Castil de Genoveses: la excepción cristiana en la Málaga andalusí
Escondido en un aparcamiento público, apenas un pequeño tramo de muralla se ha conservado del que fue el único barrio comercial amurallado del Reino de Granada
A finales de los años ochenta, Málaga buscaba cómo descongestionar de tráfico el centro histórico. Su gran apuesta fue la construcción de un aparcamiento subterráneo entre el puerto y la gran vía comercial de la ciudad, la calle Larios. Como era previsible, las obras descubrieron restos arqueológicos. El nulo interés privado, la falta de apoyo público y una campaña de descrédito bajo la idea de que la arqueología paralizaba el progreso dificultaron los trabajos dirigidos por el catedrático Manuel Acién y casi todo el yacimiento fue arrasado por las máquinas. Hoy solo queda un pequeño paño de muralla, escondido en el aparcamiento público, que fue parte del castil de genoveses, zona habitada por cristianos y que representa el único barrio comercial amurallado del Reino de Granada. El espacio ahora se reivindica en el trabajo El castil de genoveses de Málaga, realizado por los especialistas Carmen Peral y Raúl González, recién publicado por la Universidad de Jaén y que recoge sus características, sus residentes o las relaciones comerciales con otros puertos.
A pesar de las dificultades, el profesor Acién —fallecido en 2013— recogió al detalle el trabajo que realizó en un diario que quedó guardado en un cajón. Como sigue ocurriendo hoy con otros restos arqueológicos de la ciudad, como los encontrados en 2020 bajo la Plaza de la Merced, apenas pudo analizar un 20% de aquel yacimiento ante las presiones públicas y privadas. “Entonces pensábamos que íbamos a excavar los restos del puerto romano, pero nos encontramos una secuencia arqueológica enorme. Y múltiples indicios que ayudaron a entender la peculiaridad del urbanismo de la zona”, cuenta Carmen Peral, que tras formarse en historia medieval en los 70 participó en aquellos trabajos a finales de los ochenta. Siempre le quedó la espinita de que la información no fuese publicada como merecía. Cuando en 2018 recibió la llamada de Raúl González, profesor de historia medieval de la Universidad de Granada, no se lo pensó. Ella ha actualizado los datos de la excavación para reconstruir el espacio físico y él ha buceado en los archivos —desde actas notariales a procesos judiciales, diarios de navegación o notas de viaje de peregrinos a bordo de galeras— para conocer quiénes eran sus habitantes, a qué se dedicaban, cómo su actividad repercutía en la ciudad o las conexiones con otros puertos. “Hemos podido establecer que esta era la segunda comunidad mercantil genovesa más importante del Mediterráneo islámico tras Túnez y el único barrio comercial fortificado”, apunta el docente.
El espacio, de forma triangular, ocupaba unos 3.500 metros cuadrados y ejercía de fachada marítima, al sur de la ciudad. No formaba parte de ella de manera estricta. Estaba fuera de sus murallas, unido solo por una puerta que permitía el paso de la mercancía: el resto era un muro que la protegía y permitía el control fiscal. El recinto funcionaba de manera autogestionada y su población no se mezclaba con la local. Se cree que se levantó entre las décadas de 1330 y 1340 con el apoyo del reino nazarí —entonces liderado por Yusuf I— y que ya llevaba medio siglo de relaciones mercantiles con Génova gracias a un tratado en el que se comprometía a cederles un espacio adecuado a sus necesidades. Ocurrió en Granada, Almería y Almuñécar, pero siempre en forma de alhóndiga —edificio cuadrado con patio central— y nunca como un barrio. Málaga fue la excepción. “Era un centro logístico, el principal punto de entrada de mercancías del Reino de Granada”, subraya el profesor González. “El puerto malagueño era entonces la llave entre Europa y el Magreb, entre el Mediterráneo y el Atlántico, entre cristianos e islámicos”, añade Peral.
Más de 500 barcos estudiados
Esta especie de ciudadela fortificada contaba con dos manzanas en las que se repartían edificios como una iglesia —dedicada a Santa María— y seis viviendas, levantadas con pilotes de madera, técnica constructiva que emparenta a este con el enclave portuario de Génova y que los genoveses también recomendaron a los nazaríes en las cercanas atarazanas, hoy mercado central de Málaga. También había varios almacenes, donde se guardaba todo lo que se exportaba e importaba desde el puerto, que el profesor González ha podido averiguar gracias al análisis de la documentación relativa a más de 500 barcos fondeados frente a Málaga entre los siglos XIII y XV.
Entre lo que salía destacaban los productos estrella locales: azúcar de caña, uva pasa, higos, almendras y seda, que se producía en la zona de la Axarquía actual y era muy apreciada en el Norte de Italia. De manera excepcional también se vendía cerámica de loza dorada. Hasta la ciudad nazarí llegaban metales como plomo y estaño desde el mar del Norte, paños de lana de la industria flamenca y otras múltiples mercancías: desde plantas medicinales y tintóreas hasta manteca o vidrio. “Había una gran compañía, la Sociedad de la Fruta, que tenía varios monopolios. Y en total había en el barrio unos 25 mercaderes, algunos tan potentes que incluso ejercían de financieros de la casa real nazarí. Si se suman los aprendices, escribanos, traductores, cónsules, notarios, traductores, el sacerdote y el cirujano barbero, podrían vivir en la zona entre 50 y 75 personas en una estimación a la baja”, explica González. Conformaban la comunidad extranjera más amplia.
“Luego todo desapareció de un plumazo”, cuenta Peral, que relata que tras la llegada de los Reyes Católicos —que tomaron la ciudad en 1487— el espacio fortificado pasó a jurisdicción militar y, por seguridad, no volvió a ser descrita. La comunidad genovesa cambió por completo y también llegaron comerciantes castellanos que les hacían competencia. A lo largo de los siglos distintos visitantes describieron y dibujaron las murallas del barrio, así como sus modificaciones posteriores, que según recogió la excavación, tenían menos calidad. El lugar poco a poco evolucionó hacia un enclave defensivo que se fue alejando del mar a medida que la ciudad crecía. La relevancia del puerto, además, se fue diluyendo frente al poder que tomaron Sevilla y Cádiz gracias al comercio con América. El castil, eso sí, nunca dejó su función comercial. Los almacenes seguían manteniendo una gran actividad portuaria en el siglo XVIII, según explica la publicación, pero ya sin rastro de los genoveses.
La consulta de la cartografía histórica ha permitido comprobar cómo el crecimiento de Málaga y sus cambios urbanos fueron borrando la huella del singular espacio, sobre todo a partir de la construcción de calle Larios a finales del siglo XIX con el objetivo de ventilar el centro histórico y, a mediados del siglo XX, cuando se derribó prácticamente todo el castil para unir la Alameda Principal con el Paseo del Marque. La Plaza de la Marina hace de eje entre ambas zonas y lo poco que quedaba fue arrasado en los años 80 para la construcción del aparcamiento que hay debajo. Entre los miles de coches que estacionan allí cada día, un pequeño trozo de muralla ejerce de excepcional superviviente de un barrio único en la historia del Reino de Granada.
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