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tendencias

Benidorm absurdo, masivo y ‘kitsch’: “Es un festín para entrenar la mirada”

La ciudad de vacaciones, sobre la que pesa un largo estigma de horterez populachera, también genera pasiones artísticas y se aborda con frecuencia en productos culturales

Un hombre contempla la playa de Poniente de Benidorm desde una embarcación.
Un hombre contempla la playa de Poniente de Benidorm desde una embarcación.David Ramos (Getty Images)
Sergio C. Fanjul

En Benidorm un payaso triste arrastra los pies y entra en este y ese bar nocturno. En Benidorm se venden camisetas fluorescentes que dicen suck my dick, y lick my pussy, y las chicas buenas van al cielo, las malas, a Benidorm. En Benidorm una gran cruz en la montaña trata de exorcizar el vicio y el biquini. Benidorm, que está hecho de hormigón, cervezas y neón, también es un lugar mitológico fabricado con ideas y con sueños. Pese a un largo estigma de horterez populachera, sabe levantar pasiones y se aborda con frecuencia en los productos culturales.

“Benidorm es una isla desierta en lo cultural, pero luego, si sabes escuchar, es una ciudad que cuenta cosas, que cuenta historias”, dice la escritora Esther García Llovet. En Spanish Beauty (Anagrama), una negrísima novela con mafiosos rusos, fiestas y secuestros, antros sórdidos y rascacielos, la autora se introduce en los bajos fondos de la ciudad de vacaciones. “Esta ciudad, tan cinematográfica, con esas luces nocturnas, tiene algo muy bueno para la novela negra: es muy fácil perderse en el anonimato”, dice la escritora. “La España vacía no me llama para perderme, necesito la España muy llena”.

En Benidorm las torres rascan el cielo como en Manhattan y los patinadores surcan el paseo como en Venice. En Benidorm los jubilados hablan de tumores en la playa y un gorila gigante abraza un grupo de mujeres festivas. En Benidorm un sexagenario británico de piel canela y origen indio se acerca a medianoche y asegura llevar más de 12 horas en la barra. Benidorm inspira infinitos textos veraniegos, como este.

Turistas británicas, con coronas y orejas postizas por la coronación del rey Carlos de Inglaterra, en una terraza de Benidorm.
Turistas británicas, con coronas y orejas postizas por la coronación del rey Carlos de Inglaterra, en una terraza de Benidorm.David Ramos (Getty Images)

“Me flipa el arco dramático de Benidorm, cómo aquel pequeño pueblo de pescadores se convirtió en lo que es hoy”, dice Elisa Ferrer, autora de El holandés (Tusquets). Su novela se basa en un caso real: el del hombre que hizo una fortuna vendiendo el último solar sin edificar de la playa de Poniente. Le gusta la historia de cómo se democratizó el turismo en Benidorm, cuando no todo el mundo podía irse de vacaciones: “Eso es lo que veo cuando estoy allí, que todo el mundo es feliz”, dice. Aunque todo tiene dos caras: “Supongo que la gente que trabaja no tiene una visión tan alegre”.

En Benidorm, la hija de Sticky Vicky sigue haciendo su acrobacia vaginal, aunque María Jesús ya no pone a bailar a los pajaritos con su acordeón. En Benidorm los clientes practican la caza-recolección en el buffet libre, creando monstruos gastronómicos sobre el plato. En Benidorm el plato típico es el carbohidrato alegre: la pizza hawaiana, la smash burger, y una inopinada variedad de pintxos vascos. Helados vintage, banana split, pijama, fish & chips, sex on the beach servido en las hamacas.

En Nieva en Benidorm, Isabel Coixet retrata una ciudad hipnótica en la que un hombre británico, solitario y maniático se adentra en la vida de su hermano desaparecido, que regenta un club de burlesque. “Benidorm es una amalgama de lugares y no lugares, de tópicos y paradojas y sorpresas, de cielos furiosamente azules y de atardeceres apabullantes. Es un festín para entrenar la mirada. Un festín que recomiendo”, escribía la cineasta en este periódico.

Fachada del bar Hotel California por la noche, en Benidorm.
Fachada del bar Hotel California por la noche, en Benidorm.Cristina Arias

En Benidorm el turismo británico tiene un pésimo gusto en el vestir pero un extraordinario gusto musical. En Benidorm siguen actuando cada noche David Bowie, Bob Marley y Elvis Presley. En Benidorm un hombre enjuto y viejo duerme la siesta, con la gorra rojigualda, bajo una palmera, como arrojado desde el cielo. En Benidorm hay turistas con la piel enrojecida, el pectoral hinchado, el paso errático y los ojos nublados de placer.

En el filme de Coixet se recuerdan aquellas míticas cinco semanas que la pareja de poetas formada por Sylvia Plath y Ted Hugues pasó en la ciudad durante su luna de miel, en 1956. La poeta le escribiría cartas a su madre hablando de “aquel mar azul centelleante, la limpia curva de sus playas, sus inmaculadas casas y calles –todo, con una pequeña y relumbrante ciudad de ensueño”. Este lugar solo estaba empezando a ser lo que después sería, lo que ahora es. “Sentí instintivamente, igual que Ted, que ése era nuestro sitio”, dijo Plath.

En Benidorm hay un enorme cisne hinchable y rosa en cada tienda, y robots centelleantes, y perritos autómatas, y enormes colecciones de gafas de sol por cuatro duros. En Benidorm un hombre con acondroplasia se gana la vida siendo esposado a los que celebran su despedida de soltero. En Benidorm cuatro enormes estatuas de los Beatles convierten la calle Gerona en Abbey Road. En Benidorm se ofrecen fustas, tangas, dildos, cueros negros para las formas más hermosas del amor.

Fiesta de disfraces en una calle de Benidorm.
Fiesta de disfraces en una calle de Benidorm. David Ramos (Getty Images)

El fotógrafo británico Martin Parr se enamoró de Benidorm en los años 90 y durante más de 20 años ha persistido visitando la ciudad y retratando el lado más absurdo, kitsch y colorido del turismo. Tuvo un precedente (y amigo) español: Carlos Pérez Siquier, fallecido en 2021, que en los mismos términos de color refulgente e ironía retrató el turismo rampante en su serie La playa desde los años setenta. Parr y Siquier, sorollas inversos, muestran lo artificioso del sol y playa contemporáneos, sus plásticos y tanorexias, la realidad de los cuerpos lejos de los anuncios publicitarios y las poses praxitelianas.

En Benidorm están el cuerpo terso y joven y la lorza de la edad madura. Hay sexo en vivo en los garitos, pantallas gigantes para ver cualquier tipo de deporte, verdadera afición al minigolf. En Benidorm ondean las banderas arcoíris y se juega al bingo en los hoteles. En Benidorm prefieren domar a los toros mecánicos que clavarles banderillas. Resuenan las máquinas recreativas, la bolera, el carrusel, el punching ball. En una tienda hay un bate béisbol que dice Benidorm. Todo brilla y tienta y refulge en Benidorm. En Benidorm una niña, al borde del mar, se enfrenta a las olas y dice: “No, parad, no quiero, no sigáis”.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
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