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Manuel Morao, leyenda en vida de la guitarra flamenca

La primera edición del premio Legend reconoce al tocaor jerezano como creador de una escuela de acompañamiento al cante con epicentro en Jerez

El guitarrista flamenco Manuel Morao.
El guitarrista flamenco Manuel Morao.Foto cedida por Gutiérrez&Tamayo

Dentro de los I Premios de Guitarra Flamenca Maestro Paco de Lucía-Molino del Manto, impulsados por la Fundación que lleva el nombre del genio de Algeciras y el citado espacio de conciertos, Manuel Morao ha sido distinguido con el premio Legend-Estrella Galicia, con el que se reconoce la larga trayectoria de este artista, “cuya obra, proyección e identidad musical han contribuido a engrandecer la música en general, y en especial a la guitarra flamenca, dotándola de nuevas dimensiones expresivas”. La entrega del galardón tendrá lugar este miércoles en el escenario Molino del Manto de La Vega de Chinchón (Madrid), en un acto que incluye la final del Concurso para Jóvenes Promesas, la otra pata de los premios.

El maestro jerezano no acudirá a recibir el premio. A sus 94 años, y por prudencia, ha preferido no poner en riesgo su salud, que parece ser más que aceptable, pues todavía gusta de salir por su ciudad, siempre elegantemente vestido, a encontrarse con amigos y compartir unos vinos de la tierra. Lo recogerá su nieto Pepe del Morao, que representa la continuidad de la saga de tocaores de la que Manuel es fundador y patriarca. Porque Morao es creador de una escuela que se identifica con Jerez y es máxima expresión de su compás. El maestro Manolo Sanlúcar lo definió como “la conciencia del ritmo”. Fue en el prólogo que redactó para sus memorias, Sinelo Calorró: Conversaciones con Manuel Morao (Diputación de Cádiz, 2014), que escribió el profesor Juan Manuel Suárez Japón.

A través de esas conversaciones se puede conocer la instintiva tendencia por el ritmo del maestro Morao. Nacido y criado en el barrio de Santiago de Jerez, se considera afortunado por haber nacido en una familia de artistas, y aunque en ella no existía precedente guitarrero alguno, su querencia por el instrumento hizo que su padre le adquiriese un guitarro que un barbero del barrio tenía arrinconado. Con él, y sin tener ningún conocimiento técnico, se lanzaba, aún niño, a hacer compás por bulerías solo con la mano derecha. Así lo encontró el maestro de la sonanta don Javier Molina, que, tras haber acompañado a todas las figuras de su tiempo y retirado ya de los escenarios, había regresado a su tierra. Gracias a la amistad entre este y el padre de Manuel, Molina se convertiría en su primer instructor. Con sus enseñanzas lograría transmitir al instrumento el compás que llevaba impregnado de su barrio y de las familias que la habitaban.

Crearía así una escuela de acompañamiento al cante que se renovaría a través del ritmo. Sin ese toque no se entendería, por ejemplo, el cante de Fernando Terremoto, al que arropó en grabaciones fundamentales. También acompañó a los principales de su tiempo, destacando La Paquera, La Perla de Cádiz o Antonio Mairena, entre tantos. En total, más de sesenta discos. También tocó para el baile y fue trascendental su incorporación a la compañía de Antonio Ruiz Soler, Antonio El Bailarín, con el que recorrería medio mundo durante más de veinte años. Gran conversador, gustaba trufar su charla de las mil y una historias vividas por esos mundos por los que viajó comprometido siempre con su etnia, la gitana, sin la que él no entiende este arte.

En su larga carrera, Manuel formó durante un tiempo tándem con su hermano pequeño, Juan (1935-2002), que permaneció gran parte de su carrera en los tablaos madrileños. Hijo de Juan fue el gran Moraíto Chico (Manuel Moreno Junquera, 1956-2011), de imborrable recuerdo como una de las cumbres de la guitarra de Jerez de finales del siglo pasado y principios de este. Moraíto fue un puntal en el mantenimiento y continuidad de la dinastía, que ha proseguido con su hijo, Diego del Morao, el nieto del maestro, Pepe del Morao, o Fernando, un sobrino nieto. Poco antes de la marcha de Moraíto, todos ellos y algunos miembros más de la familia como María Vala fueron recogidos en el documental El cante bueno duele, de los holandeses Ernestina Van der Noort y Martijn Van Beemen, una obra que ha quedado como un elemento imprescindible para comprender su escuela.

A su faceta artística hay que sumarle su lado emprendedor. A mediados de los sesenta, y en uno de los regresos de sus permanentes giras, creó los Jueves Flamencos, un evento por el que muchos artistas dieron el salto de las fiestas familiares a los escenarios profesionales. Ya en 1987 fundó la Compañía Manuel Morao y Gitanos de Jerez S.L. con el espectáculo Flamenco. Esa forma de vivir, que permanecería varios años en gira, siendo representada en los teatros principales de París y Nueva York. A ella seguirían casi una docena de obras más en las que dio a entrada a una infinidad de jóvenes artistas: Sara Baras, Antonio El Pipa, Mercedes Ruiz…

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