Alberto Corazón regresa a la Academia: un homenaje
Bellas Artes de San Fernando acoge una exposición donde obras de su colección dialogan con la pintura y la escultura del artista, diseñador gráfico y miembro de número de la institución
La frase viene a ser como el laberinto de El resplandor o, mejor, como uno de esos gigantescos trapos empapados que nunca acabas de escurrir porque siguen soltando agua y agua un buen rato después: “Regresar no es volver, es hacer un nuevo camino”. De ahí sale precisamente el título de la exposición (Alberto Corazón. Regresar no es volver) que el jueves abrirá sus puertas en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, hasta el 14 de enero, y en la que los acrílicos, los carboncillos, los grafitos, las acuarelas, los bronces, los plomos y los aluminios del artista dialogan con un puñado de retratos, bodegones y paisajes procedentes de la colección de la Academia (incluido el autorretrato de Goya en aguafuerte y aguatinta de la serie de los Caprichos).
Reabre, pues, Alberto Corazón (Madrid, 1942-2021) la puerta de la institución en la que ejerció como académico de número desde su ingreso en 2006. Y lo hace no como el indiscutible maestro del diseño gráfico que fue ni como el académico electo dentro de aquella nueva sección denominada de manera un tanto forzada y pomposa Nuevas Artes de la Imagen, sino como el poderoso pintor y escultor que también fue. Su primera piel tapó a menudo la segunda de forma injusta. Claro que no deja de tener su lógica que auténticos clásicos del diseño español como son los logotipos de la Once, de Paradores, de la editorial Anaya, de los trenes de cercanías de Madrid, del Círculo de Bellas Artes o del Teatro de la Zarzuela aplastaran en su día todo lo demás. Pero Alberto Corazón se consideraba ante todo un artista, lo que era sin duda, y de los buenos, aunque su obra plástica no recibiera durante mucho tiempo en España el reconocimiento debido. Así que este regreso —que no vuelta— encierra no pocas dosis de justicia poética.
Cuando a finales de la década de los 80 retomó el camino de la pintura y la escultura tras años de distanciamiento y dedicación plena al diseño, esas palabras, “regresar no es volver”, se convirtieron en su profesión de fe. Su participación en la Bienal de Venecia de 1976 y los problemas surgidos en su seno entre algunos de los artistas españoles participantes no fueron una buena experiencia personal, y dejó mella. Pasó los 10 años siguientes dedicado a lo que ya había denominado en alguna ocasión como “el arte útil” —el diseño que tantos éxitos le había procurado ya y que aún había de procurarle muchos más—, abandonando los caminos del arte conceptual en el que había brillado en sus inicios. “Opté por el silencio. Desaparecí del escenario plástico. Mi reflexión estética se refugió en zonas de penumbra y tan solo alumbré la actividad del diseño”, escribió, en unas palabras ahora rescatadas en el catálogo por su viuda, Ana Arambarri, comisaria de la exposición de San Fernando.
Alberto Corazón había dado un paso a un lado para reflexionar, pensar, vislumbrar… seguro que descartar. Y ahora regresaba, sí, pero ni él ni su arte eran ni serían ya los mismos. Es más, los caminos de sus dos obsesiones creativas, el diseño/la eficacia bella y lo plástico/la sugerencia infinita iban a darse la mano definitivamente. Volvió al pincel y al lienzo y a los papeles de seda y a los caballetes y, de la misma forma en que antes había llenado sus logotipos de potencia expresiva y sutileza plástica, sus pinturas y sus esculturas se iban a llenar de signos. Todo ello tenía que ver tanto con uno de sus conceptos favoritos —el pensamiento gráfico— como con lo que ahora sería el pensamiento pictórico.
“¡Si Alberto viera esto, y encima, al lado de Goya!”, exclama Ana Arambarri en referencia a la exposición, “es el homenaje que la Academia tenía que hacerle, y él estaría como loco”. La comisaria de la muestra explica: “Que vuelva a la Academia como pintor es lo que de verdad me emociona. Él ingresó como diseñador y ahora regresa como pintor. Para él, el diseño era estudio, investigación, curiosidad, pero sobre todo era trabajo. ‘Yo con el diseño avanzo, camino, y en cambio el arte es para adentro, me hace crecer’, solía decir”.
Corazón fue, como se ha dicho, académico de San Fernando y eso le hacía especial ilusión pero al mismo tiempo no se callaba ninguno de los peros que le ponía a la venerable institución, y que verbalizaba en algunos de sus cónclaves. De manera que no es seguro al 100% que el resultado de ese “¡si Alberto viera esto!” que entona Ana Arambarri hubiera sido un entusiasmo sin condiciones por parte del artista… no es seguro que Alberto Corazón no hubiera exhibido una mezcla de satisfacción, pudor y un punto de recelo ante este aterrizaje en la Academia.
Uno de los motivos de satisfacción para él hubiese sido, sin lugar a dudas, el catálogo de la muestra, un lujoso volumen en el que, junto a la reproducción de obras expuestas y una exhaustiva biografía del artista y diseñador madrileño (la que escribió, a su muerte, su amigo el catedrático de Estética y filósofo Valeriano Bozal, a su vez recientemente fallecido) figuran diversos textos de personas no solo auténticas especialistas en la materia, sino allegados y en algunos casos íntimos amigos del homenajeado. El miniensayo que atañe a la vertiente conceptual de la creación plástica de Corazón la firma Simón Marchán Fiz, catedrático emérito de Estética y Teoría de las Artes en la UNED y también académico. La referida a la actividad propiamente dicha del pintor y el escultor corre a cargo de Fernando Gómez Aguilera, director de la Fundación César Manrique. Enric Satué, compañero de fatigas e histórico del diseño español como el propio Corazón, y ante todo amigo y confidente de largo aliento en largas veladas de arte y fútbol, firma Almas gemelas, un magnífico texto a caballo entre la intimidad, el surrealismo y la vocación divulgadora. Y la propia Ana Arambarri recorre en Regresar no es volver, que da título a la muestra, los ires y venires y las inquietudes intelectuales —inacabables y agotadoras— del hombre y del artista… y del escritor, que Alberto Corazón también lo era y de los buenos.
Pero no solo esta gran (por concepto) y pequeña (por tamaño) exposición de medio centenar de obras marca la actualidad concerniente a Alberto Corazón. Ana Arambarri se encuentra inmersa de lleno en el proceso de donación a la Biblioteca Nacional de los cuadernos personales del artista, su verdadero cofre de los tesoros en cuanto a ideas, conceptos, estudios, bocetos, dibujos… De hecho, esta gran donación a la BNE —en curso— arrancó con la colección de carteles ejecutados por el que fuera gran pope, junto con los Mariscal, Satué, Tusquets, etcétera, del diseño español de los últimos 40 años. “El día que visité la BNE y me explicaron en qué archivadores y en qué sala iban a quedarse los carteles, y de repente abrieron un cajón enorme y allí apareció el famoso Rinoceronte de Durero, que Alberto adoraba y tenía siempre encima de la mesa, casi me echo a llorar”, cuenta Arambarri, que asegura estar “contentísima” de que esa parte del corpus creativo de Corazón haya ido a parar allá. “De otra forma, en diez años esos cuadernos acabarían en el Rastro, que es donde suelen acabar a veces este tipo de tesoros”. Los carteles de Alberto Corazón en la Biblioteca Nacional. No hace falta echar a volar demasiado la imaginación para deducir que ahí hay otra exposición en ciernes…
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