourenço da Mata, en la zona metropolitana de Recife (este de Brasil), una de las sedes de la Copa del Mundo de 2014. Hace tres años y medio, a ocho kilómetros del estadio, Denílson, de 13 años, el hijo pequeño de la cocinera Vânia Maria da Silva, acabó brutalmente asesinado tras querer zafarse de los intentos de abuso sexual de su entrenador de fútbol. “El único legado que me ha dejado el Mundial ha sido un hijo en un ataúd”. La correlación entre la muerte del muchacho y el megaevento deportivo tiene su explicación en la sucesión de omisiones, promesas no cumplidas e ilusiones vendidas que ayudan a explicar la indignación de una madre en busca de justicia. El mismo año en que Brasil fue sede del Mundial, se firmó un pacto para prevenir atrocidades como la que devastó a la familia de Vânia. José Maria Marin, el por entonces presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) —hoy en una prisión de Nueva York por corrupción— firmó un documento en el que la entidad se comprometía con el Parlamento a adoptar 10 medidas para combatir el abuso sexual y el tráfico de menores en clubs y escuelas de fútbol.

Sin embargo, pasados más de cinco años de aquel acuerdo, los jugadores de las categorías inferiores siguen sufriendo agresiones sexuales, y buena parte de los términos previstos en el pacto aún no se han concretado. La confederación hizo caso omiso a las principales medidas recomendadas por la comisión parlamentaria que investigó la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes. 

El estadio construido para el Mundial no dejó como herencia lo que se esperaba. São Lourenço da Mata fue la sede más pobre del torneo, con 0,65 puntos de Índice de Desarrollo Humano (IDH). Dicho municipio es uno de los cinco más violentos del Estado de Pernambuco, con casi 40 homicidios por 100.000 habitantes al año. Al no haberse concluido ni la mitad del plan de urbanización y proyección económica prometido para la región, los barrios aledaños al estadio y desfavorecidos, como el de Muribara, donde reside Vânia, se han convertido en un anzuelo para acosadores. Los vecinos cuentan que se hacen pasar por ojeadores que ofrecen, además de botas, dinero y acceso a las pruebas en grandes clubs, entradas para ir a ver partidos con el objetivo de ganarse la confianza de los chavales.

Esa fue la promesa que José Luciano do Nascimento le hizo a Denílson Antônio Teixeira da Silva para convencerle de que entrara en su equipo de fútbol. El chico, que jugaba de portero, soñaba con defender los colores del Sport Club do Recife, como Magrão, su ídolo. El 9 de marzo de 2016, el técnico había quedado con Denílson para, tal como le prometió, darle un par de botas y una equipación. Vânia, preocupada al ver que su hijo tardaba, le llamó al móvil. Atendió la llamada llorando: “¡Socorro, mami!”, gritó antes de que se cortara.

Más información
Nadie pide cuentas a Robinho en Brasil por la violación
Hope Solo acusa de abuso sexual a Joseph Blatter
Una denuncia por abusos sexuales sacude la más famosa cantera del fútbol brasileño

Al día siguiente, la policía halló el cuerpo del muchacho a orillas de un riachuelo, en una zona rural de São Lourenço da Mata. Tenía signos de haber recibido puñetazos, patadas y golpes en la cabeza, pero se confirmó que murió por ahogamiento. Después de la paliza, José Luciano y Edílson Batista Barbosa, Deda, —quien habría ayudado al entrenador a cometer los abusos— arrojaron el cuerpo de Denílson al agua. Ambos fueron detenidos y posteriormente investigados por el asesinato. En 2007, nueve años antes de la muerte de Denílson, José Luciano ya había sido condenado a 12 años de prisión por “violación de vulnerable” (cargo que se aplica cuando la víctima tiene menos de 14 años o alguna discapacidad intelectual) en Mato Grosso. Tras cumplir cuatro años de condena quedó en libertad y se mudó a Pernambuco.

Según Vânia, el entrenador trabajaba de voluntario en la escuela municipal donde estudiaba su hijo. Es más, fue allí donde le habría propuesto a Denílson que jugara en su equipo. “Un hombre condenado, que ya había abusado de un niño, trabajaba rodeado de críos aquí, en São Lourenço, como si nada. Y nunca nadie investigó su pasado”, dice la madre. El ayuntamiento de la ciudad informó que José Luciano no tenía ningún vínculo con la Secretaría de Educación y que nunca dio clases en el colegio.

Mientras que Deda fue puesto en libertad a la espera de que se celebre el juicio, José Luciano, al haberse declarado culpable, sigue encarcelado. Un día, en los juzgados de São Lourenço da Mata, Vânia estuvo frente al asesino de su hijo. Demostrando frialdad, José Luciano do Nascimento le dijo a Vânia que cometió el crimen por haberse “enamorado de Denílson y no ser correspondido”. El proceso se encuentra en fase final de instrucción, pero aún no hay una fecha prevista para que los encausados se enfrenten al jurado popular.

La semana pasada, Vânia estuvo en Brasilia para recibir un homenaje promovido por la Comisión del Deporte, en la Cámara de Diputados, quien propone que se celebre el Día Nacional de Combate a la Violencia en el Deporte el 9 de marzo, día de la muerte de Denílson. El autor del proyecto de ley, el diputado Roberto Alves afirma que la fecha puede cambiarse al 16 de octubre, día del cumpleaños del chico. “Para que los brasileños nunca olviden el nombre y la historia de Denílson”, expuso el parlamentario.

Vânia, que sigue reclamando que se haga justicia, teme que otros sueños acaben sucumbiendo a los abusadores. Y que otras madres lloren por un “nuevo Denílson”. “Decían que São Lourenço da Mata era la ciudad del Mundial, pero, para mí, es la ciudad que no cuida de sus niños. Nadie sabe l0 qué es el dolor de una madre que pierde un hijo. Espero que ninguna familia más pase por esta tristeza”.

Secuencia de pérdidas y saudade

Los sábados, Vânia no tenía que levantarse tan temprano como de costumbre para hacer el desayuno, era Denílson el que se empeñaba en prepararlo y llevárselo a la cama. También la ayudaba en la cocina. Era muy pequeño cuando su madre se separó de su padre y se encargó ella sola de criarlo y de mantener la casa. En la pequeña habitación donde dormía Denílson, la cocinera se frota el rostro con las manos frente a las medallas de su hijo colgadas en la pared. Es a ese rincón de la casa al que acude todas las noches cuando lo echa en falta. El vacío de la habitación hace añicos el corazón de la familia. El abuelo de Vânia falleció un día después del entierro de Denílson. “Fue de tanto disgusto”, cuenta. “Estábamos muy apegados al chico”.

Tras la pérdida de su hijo, las tragedias personales se volvieron una rutina. Vânia entró en depresión, puso en venta toda la cocina que había montado en casa, dejó de trabajar y se rebeló contra la vida. Sentía unas punzadas en el pecho que le causaban dolor. “Mis órganos se removieron por dentro. Parecía que había dos seres vivos dentro de mí”. Dejó de ir a las fiestas del barrio para no tener que pasar por la cuesta en la que vieron a Denílson por última vez con su entrenador. Acude a terapia para recuperarse del trauma y, este año, cuando parecía que daba señales de mejora, volvió a sufrir otros dos reveses.

Su exmarido, albañil, murió sepultado por una cisterna que se desmoronó sobre su cabeza durante una reforma. Al cabo de un mes, su hermano no superó un infarto que sufrió delante de ella. “No está siendo fácil. Pero no hay sufrimiento que se compare a la muerte de un hijo”. La indignación de cruzarse con Deda por las calles del barrio la anima a no escatimar esfuerzos para que se acabe haciendo justicia, al igual que su nieta de dos años, que la ha ayudado a ocupar el vacío dejado por la pérdida de Denílson. “¿Quién sabe si no termina jugando al fútbol ella también? No puedo tener miedo. Tengo que demostrar que la muerte de su tío no fue en vano”.

Vânia se levanta de madrugada todos los días y viaja casi dos horas en autobús para ir a trabajar a Recife. Ni siquiera el trajín cotidiano de una cocina le hace olvidarse de la sonrisa con la que Denílson se despedía de ella cuando se iba a jugar al fútbol. En su camino para impedir que el asesinato caiga en el olvido, exige a las autoridades que no haya impunidad para los abusadores, especialmente para los reincidentes como José Luciano, además del cumplimiento de las promesas desatendidas tras el Mundial. “Creía que el fútbol era una diversión para los niños; pero, en realidad, es una amenaza. Estoy segura de que la muerte de mi hijo se podía haber evitado. Lo único que me queda es luchar para que, al menos, sirva de lección”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_