Muere el compositor alemán Wolfgang Rihm, autor de una obra inabarcable y compleja
Fallecido el sábado a los 72 años, deja un inmenso legado musical formado por casi 500 títulos de gran intensidad y extensión
Es especialmente duro hablar del fallecimiento de un compositor que tenía la misma edad que yo y que se presentó en los burladeros musicales por los mismos años y sintiendo similares preocupaciones. Tempus Fugit.
Wolfgang Rihm, fallecido el sábado, a los 72 años, había nacido en Karlsruhe (Alemania, entonces Occidental), el 13 de marzo de 1952. Allí inició sus estudios con maestros como Eugen Werner Velte, Wolfgang Fortner y Humphrey Searle. En 1970 asiste a los legendarios cursos de Darmstadt, donde pronto se convirtió en un clásico. En Colonia siguió las enseñanzas de Karlheinz Stockhausen y de Klaus Huber, así como de Hans Heinrich Eggebrecht en Friburgo. Enseguida se convirtió él mismo en profesor, primero en Karlsruhe, su ciudad natal, y más tarde en numerosos centros centroeuropeos, prácticamente en la misma década de los setenta, en la que irrumpió.
Cuando, a inicios de esa década, se presentan las primeras obras de Rihm en los festivales de vanguardia centroeuropeos, obras orquestales monumentales como Morphonie/Sektor IV, en 1974, causó tanta admiración como perplejidad, cuando no escándalo, aquello sonaba mucho a Mahler o a Bruckner, por retomar los tópicos del periodo. Se hablaba de neorromanticismo, de nueva simplicidad. En ese mismo año, se presentaba su ópera más y mejor conocida, Jacob Lenz, una declaración de intenciones al basarse en la peripecia biográfica de uno de los padres del romanticismo alemán, el antecesor de Buchner, autor de Woyzeck, y amigo de Goethe.
Su irrupción coincidió con el cambio drástico de sensibilidad en el territorio de las vanguardias, en pleno ojo del huracán del posmodernismo, cuando se ponían en cuestión los dogmas estructurales de las generaciones anteriores. La precocidad de su ascensión pareció corresponderse con la intensidad de su propuesta compositiva y, muy pronto, con su enormidad. Pasando sin solución de continuidad a ser uno de los compositores más solicitados del área centroeuropea y acaparando premios, encargos y distinciones.
Ante tanta demanda, Rihm no se desanimó ni un segundo, componía, y ha seguido componiendo hasta su fallecimiento, como quien abre el grifo de un surtidor inagotable. Como el propio Rihm declaró: “Tengo la visión de que la música está dentro de mí, como un gran bloque. Cada composición es parte de este bloque y constituye una fisonomía precisa a esculpir. Para ver quién soy debo cortarme en mi propia carne, abrirme, preguntar a un espejo lo qué ve”.
Es muy interesante esta afirmación, porque la sobrehumana cantidad de música escrita por Rihm, la gran extensión de sus obras y la sensación de que cada una podría continuarse con las demás invita a corroborar lo que el propio compositor describe. Y, desde luego, el gran bloque es muy, muy grande: obras larguísimas, de duraciones casi brucknerianas, con una textura musical que evoca un flujo que idealmente podría no interrumpirse nunca. A las que se añade una continuidad instrumental destacada: docenas y docenas de piezas orquestales, otras tantas de cámara, obras líricas entre las que destacan óperas, piezas líricas para teatro, o simplemente para solistas y grupo… En fin, su catálogo de casi 500 obras, podría parangonarse a grandes empresas míticas, como la biblioteca de Babel, de Borges, o similares y me libera de la obligación de citar algunas obras destacadas.
Igual que parece evidente la casi imposibilidad de llegar a escuchar ese catálogo completo o, incluso, una parte sustantiva; la escucha de cualquiera de ellas ofrece claramente la impresión de que el todo es similar a la parte; que cualquier fragmento de ese gran bloque que ha sido la música para Rhim, podría considerarse como un fiel retrato de la totalidad. Así que no hay que desanimarse, hay que escuchar a Rihm, aunque sea una sola de sus obras; seguro que se hacen una idea cabal del gran bloque.
El mérito de Rihm, su absoluta singularidad, reside en que ese programa musical, casi de un niño glotón que no se sacia nunca de producir música, era una continuación no lógica pero sí plausible de las indigestiones de las vanguardias musicales, del programa megalómano de quien fue uno de sus maestros y referentes, Stockhausen; pero a la vez su reducción al absurdo, su negación.
Lo que terminó por hacer de él uno de los más destacados compositores de ese periodo convulso es que Rihm no se dejó atrapar en el esquema posmoderno. Siempre declaró su admiración y una continuidad fiel a los maestros anteriores, Stockhausen, por supuesto, así como Feldman, Lachenmann, Nono... Y que su obra pueda sonar a Mahler y a la vez a Lachenmann o a Nono es algo que asombrará a quienes sepan algo de lo que cito.
Su carrera se ha visto enriquecida, además, por un gusto cultural infalible en sus referencias, Sófocles, Hölderlin, Nietzsche, Müller y una curiosidad insaciable hacia las artes plásticas o el cine. Una personalidad, en suma, compleja y rica en su faceta cultural y, desde luego, exuberante en lo musical. Si alguien se ha merecido descansar en paz, desde luego, es Wolfgang Rihm.
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