El extraño caso de Paco de Lucía
Un ensayo recorre el arte y la personalidad del guitarrista prodigioso, que se atormentaba por sus supuestas carencias
Tiene serias dificultades el escribir sobre flamenco: es una cultura hermética, que no revela sus claves a cualquiera. Manda la discreción cuando se habla con gente de fuera; incluso cuando tratan entre ellos recurren, según Manuel Alonso Escacena, a lo subliminal: “Mensajes ambiguos y calculados, que tratan de decir sin decir, de modo tácito o implícito”.
Alonso Escacena se ha atrevido con un ochomil: su Paco de Lucía. El primer flamenco ilustrado (Almuzara) ofrece un ensayo sobre el arte y la personalidad del guitarrista andaluz más celebrado de nuestro tiempo. Paco era un devoto de las esencias flamencas que, paulatinamente, rompió las costuras del traje habitual del tocaor. Un vividor, incluso un gamberro, oculto bajo la máscara del instrumentista más serio del mundo. Un músico más que dotado que tendía a mortificarse por lagunas que detectaba cuando se medía con jazzmen.
El autor es un abogado sevillano y guitarrista aficionado: nos explica sus ritmos endiablados, sus arrebatos, las melodías que vibraban en sus falsetas. Vio actuar muchas veces a Paco, pero nunca conversaron; ahora, con la vocación indagatoria de su profesión, escarba entre las abundantes entrevistas y desmenuza las docenas de vídeos disponibles en internet. Prácticamente, todos sus argumentos están respaldados por referencias audiovisuales, ajustadas al minuto y al segundo.
Pero hay asuntos complicados de reflejar con esa precisión. Como la ausencia de infancia: por orden de su padre, Paco debía pasar sus horas libres “haciendo manos” con la guitarra. Una crueldad que aceleró la madurez del chaval: a los 16 años viajaba solo a Estados Unidos para incorporarse a una gira del bailarín José Greco; no sabía idiomas, pero, más adelante, sería capaz de atender con solvencia entrevistas en inglés. Resultaba complicado emanciparse, burlar la vigilancia de su hermano Pepe, que le esperaba en el hotel para amenazarle con lo de “¡a papá vas!”.
El patriarca provocaría a la larga el peor trago vivido por Paco. Don Antonio Sánchez, como productor del primer Camarón, se atribuía tonadas tradicionales que interpretaba el cantaor. Una práctica tolerada por la SGAE, que se convertiría en escándalo cuando La Chispa denunció que su esposo apenas tenía temas registrados en Autores. Paco fue insultado en el entierro de Camarón: vaya usted a explicar en tan dramáticas circunstancias que el propio guitarrista era víctima de escamoteos similares. Así iba la cosa: José Torregrosa, el arreglista de Philips, transcribía a partituras las composiciones de Paco y aprovechaba para firmar; eso explica que su pieza más popular, Entre dos aguas, cambiara su denominación en directos y discos —pasó a llamarse Alta mar o Vámonos— para evitar la sangría.
Paco de Lucía. El primer flamenco ilustrado es un trabajo deslumbrante que se beneficia de la generosa colaboración de Casilda Varela y sus hijos (no así de su segunda familia). Aunque cae en el tópico de la fabulosa popularidad de los flamencos por ahí fuera: no, Paco no tocaba en el Madison Square Garden neoyorquino ni era requerido para grabar con los Rolling Stones. En puridad, podía llenar cualquier teatro del planeta, convocando a aficionados y a guitarristas de cualquier género, que toleraban incluso la presencia de cantaores —a veces— estridentes, por el lujo de ver brotar en vivo ese manantial de magia instrumental.
Babelia
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