La década más decadente
En Estados Unidos lo llamaban ‘hair metal’; aquí se traducía no de forma inocente como rock de peluquería. Grupos que vivieron años de vino y rosas… hasta que llegó el ‘grunge’
Fue posiblemente la época más excesiva en la historia del rock. Exageración de ropas, peinados, riffs machacadores, voces agudas, montajes escénicos. Abusos de todo tipo: cocaína para desayunar, heroína para dormir, océanos de alcohol. Dado que geográficamente se desarrolló en Hollywood, sorprende que la industria audiovisual no haya prestado más atención al glam metal. Sí, está The Dirt, el biopic basado en el libro homónimo sobre Mötley Crüe, pero resulta pobre. Y se ha estrenado Nöthin’ But a Good Time: The Uncensored Story of ‘80s Hair Metal, documental de tres capítulos marcado por la ausencia de bastantes luminarias del género, reticentes a ser identificadas con aquella era de libertinaje.
En el inicio aquello era auténtico: músicos y público de querencias hardrockeras que se sentían opacados por la hegemonía de la new wave y el power pop en Los Ángeles. No fue un invento de las grandes discográficas: muchos grupos debutaron en sellos independientes o en compañías europeas y japonesas. Como inspiración tenían el éxito de Van Halen a partir de 1978, con el virtuosismo de su guitarrista y el hedonismo que predicaba su cantante, David Lee Roth. Pero no eran angelinos: venían de Pasadena.
La escena hair metal se coaguló alrededor de locales históricos del Sunset Strip: Whisky a Go Go, Gazzarri’s, Troubadour; luego aparecerían clubes especializados, como el Cathouse, donde un furioso Axl Rose hizo huir a David Bowie, que exploraba, como era su hábito, aquella subcultura. Allí se congregaban músicos famélicos, que—todo hay que decirlo— solían explotar a las muchachas, fueran hijas de millonarios o esforzadas strippers.
En aquellas relaciones simbióticas, terminaron apoderándose de los maquillajes, las barras de labios, los vestuarios de las chicas. Las tiendas de Melrose Avenue vendían ropa fantasiosa (luego surgirían diseñadores especializados, como Roy Brown o Fleur Thiemeyer). Las melenas, teñidas e hinchadas a alturas estratosféricas, requerían atención especial. El asalto a las listas comenzó hacia 1983, con los himnos al vive-rápido-e-intensamente de Mötley Crüe y el Cum on Feel the Noize de Quiet Riot (tema original de Slade, que evidencia cierta conexión con el glam británico de los setenta).
En avalancha llegaron Dokken, Great White, Poison, Ratt, W.A.S.P., Warrant, Faster Pussycat. Hasta apareció Stryper, con mensajes cristianos. Al panal de rica miel se apuntaron grupos de otros rincones de EEUU —Twisted Sister, Cinderella, Jetboy, Skid Row— e incluso de Europa, como Hanoi Rocks o White Lion. Aunque ninguno adquirió la popularidad (y la infamia) de Guns N’ Roses, que en verdad no encajaban en el canon del hair metal. Notoria la ausencia de mujeres, aparte del cuarteto Vixen y dos antiguas Runaways, Lita Ford y Joan Jett; el glam metal era esencialmente machista, algo amplificado por los videos que exigía la MTV.
Según la leyenda, el movimiento fue borrado del mapa en 1991, con la eclosión de Nirvana. Evidentemente, el grunge supuso una radical depuración estética, aunque las disqueras ya eran conscientes de la saturación de ofertas de hair metal y el desgaste de la fórmula. No sufran por los caídos en desgracia: tras pasar por el purgatorio, muchos grupos han reaparecido en alas de la nostalgia. Tocan ahora en casinos, eventos corporativos, cruceros; olvidados los derroches, aseguran que ingresan más dinero que en sus años de gloria.
Babelia
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