El Madrid, como los visitantes del Bernabéu
El lamento de Casemiro es terrorífico: “Dos errores y nos marcaron dos goles”
Tuve que dejar el Levante-Real Madrid en el descanso, con 0-1. La segunda parte la vi después de los Goya ya sabiendo, por el WhatsApp de un examigo, que el partido había acabado en empate. El mensaje, eso sí, no especificaba el resultado. Así que cuando Isco marcó el 1-2, a falta de nueve minutos, me tuvieron que sujetar para no estampar la televisión contra la ventana. Grité “¡vergüenza, vergüenza!” mientras vecinos aterrorizados llamaban a la puerta tratando de saber el grado de locura de un madridista que maldice un gol de su equipo a las tres de la madrugada. Pero ése es el resumen del Madrid 17/18: que sus propios goles sean recibidos con espanto.
El final del partido lo pasé preguntando en alto “¿fuiste tú?” a cada madridista que tenía el balón: “Uno de vosotros me traicionará”. La ventaja de saber que tu equipo va a recibir un gol es que tienes tiempo para preparar psicológicamente el palo. Sentí entonces lo que mi madre cuando me despedía los sábados por la noche con tantos consejos y proclamas: era porque ella también sabía el resultado.
Lo que ocurrió fue que en los últimos cinco minutos, todos los balones divididos se los llevaron los contrarios. Un balón dividido es la jugada más simple del fútbol: se lo lleva el que mete el pie más fuerte y el que tiene menos miedo. El Madrid no fue más fuerte y tuvo más miedo que el Levante. El Madrid tuvo más ocasiones, jugó mejor y mereció ganar. Pero a la hora de la verdad, cuando importaba todo, no tuvo fuerzas o no le dio la gana de tenerlas.
Y esa es la historia del Madrid esta temporada: cuando tiene todo preparado, se abstiene. Por eso Girona, Betis o Leganés; por eso en la primera parte del Clásico estuvo por encima del Barcelona y en la segunda se deshizo al primer soplido. Porque hay una estructura defensiva que se derrumba sola desde el primer delantero. En diferido se observa mejor: marcas que cambian sobre la marcha, ausencias inexplicables en banda, basculaciones defensivas improvisadas.
No, el Madrid no jugó mal. Fue peor: se exhibió en el Ciutat de València como esos equipos que visitan el Bernabéu con un juego suelto en ataque, a los que cuesta horrores marcar gol y que, cuando retroceden, son blanditos y agradecidos. No sólo lo son: dan esa sensación. Por eso el lamento de Casemiro es terrorífico: “Dos errores y nos marcaron dos goles”. O sea que para empatar con el campeón de Europa al Levante le bastó la pegada. Afortunadamente, el PSG de eso no tiene.
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