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James Cameron: “Para que mi cine siga existiendo, hay que encontrar la manera de que sea más barato”

El director regresa a la saga de ‘Avatar’ con una tercera película ambientada en un mundo en conflicto que funciona como espejo de la realidad

En tiempos de taquilla en retroceso y presupuestos encogidos, el rey del mundo aprieta el acelerador. James Cameron (Kapuskasing, Canadá, 71 años) regresa a Pandora con Avatar: fuego y ceniza, la tercera entrega de la saga, “la más dramática y centrada en las emociones de sus protagonistas”, aseguraba la semana pasada el director, menos soberbio de lo esperado, durante una entrevista en un hotel de París. La película, que se estrena en cines el próximo viernes, ha costado más de 400 millones de dólares (340 millones de euros), en una fase de contracción del mercado que pone en peligro la existencia de este tipo de superproducciones.

Un año después de asentarse entre los metkayina, la familia de Jake y Neytiri se enfrenta a una nueva tribu na’vi —el Pueblo de las Cenizas, liderado por la temible Varang— cuya alianza con el malvado Quaritch amenaza con volver a abrir Pandora en canal. Cualquier parecido con una realidad atravesada por conflictos entre semejantes no puede ser casualidad. “Aunque hable de personas azules y de estatura desmesurada que viven en otro planeta, es una película sobre la especie humana”, aclaraba Cameron, por si hiciera falta.

P. ¿Avatar: fuego y ceniza es un comentario sobre un mundo convertido en campo de batalla? Hoy hasta las grandes producciones de Hollywood parecen parábolas sobre el peligro del fascismo.

R. ¡Tiene razón! Por ejemplo, Wicked es, en el fondo, una película sobre el autoritarismo y la desinformación. Es curioso: estos guiones se escribieron hace 12 años, pero ahora resuenan especialmente. Veo una tendencia a alejarse de la democracia, hacia más odio y aislamiento. Desde la primera Avatar, los valores han sido aceptar al otro, la empatía, la conexión y el respeto por el mundo natural. Esos valores no han cambiado, pero quizá hoy sean más necesarios. Me apena decir que el mundo ha empeorado desde que empezamos a contar estas historias.

P. En su película, hasta los pacifistas acaban luchando.

R. Los tulkun, contrarios a la violencia, cuando se ven amenazados de extinción tienen que tomar una decisión muy dura. Creo que hay cosas por las que merece la pena luchar si te enfrentas a un riesgo existencial, a un mal abrumador en forma de fuerza fascista, por ejemplo. Es un tema complejo. ¿Puede nuestra capacidad de empatía evitar que lleguemos a esos escenarios de guerra? Esa es la pregunta…

P. Presenciar los conflictos actuales en tiempo real, con imágenes continuas de destrucción y desplazamiento, ¿ha cambiado su forma de retratar la guerra o la violencia?

R. Como director, llevo toda la vida con un conflicto: deseo la paz, pero disfruto de la acción en pantalla. No nos engañemos: acción equivale a violencia. Donde de verdad me siento dividido, como artista, es cuando veo violencia gratuita en el cine. Eso es muy problemático.

“Hay cosas por las que merece la pena luchar cuando te enfrentas a un riesgo existencial en forma de fuerza fascista”

P. Hablaba ahora de riesgos existenciales. ¿Los humanos también corremos un peligro de extinción?

R. No podemos decir que no sea una posibilidad. La pregunta es si podemos evolucionar lo suficiente para usar nuestras neuronas espejo, nuestra capacidad de reconocer lo estados emocionales de los demás, y así evitar nuestra deshumanización. Cuando pensamos en migrantes, poblaciones desplazadas o personas de otras culturas, ¿somos capaces de romper el ciclo de violencia? “El fuego del odio solo deja la ceniza del duelo”, dice el narrador de la película. Esa ceniza, a su vez, lleva de nuevo al fuego del odio, y el ciclo se repite. Eso es lo que vemos hoy en todo el mundo. ¿Podemos romper ese ciclo, dejar de usar nuestro trauma como justificación para la violencia? Los temas están en la película y son intencionales.

P. Incluso si no desaparecemos como especie, parece obvio que tendremos que coexistir con otras formas de inteligencia: lo que los teóricos llaman poshumanismo.

R. Siempre me ha fascinado lo poshumano. ¿Será un mundo de cíborgs? ¿Estará genéticamente diseñado? ¿Nos fusionaremos con la tecnología? ¿Nuestra mente será más sofisticada? ¿O habremos desaparecido como especie y nuestra inteligencia solo sobrevivirá dentro de las máquinas? Son preguntas que se hace desde siempre la ciencia ficción, porque siempre ha tenido la capacidad de advertirnos, de iluminar la carretera que tenemos por delante. Y ahora, en cierto modo, estamos entrando en ese mundo que lleva más de un siglo anticipando. El proverbio chino dice: “Ojalá vivas tiempos interesantes”. Los estamos viviendo. Insisto: autodestruirnos no está, ni mucho menos, fuera de la mesa, y debemos ser realistas respecto a esa posibilidad.

P. ¿Diría que la IA es un peligro para nuestra supervivencia?

R. Sí. Creo que existe una amenaza seria en la superinteligencia artificial. Y también creo que el riesgo de un conflicto nuclear es hoy mayor que en cualquier momento desde el pico de la Guerra Fría, durante la crisis de los misiles de Cuba. Hay que mirar todo eso de frente y no esconderse. Dicho esto, también hay que vivir y divertirse, y ahí el cine puede tener un papel. La gran ironía, que seguro que no se le escapa, es que dejamos las ansiedades de la vida diaria para meternos en una sala y disfrutar de las ansiedades de personajes ficticios que se nos parecen bastante…

P. Hace poco dijo que los actores generados por inteligencia artificial le parecían “horribles”. ¿Ve alguna versión de la IA que pueda ayudarle como creador, o la rechaza en bloque?

R. No descarto la IA generativa como herramienta, pero hay que domar al genio. Quienes construyen estos modelos están orientados sobre todo al negocio y al consumo masivo: intentan crear un producto que puedan monetizar. Mi proceso empieza por la escritura y luego pasa a la actuación. No voy a eliminar a los actores, sería una estupidez. ¿Puede haber modelos y herramientas que ayuden en fases del trabajo de efectos visuales? Casi seguro que las habrá, pero ahora mismo no existen. Lo que nunca me interesará sustituir es a los actores, a los artistas. En cualquier caso, las películas de Avatar, incluida esta última, nunca han usado IA generativa. Es importante que la gente lo sepa.

P. La tecnología ha tenido un papel enorme en su filmografía. Pero me pregunto si no echa de menos la época en la que, para lograr una escala épica en el cine, había que construir el barco de verdad y llenar el set de agua, como hizo en Titanic.

R. No, no lo echo de menos. Fue divertido, no me malinterprete: tener 3.000 extras en un plano impresiona y se disfruta. Pero no es imprescindible. Hoy se puede hacer cine épico sin renunciar a nada y, al mismo tiempo, reducir costes con muchas de estas herramientas nuevas. Lo urgente es desarrollar tecnología que abarate de verdad la producción. Eso es clave porque el mercado del cine en salas se ha contraído mucho, alrededor de un 30% o 35%. Para que sigan existiendo las películas que me gusta ver y que me gusta hacer, hay que encontrar la manera de hacerlas más baratas para que vuelvan a ser rentables.

P. Dado su coste, ¿Avatar 4 y 5 están garantizadas en el contexto actual?

R. No, no lo están. Tenemos que ver cómo funciona esta película. Tenemos que mirar de qué maneras podemos bajar el coste. Así que puede que no sea algo a lo que me lance de inmediato. Puede que sea algo que posponga un par de años hasta que surjan estas herramientas nuevas.

P. ¿Podría dejar de dirigir esta saga?

R. Es posible que elija hacer otra cosa. Si lo dejara, aun así produciría esas películas, siempre que sean viables económicamente. Hasta ahora, el modelo de negocio ha sido un poco precario: gastas mucho dinero para ganar mucho dinero. Si gastas mucho y no ganas mucho, todo se derrumba. Ahora bien, hay algo muy gozoso en poder llevar a la gente una experiencia grande, mágica, espectacular. Es muy divertido y satisfactorio. Pero si ese modelo colapsa, seguiré siendo un narrador de historias. Haré otra cosa.

“La IA puede ser una herramienta, pero hay que domarla. Eliminar a los actores sería una estupidez”

P. ¿Qué le gustaría hacer?

R. Está Alita: Battle Angel, una secuela que haré con Robert Rodriguez. Estamos adaptando el guion a partir de un libro llamado The Devils, de Joe Abercrombie, que me gusta bastante. Y tengo una película sobre Hiroshima que tengo toda la intención de hacer. Podría ser la siguiente… o quizá la encajaré entre las próximas entregas de Avatar. Todavía no lo tengo decidido. Cuando lo tenga claro, se lo diré.

P. ¿Cómo logró sobrevivir a Titanic, uno de esos proyectos que solo pasan una vez en una carrera?

R. Creo que hemos demostrado que no tiene por qué pasar solo una vez... Pero sí, fue un momento decisivo para mí en muchos sentidos. La percepción que se tenía de mí cambió: dejé de ser el tipo de la fantasía y la ciencia ficción. Demostré que podía haber un equilibrio entre humanidad, emoción y una escala de producción monumental.

P. Después se tomó un año sabático que acabó durante siete años.

R. Me fui a hacer expediciones al océano, desarrollé cámaras para las grandes profundidades. Me fui a principios de 1998, cuando Titanic se había convertido en la película más taquillera de la historia, y no volví a Hollywood hasta 2005. La gente creyó que estaba investigando para mi siguiente proyecto. ¿Me tomas el pelo? ¿Siete años? Mi imaginación funciona bastante bien. No necesito siete años para escribir un guion.

P. Creció en el Canadá rural y fue un niño obsesionado con la ciencia ficción y los cómics. ¿Su imaginación le salvó?

R. El lugar de dónde venimos o donde vivimos nuestros primeros años siempre nos define. Las dinámicas familiares que vimos de pequeños nos marcan. Luego puedes luchar contra eso y trabajarlo haciendo terapia. O puedes abrazarlo y aceptar que eso es lo que eres. Nadie me habla de ello, pero este asunto se expresa en muchas de mis películas. ¿Qué significa crecer en el Canadá interior? Quizá un sentido del trabajo, del esfuerzo. Quizá mantener cierta humildad, incluso en la cima de una carrera en Hollywood. En realidad, Hollywood nunca fue una obsesión para mí. No conocía a nadie que fuera cineasta. Desde el comienzo, siempre me sentí un outsider en Hollywood. Si le digo la verdad, nunca he sentido que alguna vez estuviera dentro…

P. ¿Lo dice en serio?

R. Sí, incluso ahora. Hoy no me siento para nada un insider de Hollywood. Vivo en Nueva Zelanda. No me relaciono con la gente de Hollywood. No me atraen las cosas glamurosas ni los eventos. Incluso ponerme delante de usted para defender mi película me resulta un poco incómodo. Pero un artista de verdad debe saber hablar de su proceso…

“Desde el comienzo me sentí un ‘outsider’ en Hollywood. Nunca he sentido que estuviera dentro”

P. ¿Se ha sentido incomprendido por la industria alguna vez?

R. Me siento incomprendido todo el rato. Hay esa idea en Hollywood de que o bien eres un tipo táctico que sabe desenvolverse en la industria o bien eres un cineasta sentimental, artístico, humano, humanista. ¡Qué soberana tontería! Nuestros cerebros son complicados. Yo puedo ser todas esas cosas a la vez. La escritura me ancla en el personaje y en la emoción. Luego paso al trabajo con los actores, y lo técnico solo llega al final. La belleza de una película de Avatar es que puedo usar el hemisferio derecho durante la primera mitad del trabajo y el hemisferio izquierdo en la segunda. La neurociencia ahora dice que todo eso es una simplificación absurda, pero como alegoría me sirve…

P. ¿Qué es lo que no entienden sobre usted?

R. Me tratan como un obseso de la tecnología. Es un gran malentendido. Sí, me interesa mucho la técnica y la ingeniería. Pero eso no significa que no pueda pasarme un año y medio con mi reparto, explorando la dimensión dramática de la película y la psicología de los personajes. Dirigir no es apretar botones, se trata de sentirlo. Y, si yo no logro llorar con mi película, no puedo esperar que el público lo haga. No puedo esperar que los actores lleguen al lugar emocional necesario, y aún menos el espectador. Eso es lo que no se entiende sobre mí.

P. “Soy el rey del mundo”, gritó al ganar 11 premios Oscar en 1998. Se le reprochó y ridiculizó mucho. ¿Se arrepiente de aquel discurso?

R. No sé si fue incomprensión o más bien no me escucharon de forma deliberada. No me entristeció, pero fue frustrante. Aunque sé que me puse yo mismo la zancadilla… Solo intentaba expresar lo feliz que estaba en aquel momento. Habíamos sobrevivido a todo aquello y nos estaban celebrando. La gente se lo tomó como una declaración fascista de dominación global. No hace falta decir que no era la intención. Asumí que todo el mundo en la sala era un gran fan de Titanic. Y, claramente, no era el caso.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.
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