Los desoladores y a la vez triunfantes últimos años de Ozzy Osbourne
Un documental cuenta los cinco años finales de la vida de la leyenda del ‘metal’, donde lucha contra problemas de salud física y mental con un único objetivo: ofrecer el último concierto antes de morir


La palabra que más utilizó Ozzy Osbourne durante su vida fue fuck. Casi cada reflexión, opinión o frase de su día a día iba enfatizada por una conjugación de ese verbo. Pero nunca adquirió más sentido que en los últimos años de su vida, cuando la utilizaba para expresar impotencia y para maldecirse. “I’m fucked, I’m fucked” (Estoy jodido, estoy fodido), repetía.
El domingo 2 de noviembre se estrena Ozzy: No Escape From Now (en SkyShowtime), un revelador documental que narra los últimos cinco años de su vida, un periodo doloroso, desolador y deprimente, pero sobre todo resiliente. Su triunfo consistió en reunir la suficiente fortaleza física y mental para realizar un último concierto con su grupo de toda la vida, Black Sabbath. Seguramente aquella actuación cantando sentado en un trono junto a sus compañeros en el estadio Villa Park de la ciudad del grupo, Birmingham, compensó buena parte del sufrimiento. El 22 de julio de 2025, solo 17 días después de aquel recital, el cantante más carismático del heavy metal moría a los 76 años.
La directora de Ozzy: No Escape From Now, Tania Alexander, que no ha respondido a las llamadas de este periódico para este reportaje, contó en The Hollywood Reporter: “Es una historia humana que trata sobre la fragilidad de la vida. Se reflexiona sobre lo que has hecho, dónde has ido y qué has logrado. A veces es un poco duro, porque no queremos afrontar lo que le sucede a nuestro cuerpo… Ozzy fue valiente y, en cierto modo, nos enseñó a sobrellevarlo, a no rendirnos”.

Osbourne se quejaba en sus últimos tiempos de la dieta que debía llevar. “No puedo comer algo que engorde, ni lácteos, ni grasa, ni helados, ni jodidos alimentos con azúcar, ni bollos, ni tartas”. Sharon Osbourne, su mujer y manager, le reprende: “Para ya, Ozzy, a mucha gente le pasa lo mismo y no se queja tanto”. Ozzy: “Pues a mí no me gusta comer así. Dónde están los viejos buenos tiempos”. Sharon: “Esos jodidos tiempos pasaron. Además, qué comías en los viejos buenos tiempos”. Ozzy: “Solo bebía”. Sharon: “En fin, ahora puedes comer maravillosas verduras, pescado, patatas cocidas y hasta algo de pasta con aceite”. Ozzy zarandea la cabeza y zanja: “Vale, quiero medio litro de aceite”.
En octubre de 2018 el cantante se encontraba inmerso en una gira de dos años que tuvo que frenar por una infección en el cuello. Mientras Sharon y su equipo buscaban nuevas fechas para febrero de 2019, Ozzy se cayó en el pasillo de su mansión de Los Ángeles mientras buscaba el baño. Los médicos le recomendaron que debía operarse del cuello y la columna. “Después de la operación estaba mucho peor”, se lamenta Ozzy en la cinta. La familia Osbourne habla abiertamente en el documental de negligencia médica. “Incluso bailaba en la cama antes de entrar al quirófano. Pero después no podía ni moverse”, apunta su hijo Jack, que creció a los ojos del mundo gracias al reality The Osbournes.

A partir de aquí el artista comienza un rosario de intervenciones que apenas le alivian y termina cayendo en una profunda depresión. Sharon siempre aparece a su lado, ofreciendo una imagen de una gran generosidad y paciencia. Ella es la productora del documental y ha supervisado todo. Resulta duro ver a un tipo tan divertido como él en estado ausente. Pasa muchas horas tumbado en el sofá, frente al televisor. Ve compulsivamente reportajes de la Segunda Guerra Mundial e historias de asesinos múltiples. También devora vídeos de entrevistas y conciertos de Ronnie James Dio, el cantante que fichó Black Sabbath cuando la banda expulsó a Osbourne. Osbourne no había escuchado con detenimiento los discos de Dio con Sabbath (como esa obra maestra del metal que es Heaven and Hell, 1980). Se siente mal por no haber podido conocer bien a su sucesor, que falleció en 2010 de un cáncer de estómago.
“Un día se levanta y está más o menos bien, puede andar; pero a la mañana siguiente está derrotado, se tumba y ya. Tiene una profunda depresión”, asegura Sharon. La imagen del vocalista no puede ser más frágil: camina a trompicones, con la cabeza prácticamente colgándole de los hombros. Su voz es débil, temblorosa; tartamudea, balbucea, resulta complicado entenderlo, incluso para su familia. Algunas veces lo que dice no tiene sentido. El Parkinson avanza. Pero conserva sus maldades: se entretiene disparando con un rifle a una diana instalada en un confesionario de iglesia colocado en su jardín. En el rifle hay una inscripción: Prince of Darkness (Príncipe de las tinieblas), su apodo más popular.

Los episodios musicales le van resucitando. Un ángel salvador aparece en su vida: Andrew Watt, guitarrista y productor neoyorquino de 35 años, responsable de actualizar con un sonido robusto a leyendas como Iggy Pop, The Rolling Stones o Pearl Jam. Watt se propone sacar la última esencia de Ozzy. Con mucha paciencia y empatía le arrastra al estudio, le hace cantar (milagro) y le graba dos dignísimos discos, sus últimas obras: Ordinary Man (2020) y Patient Number 9 (2022). Ozzy logra acudir a la gala del Rock and Roll Hall of Fame, donde se honra su figura, pero no puede cantar. Asiste impotente a las interpretaciones de su repertorio por otros cantantes y músicos: Maynard (Tool), Billy Idol, Robert Trujillo (Metallica), Chad Smith (Red Hot Chili Peppers). La imagen es tremenda: mientras otros cantan sus temas, él permanece encadenado a un trono en el escenario, agarrado a un bastón, con los nudillos rojos de presionar, moviendo la cabeza y mordiéndose los labios.
Llega un momento en el que solo vive para una fecha: 5 de julio de 2025 en Birmingham, el último concierto de Black Sabbath, la fiesta metalera más grande de la historia, con la participación de Metallica, Guns N’Roses, Slayer, Tom Morello, Alice In Chain, Pantera, Tool… En abril, a tres meses del concierto, a Ozzy se le rompe otra vértebra, enferma por neumonía y contrae sepsis, una infección grave que afecta a diferentes órganos. “Justo ahora me he tenido que poner más enfermo, joder. Pero tengo que estar allí, tengo que estar allí”, solloza. Se entrega a un fisioterapeuta, que poco a poco consigue que mueva las piernas, en la bicicleta, con un andador. En el peor momento no pierde el sentido del humor al hablar de su carrera: “Bueno, podría haber sido incluso peor: podría haber sido Sting”.
Nacido en una familia con pocos recursos y en el oscuro Birmingham, Ozzy Osbourne estaba destinado a ser una cucaracha aplastada en un arcén. Pero consiguió con otros tres parias crear Black Sabbath. Después de seis discos fundacionales del género duro, el grupo comenzó a deteriorarse básicamente por el consumo de drogas. Ozzy era el más vicioso. La banda le expulsó a finales de los setenta. Cuando parecía que su carrera estaba acabada, con la ayuda empresarial y emocional de Sharon resucitó en los ochenta con unos discos que actualizaban el heavy metal y le dotaban de pegada comercial. La aportación del guitarrista Randy Rhoads también fue fundamental en estos primeros ochenta. Discos como Blizzard of Ozz (1980), Diary of a Madman (1981) o, ya sin Rhoads, Bark at the Moon (1983) permitieron a Osbourne comandar el metal ochentero junto a Iron Maiden, Judas Priest, Saxon o el propio Dio.

Pero le faltaba el reconocimiento final, el que cerrara su carrera, la cita del 5 de julio. “Para alguien con un origen tan humilde como yo, qué gran carrera de éxitos tuve. Qué gran carrera para un maldito final desolador”, se lamenta cuando ve que su mala salud no le permitirá estar en Villa Park.
A falta de un mes para el concierto, los médicos le advierten de que los coágulos de sangre que se agazapan en su cuerpo son un peligro si pretende viajar en avión, además un traslado largo, desde Los Ángeles a Birmingham. Pasan unas semanas y los doctores dan el visto bueno porque detectan una mejoría. Ozzy finalmente acude al estadio del Aston Villa y, desde su trono, canta cinco piezas de su carrera en solitario y cuatro temas con Black Sabbath: War Pigs, N.I.B., Iron Man y, antes de tocar su himno Paranoid, grita: “Vamos a volvernos jodidamente locos con la última canción”. Sharon se deshace en lágrimas, al igual que muchos de los 45.000 espectadores. Después de la última nota, el cantante ya ha cumplido su misión. Diecisiete días después, Ozzy Osbourne fallece.
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