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Muere Tica Fernández Montesinos, la última persona que conoció a García Lorca

La sobrina mayor del poeta fue “aquella hija que Federico sabía que no podría tener”

La sobrina de Federico García Lorca, Tica Fernández Montesinos, en la Feria del Libro de Granada en la presentación de su libro 'El sonido del agua en las acequias', en abril de 2018.
La sobrina de Federico García Lorca, Tica Fernández Montesinos, en la Feria del Libro de Granada en la presentación de su libro 'El sonido del agua en las acequias', en abril de 2018.PEPE TORRES (EFE)

Se ha ido la última persona que conoció a Federico García Lorca: su sobrina mayor, la delicada y frágil Tica Fernández Montesinos, 92 años. Su memoria permanecerá para siempre unida a una foto inolvidable en la que aparece con su tío Federico y su hermano Manuel a las puertas de la Huerta de San Vicente. Tica fue aquella hija que Federico sabía que no podría tener. Ella misma me lo contó en muchas ocasiones, durante las emocionantes visitas que en los últimos años tuve la fortuna de poder hacerle en su última residencia de Aravaca, Madrid. “Mi tío Federico me veía como la hija que no tendría”. Sentía tanta pena cuando me contaba aquello. Imaginé aquel tiempo de hace un siglo, imaginé a Federico, su escondida y perseguida homosexualidad e imaginé lo duró que tiene que ser saber que no vas a poder ser padre.

Contaba siempre Tica que cuando, con cuatro años, cayó enferma pasó su convalecencia en la Huerta de San Vicente. Siendo su padre médico, siempre lamentó que no existiese aún la penicilina que la habría curado de la sordera que arrastró de por vida. Sí recordaba siempre con un cariño enorme las visitas frecuentes que su tío Federico le hacía: “Tica, ¿cómo estás?”, le preguntaba con su voz potente. De aquellos primeros recuerdos conservaba uno que contaba con especial cariño y que retrata perfectamente el carácter divertido de su tío. Durante aquella enfermedad, su madre le cortó las trenzas y mientras lo hacía su tío Federico hacía como que “lloraba de mentirijilla, y yo siempre le agradecía aquel gesto de complicidad”.

Federico García Lorca, con Tica Fernández Montesinos de niña (derecha) y su hermano Manuel.
Federico García Lorca, con Tica Fernández Montesinos de niña (derecha) y su hermano Manuel.CORTESÍA DE LA FAMILIA DE TICA FERNÁNDEZ MONTESINOS

Tica tuvo una infancia terriblemente triste. Una de las peores infancias que se pueda imaginar. En agosto de 1936, cuando Tica tenía seis años, asesinaron en Granada a su padre, el alcalde, Manuel Fernández-Montesinos Lustau, y poco después a su tío Federico. En el verano de 1940 el resto de la familia pudo embarcar en el Marqués de Comillas para poner rumbo al exilio neoyorquino. Su abuelo Federico García Rodríguez dijo en la cubierta del barco: “No quiero volver a este jodío país en mi vida”. En ese barco viajaba Tica, la sobrina mayor de Federico García Lorca. Tenía entonces 10 años.

Como en uno de esos presagios lorquianos, Tica viajaba a la ciudad de los rascacielos que tanto había impactado, marcado y transformado al autor de Poeta en Nueva York. Lo hacía once años después de la estancia de Federico en la Universidad de Columbia. En 1929 su tío había escrito una carta a su hermana Concha, cuando conoció la noticia del primer embarazo en la familia: “Nacerá niña y yo seré su padrino y se llamará Tica” (en homenaje a la madre del poeta, doña Vicenta Lorca). De Vicenta, Vicentica y de Vicentica, Tica. Y así, Tica pasó más de una década —toda su adolescencia— en la ciudad de Nueva York, donde la distancia y el tiempo trataron de cicatrizar heridas que hoy aún sangran.

Tica me contó una tarde, a la brisa de un septiembre como éste en Madrid, una anécdota que ya narraba en sus memorias, pero escuchársela a ella —de viva voz— me pareció de una ternura y una magia increíbles. Una vez instalada la familia en Nueva York, Tica cogió una tarde el libro de El romancero gitano. Sumergida como estaba en los versos de su tío, y, siendo aún demasiado pequeña como para entender, le preguntó a su abuela doña Vicenta por el significado de una palabra que no comprendía. “Abuela”, preguntó Tica, “¿qué significa lúbrica?”. Lo había leído en Romance de la luna, luna. Su abuela la miró perpleja, le quitó el libro y le dijo que aquello no eran cosas de niñas. Un momento así hace que no olvides nunca el significado de una palabra cuando descubres que esconde. Tica era sencillamente delicada y maravillosa.

Hace unos años publicó dos libros de memorias, dos preciosas joyas literarias testimonio imprescindible para entender la alegría y el drama, las luces y las sombras, de la familia del poeta inmortal: El sonido del agua en las acequias y Notas deshilvanadas de una niña que perdió la guerra. Mi querida amiga, la escritora y catedrática de literatura Fanny Rubio, me había dicho poco antes de que yo conociese personalmente a Tica: “Ella es el personaje más lorquiano de la familia. Tica transita sutil por los libros de su tío. Tiene algo —en el aire, en la energía, en la forma— de Clotilde García Picossi, quien fuese la prima favorita de Federico y en quien se inspiró para el personaje de doña Rosita la soltera”. Clotilde era la propietaria de la Huerta del Tamarit, que inspiró a Federico su famoso Diván. Esta huerta cumple ahora un siglo y sigue siendo no solo propiedad de parte de la familia, sino un lugar lleno de vida que aún alberga la magia de los juegos y los prodigios lorquianos.

Así es como he percibido a Tica desde que la conocí. He compartido con ella muchas horas y he llevado a mis hijas pequeñas para que tuviesen siempre la fortuna de recordarla y de saber que ellas también, de alguna forma, habían estado próximas a ese universo lorquiano del que yo me enamoré a los once años.

Una imagen sin datar de Tica Fernández Montesinos.
Una imagen sin datar de Tica Fernández Montesinos.

A Tica le encantaba hablar, era una conversadora fantástica, pese a las secuelas en el habla que le había dejado aquella enfermedad que sufrió de niña. Tenía, además, una memoria prodigiosa. Me decía muchas veces, sabiendo que trabajo en la radio, con su sonrisa dulce y pícara: “Si me traes la voz de mi tío, yo sería capaz de identificarla. La recuerdo perfectamente, grave y potente”. A mí me habría hecho feliz cumplir aquel último deseo de Tica. Pero, como tantas cosas en Lorca, es un misterio. Y él ya lo decía: “Solo el misterio nos salva, sólo el misterio”.

Estar, durante estos años, cerca de Tica ha sido estar cerca de Federico. A su residencia en Aravaca llevé también a conocerla a mi querido Miguel Poveda y en mi última visita, la pasada primavera, estuve con Juan Carlos García de Polavieja, el Presidente de la Asociación de amigos de Agustín Penón y Marta Osorio. Recuerdo que ya la encontré cansada, le costó identificarme y tampoco me preguntó por mis hijas como había hecho siempre. Le llevamos bombones, que siempre agradecía, pero tampoco pudo comerlos. Supe, esa tarde, con tristeza que la Tica vital que yo había conocido estos últimos años estaba empezando a desdibujarse. Siento la pena de no haber podido llevarle la voz de Federico, como me pidió. !Ojalá lo hubiese conseguido!

Tica se lleva el sonido de la voz de Lorca, su timbre, su acento y el cariño del tío que presagió que sería niña y le puso nombre desde Nueva York. Tica quedará para siempre transitando, con su figura delicada y frágil, como una sombra luminosa del teatro lorquiano.

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