Un duende en la Argentina K
El periodista analiza la trascendencia del astro argentino en su país y asegura: “No es culpa de Messi que seamos incapaces de cerrar nuestro duelo con Diego”
Decenas de niños saltan a la pista del estadio IBK de Calcuta. Los policías se hacen fotos con Lionel Messi. Su presencia en la India es un éxito. El promotor del partido, feliz, le paga 200.000 dólares más. “Muchachos”, dice mientras reúne a sus compañeros el nuevo capitán de la selección argentina, “yo sufro el calor como ustedes, hice el viaje como ustedes y me vacuné como ustedes. Esta plata es de todos”. Es el 2 de septiembre de 2012, un amistoso que Argentina gana por 1-0 a Venezuela, en el debut del nuevo seleccionador, Alejandro Sabella. “Si lo publicás lo van a negar, porque no les interesa que trascienda”, completa alguien cercano al entorno de Messi. Otra fuente, vinculada a la organización de los partidos de Argentina, confirma el dato. Y agrega: desde ese partido, Messi, un capitán que llama a compañeros lesionados, pregunta por cronogramas de viajes y rechaza privilegios de hotel, reparte con el plantel cualquier pago extra que reciba en los amistosos de la selección blanquiceleste.
“Ya que estoy acá, quiero decirle algo a los argentinos. A este chaval lo tenemos desde los 12 años en Barcelona. Lo quisimos hacer español y no quiso. El catalán lo entiende perfecto, pero nunca lo habla. Queremos que se quede a vivir con nosotros, pero él está jugando con nosotros. Yo les puedo asegurar que el día que termine de jugar con nosotros, está en Argentina, en Rosario, porque duerme mirando a Rosario. Por eso no puedo creer que en este país todavía se dude de que Messi tenga compromiso con la selección argentina. Dudar de eso es dudar de la vida misma”. Gabriel Masfurroll, representante de la Fundación Barcelona, sorprende en Buenos Aires. El discurso fuera de libreto, y cinco meses después de la caída de la Argentina de Diego Maradona en el Mundial de Sudáfrica, es durante la presentación en Cardales de la Fundación Leo Messi, que también hace obra en silencio.
Un día, Messi nos devolverá las Malvinas y le criticaremos que olvidó la escarapela
En 2011, Messi recibe en estadios argentinos acaso las dos únicas grandes silbatinas de su vida: decepcionantes empates contra Colombia (en Santa Fe en la Copa América) y contra Bolivia (en el campo de River Plate en eliminatorias y ya con Sabella en lugar de Sergio Batista). Todo cambia con el partido siguiente, el 15 de noviembre de 2011 en Barranquilla. La selección, que además sufre una derrota inédita previa ante Venezuela, pierde en Colombia y sigue jugando mal. Messi se pone el equipo al hombro y lidera el triunfo: 2-1.
¡Feliz 2012! Juegue bien o mal, y más parecida a Real Madrid que a Barcelona, ahora Messi es nuestro líder todoterreno. Lo comprueban las promociones de sus vídeos con los 91 goles del año. Ya no hablan sólo de los goles con el Barcelona. Agregan los que anota con la selección. Casi siempre era el mejor, pero Messi había pasado dos años y medio sin goles para Argentina en 16 partidos oficiales. Los críticos de siempre tienen un nuevo reparo: los goles que valen se hacen en los Mundiales. “Un día”, escribió el blog En Una Baldosa, “Messi nos va a devolver las Malvinas y le vamos a criticar que se olvidó de ponerse la escarapela”.
Protesta callejera, apagón, corrupción política o huelga del metro. “Este país de mierda”. Convencidos de que cosas así sólo pasan en Buenos Aires, los argentinos recurrimos al latiguillo de siempre. “Vivimos frustrados con Argentina, deberíamos ser un país que no somos”, dice el antropólogo Alejandro Grimson, que habla del tema en un libro reciente (Mitomanías Argentinas). Cuando algo sí es motivo de orgullo, como Messi, le digo a Grimson, preferimos entonces dudar de su “argentinidad”. Responde: “Como nos analizamos con el mundo, analizamos a Messi”. El escritor Martín Caparrós dice que sí, que Messi, efectivamente, “es una síntesis de la argentinidad actual: carne, soja, buena materia prima exportada para que la procesen y la aprovechen lejos”. Tuvo que irse a España. “Si nos ponemos un poco radicales”, agrega, “se podría pensar que por eso no terminamos de estar cómodos con Messi, porque nos recuerda demasiado nuestras limitaciones, esa mezcla de talento y desperdicio que solemos ser”.
Los argentinos, escribió Juan Sasturain hace unos días en la revista 7D, tuvimos que abandonar la “habitual soberbia”, asumir “la espantosa realidad del fútbol que hemos sabido destruir” y dejar de reclamarle a Messi. A diferencia de Maradona (“casi excesivamente argentino”), a Messi le agradecemos ahora que “sea argentino”. Le agradecemos, añade Sasturaín, “porque sabemos que sólo parcialmente nos pertenece”. “No es culpa de Messi que los argentinos seamos incapaces de cerrar nuestro duelo con Diego”, escribió Eduardo Sacheri un mes atrás en El Gráfico. “Ahogados de añoranza, presos de la nostalgia, paralizados de historia”, sigue Sacheri, nos hemos impedido disfrutar de Messi. “Pero yo”, dice Sacheri, “no quiero arruinarme el presente por el peso del pasado”. Un compatriota extraordinario siempre fue “un Gardel” o, a partir de México 86, “un Maradona”. La semana pasada, el canal de cable TN anunciaba una entrevista a un gran científico: “El Messi de la ciencia”. “Messi, el argentino del año”, publicó la revista Newsweek-Argentina en su portada de diciembre. No pensó lo mismo el Círculo de Periodistas Deportivos (CPD), que premió con el Olimpia de Oro como mejor deportista argentino de 2012 a Sergio Maravilla Martínez. El campeón mundial de boxeo le ganó por un pelo al taekwondista Sebastián Crismanich, único oro argentino en los Juegos de Londres. Messi quedó tercero. Un mensaje en el diario La Nación —son los menos— adhiere a la decisión. Dice textual: “Que le den el premio a Maravilla Martínez que es campeón del mundo en su categoría y (así, con mayúsculas) REPRESENTANDO A ARGENTINA Y NO A UN CLUB EXTRANJERO. Gracias”.
Es una síntesis de la argentinidad: materia prima exportada que aprovechan lejos
Padre flamante de Thiago, Messi casi no se hizo ver durante su última estadía en Rosario. Aún hoy cuesta mucho encontrar imágenes que indiquen que el crack nació allí, como las gigantografías que sí se ven a metros del Obelisco y del estadio Luna Park, símbolos de Buenos Aires. Leo llegó a Rosario apenas horas después de saqueos prenavideños en supermercados de las zonas más pobres de la ciudad, muy cerca de dónde él nació. Dos muertos, 23 heridos, 127 detenidos. Hubo polémicas de supuestas operaciones políticas. Aún con inflación, la economía argentina está lejos de la crisis de 2001, que estalló poco después de que los Messi decidieran viajar a Barcelona. A cuatro días de los saqueos, un tribunal de Rosario, en un año récord de condenas judiciales a integrantes de la dictadura militar, dictó una sentencia histórica contra algunos exrepresores. Manuel Gonçalves lo celebró. Su madre, que muere asesinada, lo esconde en un armario y le salva la vida. Tiene cinco meses. Su nueva familia lo llama Claudio Novoa. Manuel tardó 19 años en recuperar su identidad, 37 para recibir justicia. En esa Rosario, Leo pasó la mayor parte de fin de año en su finca de Arroyo Seco, puro verde, a metros del Río Paraná. Cada vez que salió firmó autógrafos y posó para fotografías, como hace siempre. En la única entrevista que concedió, al diario Olé, reiteró su sueño de ganar en Brasil 2014. Un Mundial es lo único que hoy podría unir a “los K” y los “anti-K”, según se esté a favor o en contra del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Si Sabella, como viene haciendo, cuida a Leo con socios en la cancha y sin presionarlo afuera, Argentina, cuya selección mayor cumple 20 años sin títulos en 2013, arribará a Brasil como candidata.
Un Mundial es lo único que uniría a los que están a favor y en contra del Gobierno
Pregunto sobre Messi al filósofo Tomás Abraham. Con él y Caparrós nos juntamos para seguir por televisión más de un Barça-Madrid. “Sólo puedo decir que la vida”, me responde Tomás, “ha sido generosa conmigo. Vi debutar a Maradona en Argentinos Juniors, vi jugar a Pelé en la Bombonera y trato de ver todos los partidos en los que juega Messi. No hubo un jugador en la historia con la genialidad de este duende, es un milagro, es argentino, es un pibe de potrero, no es kirchnerista, quiere a sus padres, habla bajito y podría tocar el violín con los pies... No merece un Balón de Oro, merece mucho más. Con Di Stéfano coronamos de gloria a los merengues y con Borges embellecimos la lengua como no se había hecho desde Cervantes... Messi merece que Juan Carlos le dé su corona, así hace algo para la eternidad”.
“¿Si Messi fuera K, eso invalidaría todo lo otro?”, le pregunto a Abraham siguiéndole el juego, porque Leo nunca opinó sobre el gobierno.
“No”, me contesta, “si Messi fuera K no sería Messi. Sería Xavi”.
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