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Universos paralelos
Columna
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Este tipo de bandas ya no volverán

Durante unos años, los metales con querencias jazzísticas se incorporaron al arsenal instrumental del rock

Diego A. Manrique
Actuación de Blood, Sweat, and Tears, en un programa de la NBC-Universal, en 1973.
Actuación de Blood, Sweat, and Tears, en un programa de la NBC-Universal, en 1973.Frank Carroll (NBCUniversal via Getty Images)

Olviden la metáfora de la flecha que avanza impávida: uno sospecha que la evolución de la música rock es cíclica. Que reaparecen todas las variedades estilísticas con caras frescas (y mínimos cambios en sensibilidad y tecnología). ¿Todas? Por razones económicas, tal vez no veamos un revival de las bandas de metales, aquellas horn bands que centellearon entre 1968 y 1974, al calor de los apabullantes éxitos de Blood Sweat & Tears y Chicago.

Atención a las fechas. Los instrumentos de viento conquistaron un hueco en los escenarios pop con el auge del soul sureño, que se cerró simbólicamente con la muerte de Otis Redding en accidente de aviación, en diciembre de 1967. Eso coincide con una crisis en el negocio del jazz, que afecta incluso a Miles Davis, no habituado a tocar en clubes semivacíos. Y cada año se gradúan abundantes músicos de jazz, formados en los rigores de las big bands universitarias, que se encuentran con un mercado laboral alarmantemente enflaquecido.

Hasta que el productor James William Guercio crea una demanda para sus servicios: reconstruye la oferta de Blood Sweat & Tears después de que el grupo deponga a su líder fundador, Al Kooper. Guercio también guía el debut (el primero de varios dobles elepés) de Chicago Transit Authority, luego simplemente Chicago, septeto con tres metales.

Simultáneamente, en la libérrima zona de la bahía de San Francisco, florecen proyectos-con-vientos como The Electric Flag, Cold Blood, Sons of Champlin o los indestructibles Tower of Power. En Illinois surge The Flock, un grupo de rock de garaje que añade saxos, trompeta y un violinista (Jerry Goodman) que, ay, termina monopolizando la imagen.

También ayuda que Van Morrison incorpore metales y ritmos deslizantes a partir de Moondance (1970). El fenómeno es contagioso: en Canadá despega la megabanda Lighthouse, que suma músicos de cuerda procedentes de la Sinfónica de Toronto (y Howard Shore, futura confeccionador de scores cinematográficos para David Cronenberg o Peter Jackson). En Londres funciona C.C.S., un dream team de músicos de estudio encabezados por el veterano Alexis Korner.

En España, el impacto comercial del soul empuja a que conjuntos audaces incorporen metales, recurriendo a la gran reserva de instrumentistas valencianos. Los resultados no siempre son estimulantes: el Vivos!!!! de Los Canarios parece producido por su peor enemigo. Más marciano aún es Conexión, grupo comandado por Luis Cobos, con mensajes cristianos y suficiente morro para grabar un alarde de 15 minutos de solos y bautizarlo como Concierto uno.

En la formulación ideal, las horn bands debían combinar el ímpetu del rock con la sofisticación del jazz. Pero se requería un intangible llamado “actitud” y eso no se vendía en farmacias: un documental reciente, What the Hell Happened to Blood, Sweat & Tears?, retrata el error que les supuso girar detrás del Telón de Acero, con el patrocinio de la administración de Richard Nixon.

Y la saturación de la oferta. La misma discográfica que lanzó a Blood Sweat & Tears y Chicago fichó a la banda del estupendo trompetista Bill Chase, que hacía básicamente lo mismo. Como si fuera un macabro eco de la tragedia de Otis Redding, Chase y varios de sus músicos se mataron en 1974, cuando volaban a dar un concierto.

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