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Jim Jarmusch, cineasta: “Si pones dinero en mi película no me dices cómo hacerla, seas quien seas”

Uno de los autores más respetados e independientes del cine estrena ‘Father Mother Sister Brother’, el filme con el que obtuvo el León de Oro en el festival de Venecia

Jim Jarmusch, en el festival de Venecia, a su llegada a la gala donde obtuvo el León de Oro, el pasado 6 de septiembre. Foto: Yara Nardi (REUTERS)

Cuando termina una película, Jim Jarmusch casi siempre se pone enfermo. El malestar varía, puede ser un resfriado, una gripe, o peor. Pero el fenómeno se repite desde hace años. En su filmografía, el cineasta tiende a plantear más preguntas que respuestas. Sobre su salud, en cambio, ha llegado a una conclusión clara: “Es jodidamente duro hacer una película. Y lo es por igual ya sea buena o mala. Requiere mucha resistencia y concentración. Si diriges y escribes, estás implicado en todos los detalles. La gente piensa: ‘Oh, es glamuroso. Estás con Cate Blanchett, tomando un té’. No tienen ni idea”. Habla por la veintena de largos que suma, a sus 72 años. Y también por las noches en blanco, los fallos de cámaras, los cambios de última hora, o la tormenta que engulló las localizaciones donde tenía previsto filmar una secuencia de Dead Man. Así que ha empezado a entrenar, recurre al Tai-Chi. Y también a una cita, de su compañero de profesión Werner Herzog: “Tienes que ser casi un atleta”. Uno, en su caso, hecho a sí mismo, sin entrenadores ni dopajes como un gran estudio detrás.

Aun así, hace poco subió a lo más alto del podio: Father Mother Sister Brother, que se estrena el 24 de diciembre en España, recibió el León de Oro del pasado festival de Venecia. Las primeras palabras de Jarmusch, desde el escenario, fueron: “Oh, mierda”. Puede atribuirse a la falta de costumbre, para un autor celebrado por su público, pero poco habituado a recoger premios: los premios Oscar jamás le han nominado siquiera. Y eso que firmó obras como Paterson, Flores rotas, Ghost Dog: el camino del samurái, Noche en la tierra o Extraños en el paraíso. Aunque, en el fondo, el arranque de su discurso resumió a un director distinto, inconfundible, independiente en todos los sentidos. Un tipo que se confiesa enamorado de los filmes, la música, el arte, la complejidad humana y las contradicciones. Y crítico con las grandes corporaciones, Hollywood, el nacionalismo, la sed de dinero o el “genocidio” de Israel en Palestina. De todo ello habló en Venecia en una charla que arrancó con: “Espero que lo que diga tenga sentido. Estoy bastante falto de sueño”. La conversación, finalmente, se prolongó hasta la media hora por intercesión del director frente a su propia agenda. Jarmusch, cómo no, desmarcándose del sistema.

A estas alturas, está claro que prefiere ir por libre. En el cine, la música y, presumiblemente, la vida. El último disco de su banda Sqürl, Silver Haze, se promocionó como “entusiásticamente marginal”. El creador se ha definido como un “amateur”, entre otras razones porque la palabra contiene la misma raíz de “amar”. “Me encanta la forma del cine, veo una película cada día. Pero su mundillo, realmente, no me afecta”, tercia. Básicamente, se encuentra en las antípodas de Hollywood desde su nacimiento: en Coyahoga Falls, Ohio, casi al otro lado del mapa de EE UU. Y aún más lejos se marchó el hijo de un empresario y una crítica de cine y teatro, hasta Nueva York y luego París, para descubrir si su pasión por espectáculos, conciertos, películas y contracultura podía convertirse en un trabajo. Demostró talento, y algo más: coherencia consigo mismo. Una rareza que poco a poco ha adquirido tintes de leyenda. Como su cabellera blanca siempre acompañada de gafas de sol.

“Ser un cineasta independiente significa que elijo mis colaboradores, mi reparto, el montaje, el corte final. Si pones dinero en mi película no me dices cómo hacerla, seas quien seas. [Los directivos] saben que soy muy cabezón, y si no cuento con estas condiciones, no trabajo. ‘Te financiamos, pero establecemos la versión definitiva’. No, gracias. No hago esto por dinero, si no me iría a Hollywood. Bueno, probablemente no me querrían. Amo el cine. Pero tengo que hacerlo a mi manera. O no lo hago”, reflexiona Jarmusch.

Se dice que solo ve sus largos una vez, colándose en una sala comercial con desconocidos, y nunca más. Se cuenta que fundó el club Hijos de Lee Marvin, que incluye también a Tom Waits, Nick Cave y otros suficientemente parecidos al célebre actor como para poder alegar un vínculo familiar. Se sabe que es amigo de Aki Kaurismäki, otro cineasta único, y de varias estrellas del cine y la música que aparecen a menudo en sus largos. Hasta su ADN da fe de una mezcla singular: estadounidense con raíces checas, alemanas e irlandesas. Aunque él apunta: “No me gustan fronteras y nacionalidades. Adoro los aspectos particulares que distinguen las culturas entre sí, pero también los que las combinan, y difuminan las diferencias”.

En sus filmes ni siquiera está claro quién es bueno, o malo: hay, simplemente, seres humanos. Y contradicciones, como las que el propio Jarmusch admite, y abraza. Desfila por Venecia, adora París, celebra la belleza de ambas ciudades mientras denuncia que “están construidas sobre el colonialismo”. Considera “sucia” cualquier financiación de compañías de un cierto tamaño, aunque las acepta para sacar adelante su arte. Ha jurado no mostrar Father Mother Sister Brother en Israel, pero uno de sus distribuidores, Mubi, está vinculado a un grupo de inversión de defensa para el ejército de Netanyahu. Vivir, y asumir sus paradojas: vale para el director, igual que sus personajes.

Conductores de taxis, soñadores, poetas o asesinos, ocupados casi siempre en los asuntos de cada día: incluso solo charlar y disfrutar de Coffee and Cigarettes, otro de sus títulos más aplaudidos. “Amo la expresión humana y trato de abrazar su complejidad. La imaginación, de alguna forma, es mi religión”, agrega Jarmusch. Aún más universal, quizás, es el centro de Father Mother Sister Brother, su nueva obra por capítulos ―un tríptico―. Padres, madres e hijos que no ven la hora de encontrarse, pero también de separarse poco después; horas que pasan demasiado lentas, hasta que aceleran y ya es tarde; gente que se conoce de siempre, pero a veces casi nada; abrazos, miradas, nostalgia, hartazgo, rencores, amor. El cineasta se mide con la mayor de las contradicciones: la familia.

Jarmusch, además, sabe contarlo a través de pausas, sutileza, e ironía: “La verdad es que hay muchas cosas que no están en este filme: ni acción, ni drama, sexo, desnudez o violencia...”. Algunos silencios del largo duran más que sus diálogos. El creador recuerda su visita a la tumba del maestro japonés Ozu, en Kamakura, cuya lápida solo tiene una palabra, 無 (mu): “Significa, de cierta manera, el espacio entre las cosas. A veces lo que no se dice cuenta incluso más, igual que las notas no tocadas”. Considera que el resultado final de Father Mother Sister Brother está muy cerca de lo que concibió al principio, también gracias a que se ha vuelto más flexible y capaz de modificar los planes sobre la marcha. Todo muy espontáneo. Todo, sin embargo, muy trabajado: “Hace falta mucho esfuerzo para que parezca que no hay ninguno. Esta película es tranquila y simple. Y eso requirió mucha atención a cada palabra o detalle. De cierta manera, es mucho más agotador que rodar a 20 zombis que salen de sus tumbas”.

Sucedía en Los muertos no mueren, su anterior filme. Nunca, desde que inició su carrera con Permanent Vacation, Jarmusch había estado seis años sin estrenar. Pero, a la vez, jamás ha hecho algo que no quisiera. “En mi último largo, no interfirieron creativamente, pero sí con mis emociones, repitiéndome cosas como ‘Has sobrepasado el presupuesto’ o ‘No te vamos a pagar’. En ese momento estaba filmando, trabajando aún, no podía lidiar con eso. Estaba afectando a mis sentimientos, mi salud. Pensé: ‘No voy a morir joven por gente que me presiona’. Soy bastante particular, lo hago a mi manera. Poseo los negativos de mis filmes, y también los derechos de autor”, relata. La única vez que se planteó una apertura a la gran industria terminó tan mal que jamás repitió: cuando rechazó los cortes propuestos por Harvey Weinstein a Dead Man, el entonces todopoderoso dueño de Miramax saboteó la distribución del filme.

“No me gusta ser oprimido por las reglas estúpidas”, aclara Jarmusch. Para Father Mother Sister Brother mantuvo una larga pelea con un miembro del sindicato que aún le tiene fastidiado. Límites de contención del presupuesto le obligaron a cambiar el orden de rodaje y filmar a no más de 48 kilómetros de Nueva York: se fue, pues, a 45, justo al límite, en Nueva Jersey. El autor se reivindica como a favor de los sindicatos, pertenece a los de directores y guionistas en EE UU, pero lamenta: “Intentan proteger a los trabajadores de las grandes corporaciones, pero yo no lo soy. Así que no nos están protegiendo de nada. Están chupando nuestro presupuesto para respetar normas dañinas”. El creador cree que la producción de cine se ha complicado, que debe “luchar” más que antes. Y ya ha sentenciado que no filmará su siguiente obra en su país.

“Todas mis películas tienen un estilo similar. La cinematografía incorpora lenguaje, música, paso del tiempo, color, composición, posición de la cámara, ritmo, actuación, escritura. Así que el estilo con el que lo presentas es la forma de entregarlo, me parece muy importante. Scorsese dijo una vez que define a un cineasta mucho más que el contenido de sus obras”, sostiene Jarmusch. En su caso, dice que la clave reside en el montaje. Allí junta todo lo que ha filmado y empieza a darle forma: “Se parece a coger un bloque de mármol de una cava para esculpir un caballo y darte cuenta de que en realidad es un antílope. O un burro. Es diferente, pero tienes que aceptarlo porque es lo que el material te está diciendo”. Lleva casi medio siglo haciéndolo, aunque afirma que sigue aprendiendo. Y que no está pendiente del pasado: “No analizo esas cosas ni miro atrás, o a mis viejos filmes. El más importante es el próximo”. Parece que ya tiene ganas, y eso que al terminarlo se pondrá enfermo. Menuda contradicción. Una más.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.
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