‘Sala de profesores’: turbiedades en el colegio
No me provoca ni rechazo ni cuelgue. No entro en una intriga que pretende ser compleja. Me da igual la película alemana de los Oscar
Paso demasiadas horas en el cine actual con la misma sensación que cuando era pequeñito y estaba obligado a ver y a escuchar la santa misa, un ritual en el que nunca descubrí su encanto, ni siquiera cuando esta era en latín, aunque reconozco el encanto de esa lengua muerta. Eso sí, te permitía estar a solas con tus pensamientos, la mayoría de ellos pecaminosos, siempre que estuvieras atento a cuando había que arrodillarse, sentarte, levantarte, seguir el orden. Había que evitar, eso sí, quedarte dormido y que tus ronquidos escandalizaran a los vecinos. Y, por supuesto, olvidabas lo que había ocurrido allí en cuanto salías de la iglesia. Si aquel aburrido espectáculo no poseía variantes, el cine que te resulta plúmbeo puede abordar todo tipo de argumentos y con múltiples formas expresivas, pero el desapego de algunos de sus espectadores no se altera.
Por ello, en épocas escasamente saludables para el cine te llevas una notable alegría cuando topas con una película que no es una obra maestra ni lo pretende, pero en la que te sientes bien con lo que cuenta, sales contento del cine, vas a recordar con afecto y ternura la historia que te ha contado, la singularidad de sus personajes, determinados diálogos y situaciones.
Vi lamentablemente con retraso Los que se quedan, no tuve la oportunidad de escribir de ella, es uno de los mejores ratos que he pasado últimamente en una sala, sonrío cada vez que acude a mi memoria. Es agridulce, habla de gente difícil por su carácter o sus circunstancias (resulta inolvidable la desolada cocinera negra cuyo hijo ha muerto) que aprenden a cuidarse mutuamente y a quererse durante las solitarias navidades que se ven obligados a compartir en un desierto colegio de élite.
El cine de Alexander Payne siempre es creíble. Combina la gracia y la ternura, el sentimentalismo (no la sensiblería) y la comicidad. Y siempre supone un placer ver actuar a Paul Giamatti, actor eminente y con múltiples registro detrás de la apariencia de un señor muy normal, casi anodino. Le tuve sentado al lado durante un largo rato en un aeropuerto y no me di cuenta de quién era hasta que se largó. Un ser anónimo, un intérprete excepcional. Perdonen tan larga digresión. Pero es que si escribir interminablemente de Los que se quedan supondría un placer, de Sala de profesores, esta película alemana que opta al Oscar a la mejor película internacional, tengo escasas cosas que contar. La veo y escucho con indiferencia y me cuesta un enorme trabajo recordar algo de su argumento días después de su visionado.
Había oído hablar de ella con entusiasmo a varias personas. Y según Hollywood, figura entre lo más selecto que se ha rodado este año. O sea, que el problema tal vez no sea de Sala de profesores, sino de mi falta de concentración en lo que esta narra y en su forma de hacerlo. Se desarrolla en un colegio, pero está más preocupada por lograr suspense que por la pedagogía. Y pretende ser compleja en el tratamiento de los personajes. No está claro quienes son los culpables ni los inocentes, incluyendo el profesorado, los alumnos y la madre de uno de estos. Pretende ser inquietante, realista, variadas cosas. No me provoca ni rechazo ni cuelgue. No entro en una intriga que pretende ser compleja. Me da igual.
Sala de profesores
Dirección: Ilker Çatak.
Intérpretes: Leonie Benesch, Leonard Stettnisch, Eva Löbao, Michael Klammer, Anne-Kathrin Gummich.
Género: drama. Alemania, 2023.
Duración: 98 minutos.
Estreno: 2 de febrero.
Babelia
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