Vender tres cuadros de Cézanne para pagar las facturas: el dilema existencial de un museo suizo
La decisión del Langmatt de deshacerse de obras de su colección para salvarse del cierre plantea el debate sobre la protección del patrimonio artístico de los países
El museo suizo Langmatt vendió recientemente tres cuadros del pintor impresionista Cézanne para salvarse del cierre definitivo. El anuncio de la subasta en Christie’s reabrió (o tal vez nunca se ha cerrado) un debate en el mundo del arte en el que se mezclan conceptos tan solemnes como la protección del patrimonio artístico, la necesidad de salvar el empleo de, en ocasiones, cientos de personas; garantizar la supervivencia de un centro de arte, la posibilidad de que los museos puedan vender obra para ampliar o renovar sus colecciones y el papel de los Estados en todo este asunto.
“Era el fin”, sentencia a este diario Markus Stegmann, responsable del museo Langmatt, en la ciudad suiza de Baden, que contiene una de las colecciones de arte impresionista más importantes de Europa. “La fundación que gestiona el museo ya no tenía capital”, continúa, “necesitábamos 40 millones de francos suizos [43 millones de euros] y después de años de intentar encontrar otra solución llegamos a esta: vender tres cuadros de una colección de unos 50″. Finalmente, consiguieron aún más, 48 millones de euros por las tres telas en la subasta de Christie’s el pasado septiembre. Museo salvado.
Pero este es solo el final de esta historia.
Capítulo 1: El cuadro de la familia Goldsmith
El museo Langmatt eligió para vender Quatre pommes et un couteau, La mer à l’Estaque y Fruits et pot de gingembre, el cuadro en el que tenían depositadas las mayores esperanzas, que se sustanciaron cuando Christie’s le puso un precio estimado de entre 35 y 55 millones de dólares (finalmente se vendió por casi 39, unos 36 millones de euros), el más alto de las tres piezas.
Sidney y Jenny Brown, el matrimonio que fundó el Langmatt, compraron Fruits et pot de gingembre en 1933 en Lucerna (Suiza) a la familia judía y alemana de marchantes de arte Goldsmith por 57.750 francos suizos. Una cantidad que, para la época, Stegmann considera dentro del precio de mercado, aunque desconoce, asegura, qué porcentaje se llevaron los dueños originales. Hasta aquí, lo que en apariencia es una transacción comercial al uso entre dos galerías de arte.
Pero lo que descubrió Christie’s, una vez el cuadro de Cézanne estaba en su poder, es que la familia Goldsmith no escapó a la persecución inicial de los nazis, y Jacob, el primer dueño de la obra, se vio obligado por coacción a deshacerse de parte de su colección. “En enero de 2022 iniciamos una investigación con especialistas externos al museo de 13 obras que habían sido adquiridas entre 1933 y 1941, año de la muerte de Sidney Brown”, explica el director del Langmatt. “En el caso de este cuadro, no encontramos una evidencia clara hasta que se anunció la subasta”.
Por esta razón, dice Stegmann, inmediatamente después de conseguir estas pruebas contactaron con los actuales herederos de los Goldsmith. Mara Wantuch-Thole, una de las abogadas que representan al nieto del marchante judío, explicó a The New York Times que este desconocía que su abuelo hubiera sido dueño del cuadro de Cézanne hasta que se pusieron en contacto con él desde la fundación del museo. “Hemos alcanzado un acuerdo”, dijo la letrada al diario estadounidense. El director del Langmatt ha rechazado dar a este periódico más detalles de lo que denomina “una solución justa y equitativa”. “Es confidencial”, ha zanjado.
Capítulo 2: Vender tres cuadros para pagar las facturas
La venta de los cuadros de Cézanne en territorio europeo planteó un debate que es más habitual en países como Estados Unidos, donde la gestión de las grandes pinacotecas está garantizada por el capital privado o la filantropía (a fin de cuentas, otra manera de llamar a la propiedad privada) con escasa participación de los gobiernos; es decir, de la financiación pública.
Icom, el Consejo Internacional de Museos, a través de su representante suizo, Tobia Bezzola, fue el primero en alertar de la peligrosidad de esta venta, que calificó de “escandalosa y miope”, además de denunciar que violaba las directrices del Código Ético de esta organización. “Los legados y donaciones llegan a los museos porque la gente cree que estarán seguros”, dijo Bezzola en la prensa de su país, al tiempo que exigió que la subasta no se produjera. “Todas las colecciones importantes de Suiza proceden de donaciones y legados privados, lo que envía una señal terrible”.
“Estas críticas se basan en un código que debe ser renovado y adaptado a nuestro tiempo”, se muestra contundente el director del Langmatt. “No prevé una emergencia existencial en un museo. Hace 40 años era otra época”, subraya, y recuerda que en “Europa los museos reciben cada vez menos dinero público”.
Al mirar a Estados Unidos, aparecen varios casos similares recientes. Durante la pandemia, y en los primeros meses tras el confinamiento más duro, el Museo de Brooklyn de Nueva York puso a subasta, también en Christie´s, 12 pinturas, entre las que había importantes nombres como Cranach el Viejo y Courbet, para tratar de recaudar 40 millones de dólares y amortiguar la crisis económica derivada de la caída en picado de visitantes por el desplome del turismo. Este ejemplo derivó en que la Asociación de Directores de Museos de Estados Unidos (AAMD) aprobara hasta abril de 2022 “no penalizar las ventas que sirvieran para pagar gastos asociados al cuidado de las colecciones” de los museos.
Es decir, se establecieron nuevas líneas rojas que permitieron algunas transacciones comerciales. “No se estableció ningún tipo de precedente porque esta decisión terminó en 2022″, recuerdan a este diario desde la AAMD. “De hecho, solo unos pocos museos vendieron obra para afrontar necesidades financieras”. ¿Cuántos? “No tenemos esa información”, aseguran.
Capítulo 3: “Los museos no son supermercados”
Cuando sonó el mazo del maestro de ceremonias de la subasta en Christie’s en septiembre, en el Langmatt respiraron con alivio. Fue la solución más extrema que encontraron y su director dice, con exclamación, que “esto no significa que los museos tengan que vender sus objetos”. “Sería extremadamente peligroso. ¡Los museos no son supermercados!”.
Stegmann rechaza que su decisión marque un precedente en Europa. “Es absolutamente único y así debería considerarse”, dice. “La existencia del Langmatt estaba amenazada. Este museo ha podido rescatarse a sí mismo sin destruir su colección e identidad”.
Babelia
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