Esther Cross, escritora argentina: “La ciencia no ha sido la única forma de ver la vida”
La editorial Minúscula recupera ‘Kavanagh’, la novela sobre el emblemático edificio de apartamentos de Buenos Aires de la narradora, de quien también han rescatado su biografía de Mary Shelley


De chica veía pasear a dos peculiares vecinos del barrio bonaerense de Recoleta, la pareja de escritores formada por Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, y era imposible que no llamaran su atención. Tiempo después, Esther Cross (Buenos Aires, 64 años) trabajó con el autor de La invención de Morel en un volumen que recogía las entrevistas y conversaciones que el escritor mantuvo con los estudiantes del taller literario del que ella formaba parte. Aquel libro, y otro que recogía las charlas con Jorge Luis Borges en ese mismo taller, dirigido por Félix Della Paolera, supusieron el debut editorial de la entonces veinteañera. ”Trabajé en ese libro con Bioy y fue como haber ido al mejor taller. Transformar una entrevista siempre da mucho trabajo. De aquello aprendí que tener un material buenísimo no alcanza, hay que ordenarlo y buscar una estructura”, recuerda Cross una mañana de invierno en el parque del Retiro de Madrid. Vestida de elegante negro, con cierta timidez amable, la escritora y traductora, formada en psicología —”Otra forma de conocer el alma humana y construir un relato”—, es miembro de la Academia Argentina de Letras.
Esa estructura de la que habla es, al fin y al cabo, clave en Kavanagh (Minúscula), la novela que la escritora dedicó a la emblemática torre de apartamentos bonaerense de la que toma su título, un edificio que tiene algo de barco varado o de construcción con sabor decó trasplantada desde el Park Avenue neoyorquino. Uno de esos espacios icónicos que se miran desde la acera e invitan a fabular en torno a lo que ocurre en su interior. “Me parecía un lugar irresistible. A mi abuelo, que era arquitecto, le gustaba mucho, y de él aprendí cuando me mostraba muebles y remates que en lo recto y lo simple se nota más la perfección, también los defectos”, explica. Y añade, citando a Cocteau, que los lugares comunes conocidos por todos, precisamente por eso, también han sido muchas veces imaginados por todos: “Un día escribí un cuento y sucedía allí. Seguí pero no quería hacer una suma de historias, sino que hubiera una continuidad”. El resultado es esta breve novela “atomizada” narrada en su mayor parte por una “mujer espiona”, que como James Stewart en La ventana indiscreta se involucra en las historias.
Los personajes van cruzándose en los pasillos de la novela con Orson, el perro de la narradora, o con el portero de la finca, de apellido Paredes, en medio de un ambiente misterioso y no exento de humor. “Es un encierro extraño el que ella vive. El edificio Kavanagh fue concebido como una máquina para vivir que permitía a los residentes no salir de allí”, apunta la autora. Cross no conocía el interior del bloque mientras inventaba el libro y de hecho compaginó este proyecto con otro que era la cara opuesta: rodó junto a Alicia Martínez Pardies a los sin techo que en número creciente iban instalándose en las calles de su ciudad a principios del siglo XXI. “Filmamos esa proliferación de gente que vivía en las calles. Eran las vísperas de la gran crisis y vimos cómo se estaba rompiendo el tejido social”, rememora en Madrid. “Me gusta eso de Virginia Woolf de la escritura y la puerta giratoria, de dar grandes caminatas por la ciudad y volver a la soledad para poder contar”. También, reconoce, le gusta el trabajo colaborativo como demuestra su último libro, La aventura sobrenatural. Historias reales de apariciones, literatura y ocultismo (Seix Barral, 2023), escrito junto a Betina González. “Reúne una especie de biblioteca compartida de ciencia y literatura y la búsqueda de respuestas alternativas a cuestionamientos muy profundos. La ciencia no ha sido la única forma de ver la vida. La distancia y la muerte de seres queridos impulsó esa desesperación por comunicarse como fuera con aquellos que ya no estaban”.

Esta última obra enlaza de alguna forma con la biografía que escribió Cross de Mary Shelley, La mujer que escribió Frankenstein, un libro que también ha recuperado recientemente Minúscula. La tumba de la escritora inglesa es el punto de partida de esta peculiar biografía. “Descubrí que viajaba con el corazón de su marido y aquello me pareció el colmo literario. Empecé a leer sobre su vida, lo que pensaba, su modo de vida y me di cuenta de que llevó a un extremo cosas que por otro lado eran muy de su época”, explicaba Cross. “Fue una visionaria porque pudo pronunciar el miedo de su época, esa relación del tiempo y el cuerpo y la obsesión con la vida y la muerte”.
Con Mary Shelley se aventuró en el terreno de lo biográfico con la misma sutileza y particular estilo que define su escritura. “Es una apuesta por escuchar al otro, algo que también está en la traducción. Tratas de escuchar y afinar la voz de otros que están en otro canal o en otra lengua. Encuentro muy tentadores estos desafíos”, concluía.
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