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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Lo mejor y lo peor de Sudáfrica

Pistorius muestra a Mandela las medallas de oro que logró en los Paralímpicos de Pekín, en 2008.
Pistorius muestra a Mandela las medallas de oro que logró en los Paralímpicos de Pekín, en 2008. AP

Aunque Oscar Pistorius se salve de la condena de cadena perpetua obligatoria en Sudáfrica en caso de que se le encuentre culpable de asesinato premeditado, aunque —por poco probable que hoy parezca— lograse su libertad, lo que nunca recuperará es su reputación. Independientemente de lo que dicte la ley, condenado ya está a pasar el resto de sus días como una triste sombra de la figura cuya valentía y perseverancia encandiló al mundo.

Su historia de superación no tiene igual en la historia del deporte, terreno siempre tan poblado de mitos, de personajes que han vencido desafíos imposibles en su ruta a la gloria. Le amputaron las piernas por debajo de las rodillas cuando tenía 11 meses y el año pasado compitió casi de igual a igual en los Juegos Olímpicos de Londres contra los seres humanos más veloces del planeta. Nadie puede permanecer impávido ante semejante hazaña. Y menos en Sudáfrica.

Si podía competir con los mejores, ¿qué glorias les esperarían a sus compatriotas?

Hasta que fue detenido por la muerte de su novia, Reeva Steenkamp, en el día de San Valentín, la historia de Pistorius había sido el reflejo de su nación. O de la narrativa nacional a la que los sudafricanos aspiran. Nació en 1986 en un país traumatizado por casi 40 años de apartheid en el que cada día se libraban violentas batallas entre militantes negros y la policía. Nelson Mandela permanecía en la cárcel, la democracia era un objetivo inimaginable y todo apuntaba a una guerra racial. Ocho años más tarde el apartheid había dejado de existir, Mandela era presidente, el joven Oscar jugaba al rugby con piernas artificiales y una nueva era había comenzado en la que los sudafricanos soñaban con superar el cruel legado del pasado y forjar una nación grande, mundialmente competitiva, en la que reinara la paz y la igualdad. El sueño aún no se ha realizado pero Pistorius, el Pistorius que conocíamos hasta el jueves por la mañana, había señalado el camino a seguir. Si él era capaz de lograr la igualdad en la pista de los 400 metros, si él podía competir con los mejores, ¿qué glorias podrían estar al alcance del resto de sus compatriotas?

Pistorius se convirtió en un icono nacional, en un ejemplo. Como con todos los demás deportistas sudafricanos triunfadores el color de su piel era irrelevante. Blancos y negros, mestizos o gente de origen hindú asumieron como suyos a grandes jugadores de rugby como Francois Pienaar o Bryan Habana, o a estrellas del críquet mundial como Hashim Amla o Makhaya Ntini. Pero Pistorius, como símbolo de orgullo nacional, ocupaba otra categoría. En un contexto muy diferente al de Mandela, pero no sin sus similitudes, inspiró a sus compatriotas, alimentando una imagen que los sudafricanos siempre les ha gustado tener de sí mismos como gente combativa capaz de sobrevivir a cualquier percance.

Lo que hizo a su novia es lo que todos los sudafricanos temen que alguien les haga

Pero hoy Pistorius se ha convertido en el símbolo de lado oscuro de Sudáfrica, delatando las sombras que los sudafricanos más temen y que preferirían mantener ocultos del resto del mundo. Lograron hacerlo, o al menos encubrirlo, durante el Mundial de fútbol de 2010, un evento bien organizado y libre de la delincuencia que tantos habían temido. La verdad, sin embargo, es que Sudáfrica es uno de los países más violentos de la tierra, con uno de los índices de homicidio más altos. Lo que Pistorius le hizo a su novia —o al menos lo que la policía cree que le hizo— es lo que todos los sudafricanos temen que alguien les haga a ellos. A la enorme consternación que ha provocado en Sudáfrica la noticia del asesinato de Reeva Steenkamp, se suman sentimientos más profundos de decepción y dolor. Porque, aparte del daño a la imagen de Sudáfrica fuera del país, lo que ha hecho la trágica y brutal caída de su mito es dañar la imagen que los sudafricanos quisieran tener de ellos mismos. El desconcierto es total. Si la policía no ha cometido un error atroz, si resulta ser verdad que Pistorius mató intencionadamente a su novia, el desenlace final de esta historia será que un hombre que parecía representar lo mejor de Sudáfrica será recordado como alguien que representaba lo peor.

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