Pat Andrew, falso productor de cine, mentiroso con muchas caras y víctimas... Y la policía ni siquiera sabe si está vivo o muerto
Una quincena de afectados relata cómo perdió tiempo, ilusión, trabajo y mucho dinero por creer las falsas promesas millonarias de un presunto impulsor de series y películas. La justicia española y suiza le investigan, sin que pueda confirmarse su fallecimiento
Pat Andrew se presentaba como productor de cine. Uno importante, cercano a Hollywood, amigo de Steven Spielberg y vinculado a Amazon y Warner. Traje, reloj de lujo y la inseparable corbata roja reforzaban su credibilidad, igual que las suites y los restaurantes exclusivos donde solía organizar sus reuniones. Aunque, a posteriori, tal vez le pegara más el oficio de actor. Las 14 fuentes consultadas por este diario le reconocen un talento asombroso para fingir identidades o proyectos. Lo resumen, eso sí, con otros apelativos: “Sinvergüenza, gánster, mentiroso compulsivo, chanchullero”. Y el más frecuente: “Estafador”. Precisamente lo que tratan de averiguar causas judiciales abiertas contra el empresario estadounidense tanto en España como en Suiza, por robar presuntamente tiempo, ilusión y cientos de miles de euros a decenas de víctimas de sus falsas promesas. Nunca llegó a rodar un largo o serie. Pero el filme de su vida ha dejado amargados a todos los secundarios.
Cambia el perfil profesional, pero el relato de los afectados se repite casi idéntico: Andrew supo crear la sensación de que algo gordo se movía en Málaga. En cada encuentro, celebraba a su interlocutor, insistía en que juntos podrían hacer grandes cosas. Entusiasmo contagioso, una oferta monetaria sensacional, la perspectiva de trabajar en series y películas de elevado presupuesto, ya fuera como intérprete, directivo, músico, fotógrafo o enfermero. Cada pieza que se sumaba al puzle lo hacía más verosímil: convencer a un nuevo fichaje le servía también como aval para acceder al siguiente, y así. Documentos con membretes, algún casting, campañas promocionales, reuniones en sitios lujosos, su perfil en el portal especializado Imdb o su presunto vínculo con pesos pesados como el productor Aaron Spelling ablandaban el escepticismo. Hasta el punto de trabajar gratis para él varios meses. O, incluso, ingresarle dinero en la cuenta.
A las palabras, sin embargo, jamás seguían los hechos. Todavía a estas alturas muchos siguen sin tener claro qué hubo de real, más allá de su desengaño. Ni siquiera el nombre supone una certeza: se le conocen al menos tres apellidos más, a lo largo de un dudoso historial de varias décadas que abarca Irlanda, Francia o Estados Unidos. Antes, ya se llamó Austin, Augustus. Y dijo ser diplomático, exsoldado, editor. Incluso su fallecimiento, anunciado hace meses por un breve correo electrónico a varios contactos desvelado por el diario Sur, permanece envuelto en el misterio.
El 5 de mayo el juzgado de instrucción número 10 de Málaga decidió sentarle en el banquillo por estafa continuada, acusado por la cadena de hoteles NH de dejar 7.500 euros pendientes de pago. Pero el productor, anteriormente detenido y puesto en libertad, se volatilizó. Para siempre, según el mensaje que difundió su entorno. Pero el tribunal no logró ratificar su departida, sucedida supuestamente el 28 de abril. De ahí que le pusiera el pasado 29 de septiembre en busca y captura, a petición de la fiscalía, como adelantó Sur y pudo confirmar EL PAÍS. Así que ni siquiera la justicia española sabe si está dando caza a un fantasma. Aunque, en el fondo, es lo que siempre ha sucedido con Andrew.
“No me lo creo en absoluto. Se lo inventa todo”, insiste por teléfono el escritor suizo George Van Mellaert, quizás el principal damnificado. Su demanda, ante la sala penal del tribunal cantonal de Valais en su país, acusa también a Trudi Rothwell, citada por distintos testigos como “amante, testaferro o socia” de Andrew. Y conocida a su vez con alias como Anne Grey, Susan Handler o Lucy Carver. La denuncia, además, permite cuantificar el perjuicio: Van Mellaert terminó pagándole 497.600 euros en varias entregas a Andrew, para financiar una serie basada en su saga de novelas Corrupción de la justicia.
Se trataba de “préstamos para inversiones”, como le repetía el empresario también por escrito. Pero jamás volvió a ver ni un solo euro, o al menos una palabra escrita de verdad en un guion. De momento, ha conseguido que el Estado suizo asuma 1.200 euros de gastos del procedimiento, 900 de indemnización y que la fiscal se vea obligada en los próximos meses a investigar el caso, que rechazó antes del recurso del escritor.
No bastan los números, sin embargo, para explicar el sufrimiento del autor suizo, también músico y experto inmobiliario, cuando descubrió que lo había perdido todo: “Hablar de un shock sería quedarse corto. Mi mundo colapsó. Sentí nauseas. Las traiciones, la manipulación, el abuso que experimenté lo hicieron cien veces peor que si de golpe me hubiera sustraído esa cifra”. En aquel momento, Van Mellaert observaba en su ordenador un artículo de 2016 de Irish Independent firmado por la novelista Emily Hourican. Estaba escrito en primera persona. Y contaba cómo un peculiar emprendedor de EE UU le había persuadido de que publicaría su primer libro.
El texto retrataba a un tipo hijo de madre irlandesa y padre italiano, que juraba haber trabajado para el espionaje y servido en la Guerra del Golfo y en la exYugoslavia, antes de despegar como banquero de inversión. Y que, de golpe, parecía estar en todos los eventos importantes de Dublín. “Estoy segura de que mi descripción difiere enormemente de las otras de quienes le conocieron”, avisaba Hourican. “Conseguía que todo resultara muy creíble”, compartió hace un año la autora a este diario, como escueta concesión publicable a una larga conversación sin grabadora. El caso es que el hombre insistió tanto y tan bien que ella se volcó en la novela. Finalmente, la autora sacó adelante el libro sin la ayuda de quien tanto le había prometido.
Años después, cuando Van Mellaert leyó aquel relato, le sonó terriblemente familiar. Igual que su malogrado epílogo o la foto que acompañaba el artículo. Pero halló dos sorpresas: el protagonista se llamaba Pat Austin. Y resultaba también que, en 2014, la corte del distrito este de Nueva York, en EE UU, le había condenado al pago de más de seis millones de dólares por enriquecimiento ilícito, ruptura de contratos, extorsión y varios fraudes a tres demandantes. A partir de ahí, fundido a negro. Igual que años antes en París, tras otro impago, destapado entonces por Libération. Hasta su reaparición en Málaga. Con un nuevo apellido. Y las mismas costumbres de siempre.
El sector también había cambiado: el audiovisual. “Nos dijeron que había un productor de Hollywood que quería hacer una sesión de fotos y, si le ayudábamos a difundirlo, buscaba una agencia que le diera soporte integral”, recuerda José Carmelo Morillas, entonces director de Hormiguea. Lo hicieron, gratuitamente. Y en febrero de 2020 firmaron un contrato con la productora de Andrew, Wanda-Halcyon: un millón de euros anual, por promocionar las series que el emprendedor lanzaría, The Mobking, Marked – The Unforgiven o Corrupción de la justicia (basada en las novelas de Van Mellaert). “Tuvimos que escalar el tamaño de nuestra empresa”, relata Morillas. Pero, mientras trabajaban a ritmo cerrado, las nóminas no llegaban. Los primeros retrasos coincidieron con el confinamiento por la covid-19, lo que hizo comprensibles las evasivas iniciales de Andrew.
El mundo se recuperó. Pero el dinero de Morillas no. “A día de hoy sigo pagando por ese proyecto, todavía estoy en un endeudamiento notable. Fueron miles de euros, toda la gente con la que trabajábamos, hasta que tuvimos que cerrar la empresa…”, rememora. “Nos dijo 30 o 40 veces que el dinero estaba de camino. Además, lo envolvía de forma que parecía totalmente cierto”, agrega. En concreto, viajes pagados a París, los mejores clubes de Marbella, noches de invitación al malagueño hotel Miramar, de cinco estrellas. Demasiadas veces Morillas se preguntó de dónde salía aquel dinero.
Hoy George Van Mellaert sabe que él fue la respuesta. El escritor sospecha que probablemente el casting en Málaga de cientos de actores para la serie Corrupción de la justicia al que Andrew le invitó como seleccionador en verano de 2020 también salió de su propio bolsillo. Él mismo, pues, financió la falsa prueba que sirvió para alimentar su propio engaño. “Hubo una convocatoria pública para el casting y se hizo en un salón de los nuestros. Con nosotros no hubo problemas, me pagaron todo”, apuntaban hace un año desde el hotel Miramar.
“Manipulaba a gente de calidad para aprovecharse de ella por su beneficio personal”, reflexiona Van Mellaert. En su caso, además, influyó una delicadísima situación familiar y económica, un terreno fértil para las semillas que el productor tan bien sabía plantar: visibilidad, millones de euros, una oportunidad única. Cuando Morillas se puso firme, Andrew hasta dobló la apuesta, como volvió a hacer en varias ocasiones, según sus víctimas: su nueva compañía, Global Television Operations, compraría la agencia Hormiguea, igual que ya había adquirido la productora Wanda-Halcyon, y volvería a ficharle como directivo, con sueldo de muchos dígitos.
Promesas, seudónimos, nuevas identidades supuestas (Jennifer Lau, Stefan Gerstmayer…) y empresas se mezclaban en un tablero indescifrable para sus peones, hasta que era demasiado tarde. Un caos a veces excesivo incluso para sus presuntos organizadores: un día Trudi Rothwell firmó con este nombre un correo a dos trabajadoras de Wanda-Halcyon que, sin embargo, la conocían como Annie Grey. Una búsqueda en Google les llevó hasta el artículo de la escritora irlandesa. Fue una de ellas la que avisó a Van Mellaert. Este diario escribió siete correos electrónicos (todos devueltos) a sendas direcciones y contactó con tres números de móvil supuestamente atribuidos a Andrew o Rothwell. La única respuesta fue una voz en un contestador que aseguraba que volvería a llamar cuanto antes, ya que estaba ocupada varios días “filmando en un plató”.
En un documento remitido en julio de este año por el abogado del escritor suizo al juzgado de instrucción número 10 de Málaga se lee: “La imaginación criminal del acusado es aparentemente ilimitada”. Perfeccionada, según el novelista, durante 25 años. Y siempre aliñada, eso sí, con pinceladas de realidad. Porque muchos de los afectados firmaron contratos auténticos, revisados por notarios u abogados, por más que luego no se respetaran. Visitaron las oficinas de Global en la centralísima Calle Larios de Málaga. O vieron como los proyectos anunciados se convertían en noticias en varios medios. “Me sirve un poco de consuelo que nos pasara lo mismo a tantos profesionales de distintas áreas”, apunta Morillas.
Fuentes del hotel Soho Boutique La Equitativa admitieron que el paso del productor les dejó “problemas y dinero colgado”. Y desde los platós de Pasarela (en Valencia), Figurarte (en Murcia) y Calvert Studios (en Málaga) describieron hace un año a este diario idénticas visitas de Andrew: poco conocimiento, pero ambición de sobra para pretender alquilar el espacio durante meses. E incluso, en un caso, arrebatárselo a Mediapro. “Nunca preguntaba por aspectos técnicos, que suelen ser los que se comentan al enseñar las instalaciones. Hablaba de que lo iba a mostrar a los patrocinadores, que les iba a encantar. Intentaba explicarle otras cosas y le daban igual”, rememora Dan Calvert.
No hubo nada, pero sí artículos donde salían citados como el futuro lugar de rodaje de las series de Andrew. Cada nombre real servía de anzuelo para que picara el siguiente. Así lo relatan la actriz Myr Garrido; el actual coordinador de Spain Film Commission, Paulino Cuevas; la directora de casting Eva Nilsen, que evoca un diálogo con una mamá a la salida de un colegio.
—Una amiga mía se va a EE UU a hacer una peli.
—¿No se lo habrá dicho un tal Pat Andrew?, inquirió Nilsen.
El grupo Tarifa Plana llegó a ocupar portadas, como explicaba hace un año a este diario su vocalista, Luismi Grayonay: “Nos prometió una serie de ficción sobre nosotros, hablaba de Amazon. Paramos nuestra actividad porque nos fiamos, nos hizo mucho daño de credibilidad”. Y el también músico Álex Zurdo sintetizaba así su contacto con Andrew: “Llevo 25 años en la música, soy un buen guitarrista, pero parecía que había visto a Jimi Hendrix. Quería que hiciera la banda sonora para sus producciones. Me extrañó que un tipo en teoría tan rico me pidiera a mí 3.000 euros”.
Morillas o el profesional sanitario Juan Martín Romo también vieron su nombre publicado más veces que las nóminas que jamás ingresaron. Ambos coincidieron también en un grupo de Whatsapp de afectados. Compartieron historias similares: los trabajos anteriores que abandonaron, las amistades quebradas, la dificultad de poner fin —”una vez que llevas un tiempo metido, has invertido tanto que cuesta echarse atrás”, es una reflexión repetida—; finalmente, la demanda contra Global Television Operations por impago del salario que al menos tres fuentes aseguran haber presentado.
A la justicia fía sus esperanzas también Van Mellaert. A fuerza de interrogatorios y de hacer memoria, desvela que últimamente se le han ocurrido dos detalles entonces insignificantes, pero tal vez relevantes hoy: “Nunca quería salir en vídeos o fotos. Y una vez me dijo que poseía un centro funerario, ya que era un buen negocio”. Nuevas pistas para que los investigadores sigan tirando del hilo. Al revés, tanto misterio se ha vuelto hartazgo para otros dos entrevistados, que rechazan hablar más de esta historia: demasiado les ha costado ya. “A lo mejor cuando sea una serie de Netflix”, concede uno. Al menos, así, al fin se filmaría algo.
Con información de Nacho Sánchez.
Babelia
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