Un ‘solo integral’ de ida y vuelta en una pared de 1.500 metros en la Patagonia
El estadounidense Jim Reynolds escala y desescala sin cuerda el muro de granito de la ruta Afanassieff al Fitz Roy
De pronto, todos se preguntan quién es este nuevo extraterrestre, Jim Reynolds, ahora que medio mundo, gala de los Oscar mediante, sigue temblando cada vez que recuerda los planos del documental Free Solo: Alex Honnold escalando por vez primera sin cuerda los 1.000 metros de la pared del Capitán, Yosemite (Estados Unidos). Reynolds, californiano de 25 años, firmó el pasado 21 de marzo uno de los solo integrales más improbables y comprometidos que cabía imaginar: los 1.500 metros de granito de la ruta Afanassieff al Fitz Roy (3.359 metros), uno de los templos del alpinismo en la Patagonia argentina, país donde recibe el nombre de cerro Chaltén. Las comparaciones, tan odiosas como inevitables, hablan ya de un ejercicio mayor, de una vuelta de tuerca en un prueba tan inusual como controvertida: Reynolds no solo escaló la vía sin cuerda, sino que descendió de la cima ¡desescalando! la misma ruta. En el Capitán, una vez en la cima, los escaladores caminan de regreso al valle. En el Fitz Roy, se rapela. Y no se sabe de nadie que haya destrepado el Fitz.
Dean Potter, también estadounidense, escaló sin cuerda la Supercanaleta al Fitz en 2002, pero usó una cuerda para rapelar después. ¿Pueden compararse las hazañas de Honnold con esta de Reynolds? No hace falta. Algunos recordarán que la vía Freerider escogida por Honnold para escalar sin cuerda el Capitán tenía altas dificultades técnicas (7 c en la escala francesa de graduación de la dificultad), mientras que la Afanassieff ronda el 6 b, lo que explica que alguien en estado de gracia pueda plantearse desescalar lo escalado. Pero el reto del Fitz Roy es un reto de alta montaña, en un lugar famoso por su espantosa climatología, sus caprichosos cambios de tiempo, su aislamiento, la ausencia de helicópteros de rescate, es decir, un lugar donde el compromiso siempre se escribe en mayúsculas, un lugar de roca pero también de nieve y hielo. En Yosemite, tras hacer historia, Alex Honnold regresó silbando hasta su furgoneta y pasó buena parte de la tarde ejercitando la fuerza de sus dedos en un panel adherido a su furgoneta vivienda. Desde la base del Fitz, se tardan horas en alcanzar el primer lugar habitado, el pueblo de El Chaltén.
El ejercicio de Reynolds supone una aventura inconmensurable. Para escalar y desescalar los 1.500 metros de la ruta, Reynolds invirtió 15 horas y media de concentración, tensión e incertidumbre: ni siquiera conocía la vía. La incertidumbre aniquila los nervios de los alpinistas, pero también enciende el motor de toda aventura. Si uno no conoce la ruta, debe improvisar, negociar con roca mojada, roca mediocre y, sobre todo, no perderse. Si guiarse por una pared de estas características durante el ascenso es complicado, hacerlo hacia abajo es casi impensable. Pero la imaginación y la osadía siempre han sido la gasolina de los alpinistas. Para guiarse durante el descenso, Reynolds empleó el magnesio con el que se impregnan las manos los escaladores para no sudar. Así, marcaba los agarres con esta tiza blanca improvisada para verlos mientras descendía.
Carolina Codó es alpinista y la médico de El Chaltén. En 2016 invirtió tres días y medio en escalar la Afanassieff al Fitz. “Escalamos con cuerda, obvio, y vivaqueamos tres veces. La ruta no es muy difícil, pero es terriblemente larga y tiene muchos largos de placa, secciones lisas con agarres pequeños… no me entra en la cabeza que eso pueda ser desescalado”, alucina. Codó creó el equipo de rescate de El Chaltén, nutrido de voluntarios locales y de escaladores de paso. “Jim nos ayudó mucho el pasado febrero con el rescate de un japonés accidentado. Es miembro del equipo de rescate del valle de Yosemite y su ayuda fue muy apreciada”, apunta. “No le conocíamos porque era su primera experiencia en la Patagonia, y no imaginábamos lo fuerte que podía ser”. Hay alpinistas que tardan años en entender cómo se escala en la Patagonia, los entresijos de las aproximaciones y la logística, la forma de aprovechar las ventanas de buen tiempo. Reynolds declaró a National Geographic que necesitó tres meses para sentirse cómodo en el lugar. De hecho, a modo de calentamiento, llegó a escalar y destrepar igualmente las agujas Rafael Juárez y St. Exupéry.
El día en el Fitz acabó en plena oscuridad, alterada tan solo por la luz de su lámpara frontal, con la que buscaba desesperadamente dónde colocar un pie, después el otro, una mano, la otra, descender, vivir. La eterna paradoja: dejar una vida en suspenso a merced de la fuerza de los dedos y pelear con todo lo demás para seguir vivo. “Deseaba vivir porque hay más cosas en mi vida al margen de la escalada, pero no quiero que el miedo arruine mi amor por la escalada”, diría Reynolds también en National Geographic. El alpinismo siempre ha celebrado más a los valientes que a los fuertes.
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