Muere a los 87 años Garth Hudson, teclista de The Band y último superviviente del grupo
El músico canadiense estaba considerado un virtuoso del órgano, acompañó a Bob Dylan en su controvertido cambio al rock eléctrico
El organista canadiense Garth Hudson, el más barbado e icónico de los integrantes de The Band, falleció a primeras horas de la mañana de este martes en un centro médico de Nueva York a los 87 años de edad. Natural de Windson (Ontario), Eric Garth Hudson era el más longevo de los “cinco magníficos” que integraron una de las formaciones más trascendentales en la historia del rock, y el último en partir para siempre: le antecedieron en el tránsito sus cuatro compañeros del alma, el pianista Richard Manuel (que se quitó la vida en 1986), el bajista Rick Danko (desaparecido en 1999), el batería Levon Helm (muerto en 2012) y el carismático guitarrista Robbie Robertson, fallecido durante el verano de 2023.
Hudson era acaso el más discreto de aquellos cinco pilares de The Band, sobre todo porque se explayaba menos en las labores de composición y apenas se desenvolvió como artista en solitario una vez que el quinteto se disolvió con el engorroso trámite discográfico de Islands (1977) y su celebérrimo concierto de despedida, El último vals (The Last Waltz), inmortalizado con la película de Martin Scorsese. Pero el sonido del órgano de Hudson es consustancial a la historia de la banda, cuyos integrantes siempre le tuvieron como el hombre de más sólida formación musical de los cinco. En plena efervescencia creativa de los sesenta, cuando el órgano Hammond B-3 era el referente sonoro para el jazz y el rock de nueva generación, Hudson se decantó por el aparentemente más humilde Lowrey y además despuntó como acordeonista y hasta saxofonista ocasional.
Sus cuatro compañeros de fatigas, originalmente bautizados como The Hawks y emparentados a la vieja estrella del rockabilly Ronnie Hawkins, le señalaban como el hombre sabio que marcaba las distancias con cualquier otro grupo de la escena. De hecho, Bob Dylan y Rick Danko se inspiraron en él para escribir This Wheel’s On Fire (del debut de The Band, el inconmensurable Music From Big Pink, en 1968), una pieza con la que le reconocían como gran elemento diferenciador. No en vano, Hudson había disfrutado de formación académica en el Conservatorio de Toronto, manejaba con solvencia el repertorio de Bach y parafraseaba su Tocata y Fuga en Re menor para la introducción de Chest Fever, una pieza también perteneciente a Big Pink y que, si nos fiamos de la leyenda, el ahora desaparecido artista interpretaba de manera diferenciada en todas y cada una de sus apariciones públicas.
Garth Hudson se convirtió así en la espina dorsal de The Band tanto para el quinteto en nombre propio como en su faceta de banda acompañante de Dylan, una alianza inigualable desde los míticos conciertos de 1966 (esos en los que al bardo de Duluth le gritaron “¡Judas!” por abrazar la fe eléctrica) a las sesiones de composición en un sótano cerca de Woodstock que fructificaron en The Basement Tapes, pasando por la monumental gira conjunta a principios de 1974 que en su día cobró forma de doble elepé (Before The Flood) y hace solo unos pocos meses reapareció como un mastodonte discográfico de ¡27! compactos.
En realidad, en la trayectoria de Hudson solo se echa de menos una mayor exposición en primera persona: más allá de unos conciertos en 1998 en torno a la figura de Dvorak (otra vez la herencia clásica), su debut oficial en solitario no se produciría hasta 2001 con un elepé casi ambiental, The Sea to the North, que desconcertó a sus fieles y disfrutó de una repercusión muy limitada.
Esa circunstancia no aminoró el interés hacia su figura entre artistas mucho más jóvenes; músicos que, como en los casos de Norah Jones, Wilco, Doug Paisley o Neko Case, recurrieron a sus servicios más como devotos que en su condición de compañeros de oficio. Hudson había exudado música por cada poro ya desde la cuna —su madre era pianista y su padre, entomólogo de profesión, dominaba con solvencia varios instrumentos de viento—, y además era un investigador musical y sonoro insaciable. “Me sorprendió descubrir lo mucho que le gustaba viajar”, le glosaba Robbie Robertson en su autobiografía, Testimony (2016), “porque su curiosidad y entusiasmo eran contagiosos”. Y casi un centenar de páginas después avisaba: “Garth interpretaba los solos de órgano como nadie más era capaz de hacerlo en este planeta. El sonido flotaba y se elevaba en el espacio”.
Los problemas financieros le asaltaron en sus últimos años, y para aliviarlos terminó cediendo a Robertson sus derechos editoriales con The Band. Pero siempre transmitió la sensación de que los sentimientos de rencor o nostalgia le quedaban lejos. Al contrario: en torno a 2010 promovió una “celebración canadiense de The Band” en la que convocó a sus más ilustres paisanos de distintas generaciones, desde Neil Young a Bruce Cokburn, The Sadies o Hawksley Workman, para celebrar y recrear el legado discográfico, para siempre inmortal, de aquellos cinco genios discretos que hoy ya solo brillan en las páginas de la historia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.