Arco no es solo una feria contemporánea: el difícil encaje de las vanguardias en la gran cita del arte
Las galerías que presentan obras de Picasso, Tàpies o Miró se enfrentan a la limitación que la feria impone a las salas especializadas en artistas históricos para no desvirtuar su identidad como escaparate del arte actual
Cuando Maribel Nazco (Los Llanos de Aridane, La Palma, 86 años) entra en el espacio de la galería José de la Mano en Arco y se encuentra con el rincón en el que cuelga su obra, parece que la emoción va a poder con ella. Pero no. Esta artista es una de las muchas creadoras españolas que han sobrevivido orilladas por el sistema del arte y el peso familiar. Mujeres cuya obra ha sido reconocida y premiada, que han protagonizado exposiciones locales e internacionales, pero ni han podido vivir de ello ni han disfrutado de un reconocimiento pleno como gran parte de sus colegas hombres. Por eso no se emociona Nazco, porque sabe que no es la única y prefiere sentirse muy afortunada por mostrar en Arco un apunte de su extensa obra informalista y experimental. En José de la Mano, el espacio dedicado a las mujeres comparte terreno con la sala ocupada por los pioneros del arte queer en España, siete artistas homosexuales que se dieron a conocer durante la Transición de la dictadura a la democracia.
Isabel Tejeda, encargada en esta galería especializada en escarbar en la historia del siglo XX de investigar y elegir a mujeres de la generación que despuntó en los setenta, encontró muchas similitudes entre Aurèlia Muñoz, Lola Bosshard y la propia Nazco. “Además de enfrentarse al machismo de la época”, cuenta Tejeda, “estas mujeres se encontraban aisladas”. “Muchas de ellas no conocían siquiera el trabajo que otras desarrollaban en sus mismas ciudades, por lo que trabajaban en líneas paralelas que nunca se cruzaban”.
Nazco suscribe la idea del trabajo en soledad. Ella empezó a dibujar y a pintar siendo muy joven. Casada a los 18 años y separada a los 30, también era joven cuando decidió volcarse en la enseñanza en la Facultad de Bellas Artes de Tenerife para sacar adelante a sus tres hijos. Y a la vez que ejercía de madre y profesora, dedicaba gran parte de la noche a experimentar con sus anatomías fragmentadas, realizadas sobre planchas de metal. “Mis experimentos eran autodidactas. Jugaba con el amoniaco o el mercurio sin la protección debida. Acabé perdiendo un ojo por la agresividad de los gases que desprendían los metales”. No tiene galería, pero reconoce que hace tiempo que cuenta con el apoyo de Isidro Hernández, conservador del TEA Tenerife Espacio de las Artes, quien publicó una monografía sobre su obra en 2018 y le organizó una retrospectiva en 2021.
José de la Mano e Íñigo Navarro, de la galería Leandro Navarro, cuentan que en las desapariciones temporales y olvidos de los artistas no hay que olvidar el papel que juegan el azar o la casualidad. Y comentan el caso de Manuel Padorno (Santa Cruz de Tenerife, 1933–Madrid, 2002), quien en 1955 cogió un barco rumbo a Madrid para convertirse en el tercer miembro del Grupo El Paso. Pero al llegar le esperaba un telegrama con la mala noticia de la muerte de su padre. Volvió a las islas en el siguiente barco porque sus cinco hermanos pequeños no se podían quedar solos. Poeta y editor, retomó después la pintura con gran reconocimiento, pero el barco de El Paso no lo pudo volver a tomar.
Dentro del Pabellón 7 de Ifema hay una línea en la que se agrupan galerías carentes de estridencia y con obras de nombres museísticos que asaltan la mirada. En la barcelonesa Mayoral coinciden Eduardo Chillida (con una escultura de 1,2 millones de euros), Joan Miró (con un óleo de 1 millón), Manolo Millares (un lienzo de 850.000 euros), Antoni Tàpies, Antonio Saura, Torres García, Pablo Gargallo y Óscar Domínguez. Jordi Mayoral explica que ellos están especializados en arte del siglo XX, pero también trabajan en la recuperación de artistas como Eulàlia Grau (Terrassa, 77 años), quien pese a haber expuesto en la Tate Modern o haber sido objeto de una retrospectiva en el Macba, sigue sin ser una artista conocida. ¿Son las galerías centradas en el siglo XX unas intrusas dentro de una feria de arte contemporáneo? Mayoral lo tiene claro. “En absoluto. Somos una línea dedicada al arte moderno y de posguerra donde lo importante es la calidad”.
Siguiendo con museos, hay muchos nacionales que querrían tener en sus colecciones algunas de las importantes piezas que se exhiben en Leandro Navarro. Aunque existe el acuerdo de que precio y calidad no van siempre de la mano, en este espacio el visitante puede encontrar las pinturas y esculturas más caras por su excepcionalidad y rareza. De entrada tiene un pastel de María Blanchard, de 1923, que le da pie a contar que este va a ser un año volcado en la cubista española. No solo por la antológica que le dedica el Picasso de Málaga, sino porque los museos franceses se han lanzado a la búsqueda de su obra. El pastel cuesta 600.000 euros, una cantidad modesta en comparación con la que se venden las de algunos colegas en el interior. Por ejemplo, la más cara, que se sepa, es de Miró, Peinture, óleo que integra materiales como el betún y la arena, a la venta por 3,3 millones de euros. Un cuadro de Picasso y un dibujo de Matisse inspirados en modelos lucen juntos pero con precios muy distintos. El del francés, 200.000 euros, y el del español, tres millones de euros. Es una pintura de los sesenta, explica el galerista, el momento más cotizado de Picasso. En el mismo espacio hay un juan gris inexportable y un montaje escultórico en el que Henri Laurens se mide con Baltasar Lobo, alumno de su estudio parisiense. Cierra con media docena de espléndidos Tàpies (el más caro, de 1999, se vende por 650.000 euros) y una escultura.
Navarro no cree que galerías como la suya perjudiquen a las que se dedican estrictamente al arte contemporáneo. “Las ferias cultas, como Art Basel o Frieze, tienen excelentes espacios para galerías dedicadas a la vanguardia histórica. Nosotros hemos creado mercado para obras de las que podemos ofrecer el currículum completo”, dice para referirse a aquellas consagradas, que pueden certificarse desde el momento en el que fueron realizadas hasta llegar a la galería. No le agrada que Arco limite su presencia [galerías que solo llevan vanguardia histórica] al 20% del espacio. “No llegamos ni al 10%, pero no creo que haya que poner límites”.
Pedro Marín, de Guillermo de Osma, pasea entre tres impresionantes lienzos de Óscar Domínguez, un picasso de 1922 y un torres garcía, entre otros grandes de la historia. Marín se opone radicalmente a limitar la presencia de los históricos: “¿Vamos a limitar también el vídeo, la instalación o la pintura? Nosotros ya hemos pasado por la legitimación del museo. Picasso es tan caro porque Kahnweiler, su marchante, se la jugó. Aquí investigamos y publicamos en catálogos el material de cada exposición que hacemos”.
Maribel López, directora de Arco, no cree que la notable y creciente presencia de galerías históricas perjudique la identidad de la feria, aunque sí es partidaria de no confundir. Por eso, este año han sido agrupadas en una calle del Pabellón 7. “Una cosa es la memoria, que como tema no se puede poner un límite, y otra cosa es combinar las vanguardias del XX con las del XXI, que creo que hacemos bien en regular”.
Babelia
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