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Bill Viola, el artista que ralentizó el tiempo, muere a los 73 años

El creador neoyorquino, que ha fallecido por alzhéimer, construyó un universo propio destinado a dar respuesta a las grandes preguntas de la vida recurriendo al videoarte y a los maestros antiguos

El videoartista neoyorquino Bill Viola, delante de una de sus obras, en 2005.
El videoartista neoyorquino Bill Viola, delante de una de sus obras, en 2005.Gorka Lejarcegi
Miguel Ángel García Vega

Un gran artista es aquel que sabiendo entender su propio tiempo es capaz de adelantarse a él. Bill Viola, un creador que fue capaz de enfrentarse en su obra con temas tan esenciales como la muerte, incluso de sus seres queridos, el nacimiento, la belleza, la luz, la oscuridad, el dolor o la espiritualidad cristiana, falleció a los 73 años el viernes pasado, en su casa de Long Beach (California, Estados Unidos), después de años sufriendo alzhéimer. Hace apenas unos meses, su asistente en el estudio, Gene Zazzaro, contaba a este periodista que estaba tan enfermo que era incapaz ya de atender al teléfono.

Bill Viola nunca fue eso que se etiqueta de un vídeo-artista, sino un creador, que utilizaba el vídeo para expresarse. En España siempre fue reconocido. En la feria Arco presentó uno de sus mejores trabajos llamado Observance (2002). Un vídeo que remitía a los atentados de las Torres Gemelas en septiembre de 2001. Lo había planteado igual que un joven Ribera. Las figuras estaban aisladas, solas. Concentradas en sus sentimientos. Sin distracciones de fondo. Solo un grupo de personas en una emocionante cola se alternaban para contemplar con horror algo que se ocultaba al espectador pero que resultaba sencillo suponer. Solo hubo un ejemplar a la venta. Unos 300.000 euros. “Únicamente puede estar en una institución pública o privada”, exigió. Tenía el sentido de haber creado una gran obra. Al igual que aquel primer vídeo, de 1976, El espacio entre los dientes. Había algo distinto en él. Quizá la emoción que recogió de los maestros antiguos cuando solo, únicamente, el fotógrafo Jeff Wall, los miraba.

Viola escribía con una letra muy clara con rotulador negro y en pequeños cuadernos. Ahí prendía sus apuntes. Sin duda, hay muchos violas, quedémonos con el “español”, un rato, a solas. En 1986 visitó el Museo del Prado, donde, por primera vez, la pintura le hizo llorar. Impactado por los polípticos medievales, el grabado de Goya El sueño de la razón y sus pintura negras. No fue su única pasión española. En 1993 creó la videoinstalación La habitación de San Juan de la Cruz, que evoca la celda ínfima donde el místico español fue torturado y escribió poesía.

Nada de esto habría sido posible gracias a una de sus vivencias más famosas con la muerte. Lo narró en 2004 en la inauguración de su exposición Las pasiones, en la sede de la Fundación La Caixa en Madrid. A los seis años se cayó en un lago. Pero antes de ser rescatado por un tío, bajo el agua, encontró “probablemente el mundo más bello que haya visto”. “Todo era calma, tranquilidad; había desaparecido el miedo. Una especie de paraíso, y yo pensaba que ese era el mundo real”, contaba en una entrevista con el historiador del arte Hans Belting (1935-2023). Sus obras nunca podrán desprenderse de esa experiencia.

El videoartista Bill Viola posa ante uno de sus trabajos en una exposición de su obra en al Museo Reina Sofía de Madrid, en 1993.
El videoartista Bill Viola posa ante uno de sus trabajos en una exposición de su obra en al Museo Reina Sofía de Madrid, en 1993.Alfredo García Frances

William Viola Jr. nació en enero de 1951 en el barrio de Flushing, Queens (Nueva York), criado con un hermano mayor y otro más pequeño. Su padre, explica The New York Times, trabajaba en American Airways y era hijo de inmigrantes italianos y alemanes. Su madre, Wynne (Lee) Viola, había viajado de Inglaterra a Estados Unidos.

Se licenció en la Universidad de Siracusa en artes. Pronto estaba ayudando a montar exposiciones de Nam June Paik, Peter Campus y otros. Más tarde, en 1973, trabajaría con gigantes de la época, como Joan Jonas, Chris Burden o Jannis Kounellis. En 1997 conoció a Kira Perov, directora de los eventos culturales en La Trobe University en Melbourne (Australia). Se casó con ella y, desde entonces, sería la encargada de planificar el trabajo, fotografiarlo, catalogarlo, acordar los términos de las exposiciones. Esa parte que a él tanto le costaba. El tiempo les dio dos hijos: Blake y Andrei.

Hay una obra extraordinaria: The Passing, 1991 (El tránsito), en la que filma el camino hacia el fallecimiento de su madre. Había tenido un derrame cerebral y falleció en noventa días. “Fue una increíble pesadilla emocional que finalizó con ella rodeada de tubos y cables, mientras la misma tecnología electrónica e informática con la que yo había basado toda mi práctica artística la mantenía viva”, contaría. La única opción que tenía para soportar el dolor era filmar a su madre en su lecho de muerte. “Lo concebí en dos semanas y como una bofetada me di cuenta de que la vida era mucho más profunda de lo que imaginaba”.

Poco después llegaron mejores tiempos. En 1992 fichó por la galería neoyorquina James Cohan, una de las más importantes de los años noventa. Seis años más tarde, en la Bienal de Venecia muestra The Greeting, un vídeo rodado con actores basado en la pintura del maestro del Renacimiento Jacopo Pontormo (1494-1557). Narra la visitación de María a Santa Isabel. Ahí está el Viola más reconocible. La alta definición, el uso de pantallas planas, la imagen ralentizada hasta el extremo, como si una pincelada del maestro que tardase decenas de segundos.

Antes, en 1992, había creado El tríptico de Nantes. Son tres vídeos como paneles. En la izquierda aparece la vida, el parto; en el centro, un hombre flotando bajo el agua; a la derecha, la muerte, lenta, de una anciana. La exaltación de la vida y el sufrimiento, pero nunca aparece el rostro de Viola. La forma que halló de superar la crisis fue volver a los maestros antiguos. El excepcional El quinteto de los atónitos, de 2000, es una pintura caravaggista napolitana reinterpretada 400 años después. Más tarde, en 2014, mostró con un enorme éxito en la catedral de San Pedro, en Londres, Materia (Tierra, Aire, Fuego, Agua).

Su obra forma parte de las grandes colecciones del MoMa, Guggenheim, Getty o del MET. Pero esto da igual. Solo es la contabilidad de la vida. Pese a que en sus últimos años quizá su trabajo tenía una saturación de maestros antiguos y sus posibilidades habían llegado al límite, Viola tuvo el gran talento de proponer esos temas que solo unos pocos pueden alcanzar: el nacimiento, el dolor, el consuelo, la finitud del tiempo y, sobre todo, el entorno retorno de la pregunta: ¿cuál es el sentido de la existencia? Solo su búsqueda está al alcance de unos pocos. El historiador del arte James Elkins se pregunta en su libro Imágenes y lágrimas: ¿Por qué lloramos ante los cuadros? Contemplen algunas obras de Viola, con calma, al igual que se contempla una bella pintura antigua, ahí hallarán parte de la respuesta al desafío de existir.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.
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