Hubo un ‘lejano oeste’ en los Pirineos
Kris Ubach regala un viaje al encuentro de las personas que conforman la esencia de unas montañas que son testigo mudo de una historia fascinante
Azar, casualidad, ventura o simple fortuna. Paul Auster, probablemente, tendría mucho que decir al respecto, pero cuando la suerte juega de parte de uno lo razonable es preguntarse por qué… sin hallar jamás respuestas definitivas. Cuando la sección de Cultura de este periódico me contacta y me propone escribir un texto acerca del libro de Kris Ubach, Pirineos. Más allá de las montañas (Ed. Península), me encuentro en plena travesía pirenaica, un viaje en bicicleta que pretende colmar un espacio personal que figura casi en blanco. Horas después de regresar a casa, empiezo la lectura: la autora se encuentra frente a la Isla de los Faisanes, en Irún, contemplando ese minúsculo pedazo de tierra varada en mitad del río Bidasoa en el que se dibujaron los márgenes de la frontera pirenaica en 1659. De haberse girado la autora, hubiese contemplado la casa en la que pasé infancia y adolescencia, horas muertas mirando al Bidasoa, sus aguas rodeando el islote. Kris Ubach lamenta no poder pisar la isla, y casi me sale una carcajada recordando como, de niños, pasábamos a nado o a pie, hundidos en un lodazal hediondo, para jugar al escondite entre los árboles de la isla. Sin haberlo previsto, con esta lectura inicio un segundo viaje pirenaico, sin descanso, un periplo tan estimulante y necesario como sorprendente.
Conozco razonablemente bien las elevaciones pirenaicas, sus cimas de prestigio, sus paredes icónicas y siempre he observado los Pirineos en vertical: de arriba hacia abajo, preguntándome qué escondían verdaderamente los valles que serpentean y dan paso a las elevaciones. Recorrer en bicicleta de montaña este espacio salvaje de oeste a este pretendía resolver una falta enorme en mi conocimiento de un espacio que adoro y que en cierta forma ha vertebrado mi vida. El tercer vértice de conocimiento que echaba en falta tenía que ver con sus gentes, sus formas de vida, su relación con el medio natural: la obra de Kris Ubach me ha permitido rellenar un hueco fundamental que añado a pequeñas conversaciones con los pastores del Valle de Ossau, los queseros de Ansabere, los taberneros de todos esos pueblos donde nos refugiamos después de escalar, tras satisfacer necesidades egoístas, encontrando de pronto la curiosidad precisa antes de regresar a nuestro día a día. “A veces vemos los Pirineos desde una única perspectiva: un lugar donde ir a disfrutar, a hacer una cima, a esquiar, a pedalear, a comer en sus pueblos, quedándonos solo con el paisaje y no con el paisanaje. Cuando empecé a documentarme para escribir este libro, me di cuenta de que había mucho escrito relacionado con el ocio y poco acerca de sus gentes”, explica Kris Ubach. La autora necesitaba ver el espacio pirenaico no como un patio de recreo sino como un lugar desde el cual observar y descubrir sus gentes: “he conocido muchas historias estimulantes, pero me pesa el hecho de saber que hay muchas que aún no conozco, todo lo que hay por aprender o recuperar, que me he perdido cantidad de relatos. Yo quería escribir un libro que fuese humano, lleno de relatos presentes y pasados y he descubierto que no sabía nada: por ejemplo, todo el periodo de la Segunda Guerra Mundial, los judíos que huían, la estación de Canfranc y el oro de los nazis… los Pirineos como frontera humanitaria o la despoblación actual son temas fascinantes”, se emociona la autora.
Un viaje a la inversa
Uno de los encuentros más inesperados y reveladores de Kris Ubach tiene que ver con dos jubilados, Gabriel Vidal y Rafael Medina, extrabajadores de la central Hidroeléctrica de Arties, que describen el Valle de Arán como el lejano oeste a mediados de los años cincuenta del pasado siglo, un far west donde no había otra cosa que hacer que fundirse a tragos el jornal, lo que generaba muchos problemas y peleas.
Existen sensaciones únicas relacionadas con la lectura, pero una de las más fascinantes tiene que ver con la pericia del autor para ponernos en tránsito, para hacernos viajar sin mover otra cosa que los ojos. Muchos de los lugares donde la autora se detiene, entre mi localidad natal, Irún, y el extremo pirenaico, el Cap de Creus, son lugares familiares que no obstante redescubro bajo otra perspectiva: la de sus personajes y la de las tradiciones perdidas, no siempre olvidadas. “Es cierto que mucha gente deja el Pirineo pero también los hay que hacen el viaje a la inversa, desde la ciudad a la montaña. Es evidente que las administraciones tienen que hacer un trabajo importante, ayudar mucho más al sector primario y a los oficios tradicionales para evitar la despoblación”, juzga la autora.
Leyendo a Ubach uno toma plena conciencia de la relación que ha mantenido con los Pirineos: un mero turista, un pasajero en la cadena pirenaica cegado por motivaciones de ocio, o laborales, más bien epidérmicas. Pasamos por aquí y por allá con una venda en la mirada que solo nos permite consumir experiencias para las que necesitamos cierta inercia. Pero el verdadero conocimiento precisa lo contario: pausa, curiosidad sincera, tiempo para olfatear, preguntar, indagar… Kris Ubach lo hace por nosotros y nos recuerda que estas tierras fronterizas albergan cinco idiomas oficiales: occitano, euskera, catalán, francés y castellano, y se podría incluir el aragonés… Y donde existe la pluralidad lingüística existen relatos que escuchar, y así uno se engancha a los personajes que desfilan por las páginas de éste libro, a la risa sincera y casi infantil de Rosalía Ramón, de 90 años, última habitante de Ainielle, la plaza hecha legendaria por Julio Llamazares en su genial La lluvia amarilla y que ahora parece más luminosa, menos devastadora.
Babelia
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