Paula Palacios, directora de cine: “Durante 12 años, el vínculo entre Ali y yo ha sido una cámara”
La realizadora, nominada a los Goya por ‘Mi hermano Ali’, narra la vida (y milagros) de un migrante somalí con el que se encontró en una cárcel ucrania antes de la guerra y al que ha seguido por medio mundo
A finales de 2011, Ali Ahmed Warsame, un joven somalí de 15 años, ingresaba en el centro de detención de inmigrantes de Chernigov, al norte de Ucrania. Llevaba un año dando tumbos por el país eslavo, adonde había entrado corriendo, cruzando la frontera desde Rusia. Medio año más tarde de su ingreso en lo que para él era “una cárcel”, en mayo de 2012, apareció por allí una joven cineasta española, Paula Palacios (Madrid, 1983). Se habían conocido meses antes, en la frontera, donde ella rodaba un documental sobre mujeres refugiadas para la televisión árabe Al Yazeera: “Ali se acercó a mí, me habló de la UEFA [la liga europea de fútbol], de geopolítica, de Obama y Estados Unidos, de la crisis económica española y de Bankia. Me sorprendió”, cuenta la directora. Ese fue el comienzo de una amistad que se ha desarrollado (y grabado) durante 12 años y que les ha llevado por medio mundo: Ucrania, Estados Unidos, Qatar, Arabia Saudí y España. El 23 de octubre, Ali Ahmed Warsame (con 27 años) y Paula Palacios (de 41) irrumpían en el escenario del teatro Zorrilla de Valladolid, en plena Seminci, la Semana Internacional de Cine de la ciudad pucelana. Presentaban juntos el documental que narra su peripecia, Mi hermano Ali, que el 18 de diciembre fue nominado a los Goya en la categoría de Mejor película documental. Una historia desprejuiciada en la que ambos migran al mundo del otro y tratan con naturalidad toda clase de temas: libertad, amor, sexo, fe, feminismo, maternidad...
Pregunta. ¿Cómo acaba un encuentro fortuito en la Ucrania de antes de la guerra convertido en documental?
Respuesta. Ali era un niño de 15 años, muy espabilado y vacilón. Logró sacarme mi perfil de Facebook y durante los cinco meses siguientes a ese encuentro me escribía cada día, para convencerme de que hiciera una película sobre él y sobre su vida. Estaba convencido de que un proyecto cinematográfico podía sacarle del agujero en el que se encontraba, en un rincón perdido y olvidado del mundo.
P. Y le convenció.
R. Sí. En aquel momento yo era una directora muy joven, con ganas de aventuras y con tiempo. Me dejé llevar. Entré en el centro de detención para hacer un documental sobre él y la situación de otros migrantes somalíes (eran 22) y acabé centrándome en Ali. Cuando salió de su prisión, le di una cámara para que pudiese grabar su día a día. Regresé muchas veces a Ucrania hasta que Ali logró salir del país.
P. ¿No pensó que al lograr Ali su sueño de vivir en Estados Unidos podía irse todo el trabajo al traste?
R. No, era un giro inesperado para la película, algo inimaginable. Ali iba a cumplir el primer sueño del que me habló cuando nos vimos en la cárcel. No pude viajar con él, pero llevaba la cámara, nuestro vínculo durante 12 años, y continuó grabándose. Después, fui con mi equipo a rodar a Gran Rapids (Michigan), la ciudad norteamericana en la que Ali comenzó una nueva vida a los 17 años: compartía piso con otros dos migrantes. Iba al instituto y, gracias a la Organización Bethany Christian Services, tenía una ayuda mensual de 800 dólares para pagar el alquiler y su manutención.
P. Pero esa ayuda no duraría eternamente...
R. Claro, al cumplir los 21 años se acabó. La mayoría de edad abocaba a Ali al mundo real americano. Ese fue un momento muy crítico, nos distanciamos.
P. ¿Por qué?
R. Pues creo que porque él se agobió y quiso que le pagara. Yo le expliqué que el acuerdo era otro y que yo estaba haciendo enormes esfuerzos para grabar toda su historia. Él no lo entendió en ese momento y eso nos separó durante cuatro años, en los que mantuvimos contacto por redes sociales para saber de nuestras vidas.
P. ¿En qué momento se produce el reencuentro y por qué?
R. Nos volvimos a encontrar en Doha (Qatar). El plan era ir juntos a Kenia a ver a su madre y hermanos. Pero, en Doha me dijo que se iba a casar y que quería que conociera a la que iba a ser su esposa. Ella vivía en Yeda, Arabia Saudí. Él trabajaba como transportista en EE UU conduciendo un camión. Viajaba durante semanas enteras, ganaba buen dinero, había viajado a La Meca y la había conocido allí.
P. ¿Pero cómo fue a casarse tan lejos viviendo en EE.UU?
R. . Yo creo que Ali vivió una crisis personal. Sufrió un desencanto del sueño americano. No era lo que él esperaba. Se refugió en la religión.
P. ¿Y cambió?
R. No sé. Al principio yo pensé que había cambiado, pero visto con perspectiva, en realidad, es que yo no había llegado a ver la parte tan religiosa que siempre ha tenido.
P. ¿Qué le ha dado Ali?
R. El acceso a un universo que para mí era muy lejano.
P. ¿Y qué le ha dado Mi hermano Ali?
R. La película me ha mostrado cuantas miradas puede haber de una misma historia, cada coloquio es diferente, cada quien se fija en una cosa.
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