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Peligros, dilemas éticos y extremismo: un documentalista empotrado entre los talibanes

El director de ‘HollywoodGate’, que se proyecta en el festival de Venecia, logró un acuerdo con los fundamentalistas para seguir durante un año el resurgimiento del régimen afgano desde dentro

Tommaso Koch
Venice Film Festival
A still from the documentary 'Hollywoodgate.'

Mientras todos se marchaban, Ibrahim Nash’at llegó. Su misión empezaba, al fin y al cabo, justo cuando el último soldado estadounidense abandonara Afganistán. Para ello traía su cámara. Y, pocos días después de que los talibanes proclamaran la reconquista de Kabul, el 31 de agosto de 2021, la encendió. Solo, con su equipo, en medio del resurgimiento de un régimen islamista totalitario. Y grabando durante un año entero. Podía firmar un documental. O su condena a muerte. De hecho, cree que su destino osciló alguna vez hacia la segunda opción. Ganó la primera, también gracias a una especie de pacto con los fundamentalistas: no filmaría lo que ellos no quisieran. Así que el estreno de HollywoodGate estos días en el festival de cine de Venecia ofrece al público una visión exclusivamente íntima e inédita, desde dentro, de los talibanes. Pero, a la vez, un dilema ético: ¿un documental merece un acuerdo con los extremistas?

“Por supuesto que me atormentó la futilidad del proceso. Si fracasamos en mostrar quiénes son realmente, puedes tirar lo que grabamos a la basura. Pero si funciona, puede ayudar a abrir los ojos del mundo hacia el sufrimiento diario de los afganos y el trauma causado por los señores de la guerra pasados y presentes”, reflexiona el cineasta egipcio por correo electrónico. En realidad, su idea entera estuvo a punto de quedarse en intento fallido. Acostumbrado a filmar como periodista a grandes líderes mundiales, Nash’at considera que solo se obtiene acceso a ellos a través de un mediador. Y creía haberlo conseguido también en este caso, hasta que dejó de contestar a sus llamadas, justo cuando se disponía a viajar a Kabul. Fue igualmente, insistió, buscó otros contactos. Cuando se le agotó el dinero, sin embargo, aún no había filmado nada.

De ahí que se preparara para devolver el filme al cajón de los sueños. Pero, justo antes de irse, su traductor le animó a ir a grabar por lo menos a su primo, enviado por los talibanes a trabajar en el aeropuerto. Resultó que se trataba de la base HollywoodGate, que el personal de EE UU había dejado atrás junto con material bélico por valor de 7.000 millones de dólares. Y que, para dejarse filmar, el hombre necesitaba autorización de un superior. Nash’at fue subiendo así el escalón de mando hasta llegar a Malawi Mansour, nuevo jefe de las fuerzas aéreas, y al teniente Muhktar. Tenía a dos protagonistas. Su visto bueno, a ciertas condiciones. Y un lugar. Había encontrado, en definitiva, a su documental.

El director Ibrahim Nash'at, el pasado 31 de agosto en el festival de Venecia.
El director Ibrahim Nash'at, el pasado 31 de agosto en el festival de Venecia.CLAUDIO ONORATI (EFE)

“Aclaré en mi acuerdo que mostraría lo que querían que viera, pero también lo que yo viera”, subraya el cineasta. Es decir, una de las celebérrimas cuevas donde los talibanes se ocultaban en la montaña; la reparación de aviones y helicópteros hasta poder presumir de ellos en un desfile militar, con batallón suicida incluido; el descubrimiento de medicinas, fusiles o walkie talkies en la base estadounidense, pero también de botellas de Jaggermaister en el congelador; o frases como: “Mi deseo es tener aún a las tropas de EE UU aquí, organizar una emboscada con una ametralladora y 500 balas y seguir disparando hasta que mi corazón esté satisfecho. Y luego convertirme en mártir”.

En HollywoodGate un talibán también es un ser humano: vive momentos familiares con sus niños, arroja un vaso de plástico por la ventana del coche o se preocupa por quién le haya robado un pepino en la comida. Pero, a la vez, comete banales errores de cálculo, muestra una sed de poder por encima de su fe, castiga los errores a base de bofetones o se pregunta si de verdad su maltrato despiadado a las mujeres está justificado por la sharía, la ley islámica. “Ellos querían que fuera una obra de propaganda. Pero mi intención y la de mis cinco compañeros fue, desde el principio, crear un fragmento de cine que pudiera conservarse para siempre como documento de este momento”, afirma el creador.

“La película llegó sin que supiéramos nada, rodeada de misterio y preocupación. Parecía clandestina. Pero en cuanto la vimos, no percibimos ningún dilema ético. No pactó, se hizo aceptar por los talibanes. Lo que se ve es tan impresionante que son evidentes los riesgos que corrió. Y el fuera de campo, lo que se intuye, es igual de fuerte. Ningún reportaje periodístico ha logrado algo así”, asevera Alberto Barbera, director artístico de la Mostra de Venecia. Lo cierto es que Nash’at se vio obligado a renuncias. Bajo control constante, relata que no podía transgredir ni mostrarse demasiado asustado, nervioso o disgustado con lo que presenciaba. Tampoco se le permitía filmar a otros sujetos. “Habría significado poner otras vidas en riesgo y, en el mejor escenario, la retirada de mi permiso. En el peor, el fin de mi vida”, apunta. Tampoco aparece en el metraje el tipo de los servicios secretos que, por lo visto, le describía orgulloso sus torturas a presos, entre risas de sus colegas.

El filme en absoluto promociona la visión talibana o sus logros. Tampoco muestra, sin embargo, las mayores atrocidades de las que están acusados: represión, asesinatos, censura, pobreza o violación sistemática de los derechos de las mujeres, que la ONU ha calificado de “aparthéid de género”. Aunque el cineasta dice que las percibió ahí donde fue: “Gobiernan a través del miedo. Lo cual no significa que no asusten. Pero es importante mostrar que es una fuente de su poder. Estar en compañía de los talibanes en Kabul hizo que los civiles me confundieran por uno de ellos. Y las miradas horribles que me dirigían expresaban el nivel de supresión y sufrimiento que están experimentando”. Ni propaganda, ni denuncia chocante, HollywoodGate se convierte más bien en un retrato de la vida cotidiana de los señores de la guerra. Y ahí es donde Nash’at espera que el público entienda también lo que no se dice explícitamente: “El diablo está en los detalles”. Para sugerirlos, afrontó riesgos y dilemas. Pero solo los espectadores pueden responder al más importante: si ha merecido la pena.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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