Enfrentarse a una gran orquesta y a Shostakóvich con 28 años: el genio de Klaus Mäkelä
EL PAÍS asiste a la última grabación del joven maestro finlandés de la ‘Sinfonía Leningrado’ al frente de la Filarmónica de Oslo
“Nunca he visto a ningún director conseguir algo así de una orquesta ni tampoco de esta forma”. Lo confiesa Jørn Pedersen, en la sala técnica del Konserthus de Oslo, la mañana del sábado 27 de abril. El productor noruego, que lleva 35 años editando a grandes batutas y solistas en sellos discográficos tan importantes como EMI/Warner y Decca, ultima los equipos para la sesión final de la Sinfonía núm. 7, Leningrado, de Dmitri Shostakóvich. Un retrato sonoro del brutal asedio nazi a la ciudad soviética, durante la Segunda Guerra Mundial, que ha centrado el reciente libro de M. T. Anderson, Sinfonía para la ciudad de los muertos (Es Pop Ediciones).
Klaus Mäkelä llega con media hora de antelación. El joven director finlandés, de 28 años, que ha acaparado titulares en medios de prensa de todo el mundo tras su nombramiento como futuro director principal de la Concertgebouw de Ámsterdam y de la Sinfónica de Chicago, recibe a EL PAÍS con natural simpatía y calidez. Viste informal y comparte con todos unos deliciosos jubileumsbolle, bollos de canela con crema de vainilla, que ha traído para endulzar la mañana. A continuación, dedica unos minutos con Pedersen a revisar frente a la partitura los pasajes que debe volver a grabar.
“Mi dedicación principal ahora son las dos orquestas que tengo como titular, la Filarmónica de Oslo y la Orquesta de París, con las que tengo todavía muchos planes por delante”, insiste Mäkelä. Habla de giras con ambas en torno al verano. Con la francesa regresará, a finales de junio, al Festival de Granada y después visitará el de Aix-en-Provence y los BBC Proms de Londres; con Oslo viajará unas semanas antes por Ámsterdam, París y Viena, dirigiendo y tocando la parte de violonchelo solista del Doble concierto de Brahms.
También tiene previstos dos lanzamientos discográficos este año con la Filarmónica de Oslo, siempre con Decca. “En junio se publicará un CD de conciertos violinísticos que grabamos con Janine Jansen como solista y, en agosto, saldrá el primer álbum de nuestro ciclo completo de las sinfonías de Shostakóvich con la Cuarta, la Quinta y la Sexta”, informa el director finlandés. La Séptima aparecerá, junto a la Décima, en otro lanzamiento posterior, tal como aclara Dominic Fyfe, director de Decca Classics, presente estos días en Oslo. Y, en 2025, esperan proseguir el ciclo con la Primera, la Undécima y la Decimoquinta, coincidiendo con el 50º aniversario de la muerte del compositor.
“Es una sinfonía difícil”, masculla Mäkelä acerca de la Séptima cuando Pedersen le indica algunos pasajes problemáticos frente a la edición Sikorski de la partitura. Llevan trabajando desde el lunes y el director finlandés ya ha dirigido dos interpretaciones en directo, el jueves y el viernes. “Solemos grabar los ensayos, pero las tomas principales para el disco proceden de las actuaciones con público”, asegura el productor. No obstante, la sesión final del sábado tiene una importancia fundamental. “Además de correcciones puntuales, aspiramos a rehacer algunos pasajes para que funcionen bien en el disco, pues la orquesta está acostumbrada a tocar para el público y es diferente hacerlo para el micrófono”, prosigue Pedersen.
“Me encanta el medio fonográfico”, subraya Mäkelä que se implica en todo el proceso de grabación. Habla de sus grabaciones favoritas de la obra, y salen a la palestra registros míticos de Yevgueni Mravinski con la Filarmónica de Leningrado y de Leonard Bernstein con la Sinfónica de Chicago, pero enseguida exhibe sus propias soluciones interpretativas. Su productor explica el intenso trabajo conjunto de posproducción: “Klaus no se limita a enviarme un listado de cosas que deben pulirse, sino que escucha muchas veces cada edición hasta madurar el resultado. Y después nos sentamos juntos con tiempo para trabajar en el máster final”.
El productor insiste en los admirables resultados que consigue el joven finlandés ya desde el primer ensayo. “El lunes hicimos una toma completa de la sinfonía que podría valer para la edición final, pero Mäkelä ha seguido refinando cada detalle”, asegura. El ambiente de trabajo que se respira es idealmente afable y la orquesta se muestra tan motivada como inspirada bajo su batuta. Lo confirma el clarinetista belga Pierre Xhonneux, que trabaja desde 2015 en la Filarmónica de Oslo. “Siempre nos habla de forma sencilla y afable, tienes la impresión de que acompaña con su mirada cada nota que tocamos y sus gestos nos conectan con la música, pues parece que fluye a través de él”, explica. Xhonneux reconoce que mantiene un foro de WhatsApp con algunos colegas de la Orquesta de París para comparar lo que hace allí. Y confirma que la fascinación es idéntica.
El público noruego del Konserthus también se muestra cautivado tras cada actuación del titular de su orquesta. Al final de los dos conciertos con esta sinfonía de Shostakóvich, el jueves y el viernes, 25 y 26 de abril, las 1.600 personas que llenaban su aforo terminaron en pie vitoreando lo escuchado con aplausos acompasados. El director inicia la obra adoptando una postura flexible sobre el podio, con las piernas más abiertas de lo normal. Enseguida comprobamos que lo hace para poderse girar con rapidez y llegar con sus gestos a cada uno de los 100 músicos de la orquesta que, además de una nutrida percusión, incluye un conjunto adicional con trompetas, trompas y trombones que tocan en pie al fondo.
El allegretto inicial ya puso las cartas sobre la mesa. El finlandés maneja con preciosismo las texturas, con los dos apacibles temas iniciales, que bruñió el sábado, en la sesión sin público. De hecho, para esta obra ha contado con la violinista alemana Sarah Christian, como concertino invitado, que aporta un maravilloso mordiente a la cuerda. Pero en la versión de Mäkelä impresiona el control del discurso, de principio a fin. Lo comprobamos en la construcción del impactante desarrollo, cuando una caja marca la figura rítmica de una marcha, en pianississimo (ppp), y se repite insistentemente, con la progresiva incorporación de todos los instrumentos de la orquesta, hasta crecer en un fortississimo (fff) que descarga en un clímax abrumador.
Shostakóvich siempre bromeó acerca de la similitud de ese pasaje con el Bolero de Ravel. Pero, en Sovetskoe iskusstvo, reconoció que evoca, en realidad, “la irrupción de la guerra en la vida pacífica”. La realización de ese momento sonoro tan sobrecogedor fue tan perfecta en el concierto del viernes, que Mäkelä no tuvo que volver a retocarlo en la sesión del sábado. El segundo movimiento adquirió el aire saltarín de un scherzo, con ese baile de los violines que desemboca en una danza estridente y sardónica protagonizada por el requinto que tocaba Xhonneux. De hecho, los últimos minutos del sábado se dedicaron a pulir los pasajes más expuestos de este movimiento, con una orquesta jubilosa, que celebró haber llegado al final de la grabación.
El tercer movimiento fue otro de los logros principales de Mäkelä. Aquí Shostakovich, tal como confesó en un mensaje radiofónico, compone un sentido retrato de su ciudad a orillas del río Neva. Al principio utiliza un tono pardo y terroso, por medio de acordes en la madera con trompas y arpas, pero enseguida escuchamos su luz con ese bellísimo solo que tocó magistralmente el flautista chino Ting-Wei Chen. El maestro finlandés volvió a impresionar por su relato sonoro de la arquitectura peterburguesa. Lo condujo hacia un clímax feroz que se repliega, a continuación, en un bello pasaje cantado por la excelente sección de violas de la orquesta noruega, comandada por la británica Catherine Bullock-Bukkøy.
Y faltaba el relato de la victoria final, del allegro non troppo, que sigue sin pausa al adagio. Un movimiento que Mäkelä arranca intensificando la penumbra junto al frenético baile que le sigue. El clímax rítmico, con ese pasaje de violines acompañado por chasquidos en pizzicato del resto de la cuerda, mejoró mucho en las tomas del sábado. Pero, una vez más, el relato fue el punto fuerte: la reflexión que se despliega al final acerca del coste de una guerra, tan presente en la actualidad. Una tensión que creció sin exageración hasta ese do mayor liberador que Shostakóvich salpica de disonancias, pues en una guerra también pierden los vencedores.
A la salida de la sesión del sábado, después de cuatro intensas horas de trabajo, Mäkelä seguía fresco y pensando ya en su próxima grabación, en este caso con la Orquesta de París: la Sinfonía fantástica, de Berlioz, y La valse, de Ravel. Pero lo dejamos rodeado por los músicos de su orquesta noruega, convertido en uno más después de bajarse del podio.
Babelia
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