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La paradoja de las heridas coloniales en Portugal: Adilson tiene una ópera pero no la ciudadanía

El músico Dino D’Santiago denuncia con un espectáculo la discriminación que aún sufren los afrodescendientes de antiguas colonias. Un festival en Braga examina las heridas causadas por cuatro siglos de imperialismo

Tereixa Constenla

Adilson es más que una ópera. Es una biografía en suspenso, también una radiografía de la crueldad de los estados. La policía podría haber detenido al hombre que cerró el viernes el espectáculo que cuenta su historia en el Theatro Circo de Braga, en el norte de Portugal. El bailarín Adilson carece de permiso de residencia desde 2019 y no tiene nacionalidad portuguesa, a pesar de que llegó al país de bebé hace más de 40 años. Su exclusión de la ciudadanía ha inspirado la primera ópera de Dino D’Santiago, el músico y creador portugués de origen caboverdiano que denuncia la discriminación de los afrodescendientes de antiguas colonias en su país. “Nuestros cuerpos también son patria”, se grita al final de la ópera y se lee en la camiseta con la que el director saluda al público que acude al acto central del Festival Paraíso, donde pensadores y creadores han examinado durante tres días la gestión que la democracia portuguesa ha hecho de los traumas del pasado con motivo de los 50 años de las independencias de Angola, Mozambique, Cabo Verde y Santo Tomé y Príncipe.

“Adilson vivió toda la vida en Portugal y ahora está ahora completamente ilegal. No puede tener un contrato de trabajo, alquilar una casa o abrir una cuenta en el banco, todo eso por la falta de un documento. Si la policía entrase aquí, él sería el único detenido y deportado a una tierra que nunca conoció“, contaba D’Santiago al final del ensayo. La nacionalidad de Adilson es la de sus padres, nacidos en Cabo Verde, aunque nunca haya puesto un pie en el archipiélago. Es una de las 400.000 personas cuyas vidas están en el limbo desde hace años, atrapadas en un descomunal atasco burocrático de la administración portuguesa.

Para Dino D’Santiago es otra prueba más del racismo europeo: “Quería escribir sobre qué significa ser hijo de inmigrante y tener un color que Europa sigue sin aceptar. Yo he nacido en Portugal, pero por el hecho de que mis padres son caboverdianos, no tengo el mismo derecho de hablar sobre cosas de las que discrepo de mi país porque mi color no casa con lo que otros creen que es ser portugués”, reflexiona.

Portugal se resistió a salir de África. La autoestima nacional se alimentó de cuatro siglos de aventuras marítimas e imperialismo, pasando por alto la explotación y el esclavismo. La dictadura infló aún más aquel ego patriótico. “Portugal no es un país pequeño”, se leía en mapas que presumían de geografía (el territorio superaba a Francia, Alemania y España juntas) durante el régimen de Salazar. Aquella realidad y aquella narrativa se hundieron hace medio siglo gracias a la Revolución de los Claveles, que permitió las independencias de sus colonias africanas y acabó con 13 años de guerras contra los movimientos de liberación.

La resistencia ahora se ha trasladado a la memoria, como el último dique colonialista. Tiago Campos Vieira, investigador de la Escuela Superior Artística de Oporto, recordó un simbólico retraso: “El memorial de las personas esclavizadas está previsto en Lisboa desde hace años y nunca acaba de hacerse. El espacio público refleja una narrativa única”. “Se necesita coraje político para el desmantelamiento de ese discurso”, comentó en un coloquio celebrado en la librería Centésima Pagina.

Y no parece que la política sople hacia esa dirección, a diferencia de lo ocurre en el mundo de la cultura. Mientras el país asiste estupefacto a escenas nunca vistas, como una escandalosa operación policial en un barrio de Lisboa que obligó a colocarse contra la pared a decenas de extranjeros que no habían hecho nada, pensadores y creadores examinan la herencia de aquel colonialismo y la responsabilidad histórica. “El imperio permanece en las mentalidades”, afirmó Chisoka Simões, un teórico cultural que investiga la relación entre memoria y territorio durante un paseo por Braga para mostrar las huellas del colonialismo en fachadas, jardines y plazas. Simões recuerda que Portugal fue uno de los últimos países en abolir la esclavitud en todos sus territorios y que fue responsable de traficar con doce millones de personas. “Las masacres cometidas todavía son tabúes para la sociedad portuguesa”, critica.

El silencio oculta pero no cura. Sheila Khan, socióloga de la Universidad Lusófona de Oporto, recuerda que tras la descolonización se instauraron “silencios” privados y públicos. Las independencias africanas provocaron la llegada de unas 700.000 personas en pocos años, la segunda mayor diáspora poscolonial después de la argelina hacia Francia, que tuvieron que rehacer su vida en un país donde muchos nunca habían estado. Un proceso lleno de tensiones. “Las familias se refugian en el silencio para integrarse en la nueva realidad poscolonial”, expone Khan. A ese mutismo íntimo se sumó el oficial de los sucesivos Gobiernos. “Hubo un momento en que Portugal se quiso olvidar de la pérdida del imperio y se volvió hacia Europa, pero sin nosotros, los afrodescendientes, la democracia portuguesa estará manca, esquelética y frágil”, afirma la socióloga.

Las amnesias son una herramienta tan política como los libros de texto, donde Dino D’Santiago y Tiago Campos Vieira siguen viendo la misma “narrativa salazarista”. Rubem Zacarias, artista y galerista mozambicano asentado en Oporto, descubrió que los olvidos están desde el origen, cuando se oculta la historia de todos los pueblos organizados y estructurados que vivían en África antes de la llegada de los portugueses.

Los días del imperio son una caja llena de tempestades por descubrir. A Dino D’Santiago le irrita que se hable de la odisea del héroe marítimo como si los pobladores africanos “estuviesen esperando ser invadidos con los brazos abiertos”. “La mayor herida de todas es no reconocer que se hizo mal, fueron cuatro siglos de deshumanización. Portugal es un país erguido con la sangre de los pobres africanos y solo cuenta un lado de la historia, extremadamente eurocéntrico, bélico e imperial”, reprocha.

En tiempos barridos por discursos de extrema derecha, los pequeños gestos oficiales han sido frenados rápidamente. La reparación a las colonias está fuera de la agenda política. Cuando el actual presidente Marcelo Rebelo de Sousa pidió perdón y se mostró partidario de reparaciones, se le echó encima una ultraderecha cada vez más fortalecida en las urnas. Pero tampoco ninguno de los partidos centrales que se han alternado en el gobierno durante los 50 años de democracia quiere sostener en estos tiempos esa bandera.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.
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