Richard Ford, escritor: “Soy novelista, hombre blanco mayor, pero no voy a defender a todos. A Updike y Cheever, sí”
El autor estadounidense despide a su legendario personaje Frank Bascombe en ‘Sé mía’, su nueva novela
De visita por España para presentar su última novela, Sé mía (Anagrama), el escritor Richard Ford (Jackson, Mississippi, 80 años) recibe en una sala del hotel Wellington de Madrid. Un caballero del sur, si es que tal cosa aún existiera, el autor conserva un suave deje en su acento y esa característica elegancia, que esta mañana se traduce en una camisa de un verde intenso, convenientemente desvaído. Premio Princesa de Asturias en 2016, Ford es un declarado entusiasta de España, y en un momento dado de la conversación cuenta que él y su esposa, con la que lleva casado desde 1968, acaban de vender su casa en Nueva Orleans y no le importaría mudarse a Asturias, aunque ella no es tan partidaria.
Compra y venta de casas, a eso se dedica Frank Bascombe, el legendario personaje de Ford que llegó con El periodista deportivo en 1986, le valió un Pulitzer a mediados de la década siguiente con la siguiente entrega, El día de la Independencia, y de quien ahora se despide en Sé mía, quinto libro que Bascombe protagoniza.
Ford arranca la conversación justo ahí, dando por liquidado a su personaje, pero no su tarea literaria. Adelanta que lleva siete meses inmerso en un nuevo libro alejado totalmente de la voz de Bascombe, ese vecino de un suburbio, novelista frustrado, que dejó el periodismo deportivo para reconvertirse en agente inmobiliario, dos veces divorciado y cuya peculiar mirada ha recorrido el EE UU de las últimas cuatro décadas. “Esa voz se terminó”, asegura. Tal vez vuelva, porque ¿cómo puede estar tan seguro? “Sí, lo estoy. Cuando tienes 80 descubres cosas que antes no sabías”. ¿Por ejemplo? “Pues que te vas a morir”, dice, y prorrumpe en una carcajada.
La muerte es un tema central en Sé mía. Bascombe cumple los deseos de su primera esposa de esparcir parte de sus cenizas en el lugar donde pasaron las vacaciones en familia y recibe una llamada de su hija, con la que no tiene mucha relación. Le informa de que su hermano, el hijo de Bascombe, Paul, padece ELA. La novela narra ese tiempo en el que el padre cuida de su hijo enfermo y el viaje que emprenden juntos al monte Rushmore.
Pregunta. En Sé mía Frank cuestiona la idea de la felicidad, ese derecho a ser feliz que tan arraigado parece estar en la cultura estadounidense.
Respuesta. La misma Declaración de Independencia nos garantiza la búsqueda de la felicidad. Está en la mentalidad estadounidense que debemos ser capaces de alcanzarla. Quería abrir esa conversación en la novela, pero no es que necesariamente vaya en contra de ello. Personalmente creo que es algo a lo que debemos aspirar, yo no estoy dispuesto a renunciar a ello. Pero hay una cosa muy protestante en eso de pensar que eres feliz porque tú has creado esa felicidad en la que vives. Desde fuera otra persona puede verte como un desgraciado. La novela plantea una situación muy infeliz, un hombre que ve cómo se está muriendo su hijo.
P. Bascombe menciona a Heidegger reiteradamente. ¿El filósofo sobrevuela el libro?
R. Estuve leyendo su obra y me dejó perplejo. Heidegger considera que reflexionar sobre nuestra presencia en el mundo es algo valioso, impulsa una conversación interesante contigo mismo y con el medio que te rodea. Me pareció interesante. Y también quería meterle en el libro porque es un nazi ponzoñoso, y quería que hubiera alguien en la historia que es muy cuestionable en un sentido, pero no en todos.
P. ¿Por qué?
R. Porque hoy se considera que si cometes un error quedas cancelado. A Heidegger le han cancelado muchas veces y quería de alguna manera mostrar que, aunque fuera un nazi y un antisemita que merece el escarnio, hay una pequeña parte de él que nos puede ser útil.
P. En la novela hay otro charco que no esquiva: Bascombe acude a un centro de masajes y establece una peculiar relación con una joven de origen vietnamita.
R. Sí, es justo lo que quería.
P. No hay ninguna mención al MeToo, que en ese tiempo en el que transcurre la novela estaba en pleno apogeo.
R. No me interesaba meterlo en el libro. Como ser humano sí me interesa moderadamente, dado que he vivido con la misma mujer desde hace 60 años y he visto cómo ha logrado todo lo que se ha propuesto. Alguien describió esa parte del libro en el sitio de masajes como bochornoso. Eso es precisamente lo que quería cuando lo escribí. Fue divertido hacerlo; no quería que fuera libidinoso o abiertamente sexual. No quería que ella fuera una trabajadora sexual, sino exactamente lo que es: una mujer joven que está tratando de abrirse paso y terminar la carrera universitaria.
P. Esa historia con la joven lleva a Frank a reflexionar sobre los “afectos no clasificados”. ¿Hay hoy poco margen para esto?
R. Soy demasiado viejo para saberlo o para que me importe. Las dificultades que la gente tiene clasificando y desclasificando los afectos que siente por otros afectan en su mayor parte a una generación posterior a la mía. Pero ese deseo, voluntad, urgencia, necesidad y compulsión de clasificarlo todo a mí me parece contrario a la vida.
P. En Sé mía menciona la generación que le precedió, en concreto a John Cheever y John Updike, dos autores que jugaron un papel central en la literatura estadounidense del siglo XX.
R. Y en mi vida. No conocí a Cheever, pero sí bastante bien a John Updike. La obra de ellos significó mucho para mí, fueron los primeros, después de Faulkner, que leí arrebatadamente, porque escribían sobre un pedazo del mundo en el que yo estaba viviendo. Los suburbios podían servir para hacer literatura. Updike me gustaba más como novelista que como cuentista.
P. ¿Le sorprende que estos escritores hayan pasado a ocupar un papel marginal?
R. Me parece alucinante. La suya es una gran obra, no me importa que la escribieran hombres blancos, supérenlo, porque en esas páginas hay mucho de lo que se puede aprender y disfrutar. El poder de la imaginación está en sus libros, quién los escribió, el género o la raza… Es fácil para mí decir esto, yo soy un hombre blanco, mayor y voy a defenderlos, pero no defiendo a todos los hombres blancos mayores que han escrito novelas: esos dos merecen perdurar. Lo mismo que Carver, un gran amigo.
P. En el libro Frank dice que para triunfar en los negocios hay que identificar un mercado. ¿También en la literatura?
R. No lo creo, no hay una fórmula literaria. Yo he tratado de escribir sobre cosas importantes que conozco y he intentado que sea divertido y serio a la vez. Eso no es una tendencia.
P. En Sé mía plantea que más que pensar por qué hacemos algo habría que reflexionar sobre por qué no lo hacemos.
R. Puede sonar filosófico, pero para mí era más bien un juego de palabras, los novelistas empezamos así muchas veces. Joseph Campbell, un tipo afromericano que trabajó conmigo y que venía de las plantaciones, cuando le preguntabas, por ejemplo, si pensaba que su coche aguantaría un mes más, te respondía ‘eso podría ser cierto’. Con él me di cuenta de que esa es la respuesta a la que siempre le estoy dando vueltas.
P. El asunto de las facturas médicas no aparece en el libro.
R. Ese es el tipo de truco que se permite un novelista, desvías el foco de atención. Pero la verdad es que el tipo de ensayo médico en el que está Paul es gratis y él tiene dinero que heredó de su madre y de su abuelo.
P. Bascombe a sus 77 años estaría en principio más cerca de la muerte, pero es su hijo de poco más de 40 quien se está muriendo. ¿Era esto una buena herramienta narrativa?
R. Llegué a esto de una manera lineal. Empecé a escuchar sobre casos de Esclerosis Lateral Amiotrófica y pensé que sería interesante escribir sobre esto. Pensé en Paul. Luego Frank está también cerca de la muerte simplemente porque se está haciendo mayor. Todo esto me permitía hablar de la muerte desde dos puntos de vista.
P. ¿Qué es más difícil escribir sobre la muerte o sobre sexo?
R. Con la muerte nunca se pone en cuestión su importancia. Al escribir de sexo una de las cosas más difíciles no es hacer que sea erótico, sino que sea importante. Porque puede ser perfectamente olvidable o ser algo de lo que te arrepientes, puede ser mil cosas, pero para que merezca la pena ser descrito debe ser importante.
P. ¿Son los padres generalmente tan clarividentes sobre sus hijos como Frank lo es con Paul?
R. Frank le ve como un inadaptado, alguien que nunca se ha graduado en la vida adulta, que es poco atractivo pero que es su hijo. Creo que los padres no son ciegos, aunque a veces no admitan ver así de claro a sus hijos. Haces lo que puedes para criarlos y a veces son horribles, pero les quieres aunque no te gusten tanto. Cuando era niño me portaba fatal y un día vi a mi madre salir corriendo. Ese día comprendí que la volvía loca.
P. En la novela, padre e hijo viajan en coche hasta el monte Rushmore. ¿Qué significa ese lugar donde están los rostros de cuatro presidentes?
R. Es un cliché potente de la historia de EE UU y la libertad y de nuestro pasado perfecto, que, por supuesto, todos sabemos que es muy imperfecto. Una vez visité Rushmore y allí estaba Donald Trump, probablemente pensando en las oportunidades del mercado inmobiliario en esa montaña. Disfruto usando estos grandes símbolos estadounidenses y ver si en la novela puedo decir algo nuevo. Paul va en silla de ruedas, mira la montaña y piensa ‘es genial porque es tan horrendo’.
P. En un breve párrafo Bascombe despacha la historia de los últimos 24 años en EE UU, desde el 11-S en adelante.
R. Quise subordinar esos acontecimientos, sacarlos del centro, pero reconocer que estaban ahí.
P. ¿Como un ruido de fondo?
R. O no. Todos vivimos en el desenlace de los acontecimientos históricos, pero nuestro objetivo es no quedar delimitados por ello, no ser víctimas de la historia o de lo que recordamos. Esa vieja frase de que ‘quienes no conocen la historia están condenados a repetirla’, cuando la escucho me entran ganas de decir exactamente lo contrario.
Ford interrumpe su respuesta. Saca un precioso cuaderno del bolsillo de su chaqueta —”me lo autoregalé esta semana”—. Quiere leer una frase que anotó hace unas horas cuando pensaba en la nueva novela. “Trata sobre un campus en Indiana y la frase es: ‘¿a quién le importa lo que ocurrió hace 100 años?’. Así es cómo te inventas una historia. Y cada verdad es suplantada en la siguiente novela”. A Ford, aunque no sea sin Bascombe, le queda aún mucho por contar.
Babelia
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