Los Pirineos de costa a costa en bicicleta eléctrica, un viaje que trasciende lo turístico, lo deportivo y la aventura
Siete días después de partir de San Juan de Luz, en la costa atlántica francesa, llegamos a la mediterránea Roses, donde, en la meta de la Transpyr, cada cual se queda con lo que puede y quiere
“Che, ¿viste ayer ese campo de amapolas? ¿Divino, no?”. En la cara de este médico argentino de 62 años se reconoce la ilusión sincera del que sabe que esa imagen atravesando la Cerdanya a golpe de pedal le acompañará mucho tiempo. Aquí, en la llegada de la Deporvillage Transpyr a Roses, en el paseo marítimo paralelo al Mediterráneo, no se habla de vatios, de esfuerzo, de miseria… Siete días después de partir desde San Juan de Luz, en la costa atlántica francesa, nos bañamos en el Mediterráneo. Aquí se habla poco, todos abrumados por las emociones incubadas estos últimos 105 kilómetros. Puede que la meta no estuviese aquí, sino en cada sorpresa del camino. Oriol Sallent, el portavoz de la prueba, pide horas antes, en la salida, que repasemos lo vivido. ¿Y qué es lo vivido? ¿Es la misión cumplida? ¿El placer del viaje? ¿Dejarse las tripas en los tramos cronometrados? ¿Las conversaciones en una pista forestal que nunca termina? ¿La adrenalina de los descensos? ¿Los juramentos en el barro? ¿Las estampas de ríos, bosques suntuosos, agua saltarina, prados inmaculados, collados como belvederes, roca caliza y granito, el corzo que cruza un sendero, la granja perdida en el tiempo, molestar sin desearlo a vacas, caballos y ovejas, la sonrisa del abuelo que no nos entiende, pero al que divertimos con nuestras prisas y colores, las risas en los avituallamientos, la soledad abrumadora, el paisaje que se transforma día a día, la vida lejos de lo cotidiano? Ni idea, cada cual se queda con lo que puede y quiere. Pero está claro que atravesar los Pirineos de costa a costa es un viaje fabuloso que nos abre los ojos a la tremenda riqueza orográfica, humana y cultural que custodia la cadena montañosa. A los pies del Tourmalet, el agua recorre furiosa laderas y senderos, sinónimo de vida. En Roses, la sequía obliga a restricciones de agua y el fantástico Cap de Creus es atendido entre algodones para que no arda. Y solo estamos en junio. ¿Cómo preservar tanta belleza, tanta vida?
Ahora que asaltamos montes y playas para saciar nuestra sed de vacaciones, cabe recordar detalles como el que alimenta la Transpyr: desde hace 13 años, en cada una de las localidades en las que para la prueba, se hace entrega al alcalde de una botellita rellena de sal, un pequeño homenaje a los que recorrían las sendas pirenaicas no por ocio, sino por el sencillo y necesario negocio de intercambiar la sal marina por los bienes que pudiesen ofrecer los pastores de las montañas. Esas rutas se llamaban Camí Saliers, en lengua occitana. El detalle ilustra el espíritu de los organizadores: solo Francesc Sallent, ideólogo y creador de la Transpyr podría decir que vive de su producto. Así que esto no es un negocio, sino una pasión alimentada por unos pocos y que durante una semana genera un micro empleo para 90 trabajadores, desde los responsables de los avituallamientos hasta la agencia de viajes que se encarga de alojar a los ciclistas pasando por los que cubren los cruces de carretera, los que abren la prueba de madrugada a pedales y los ciclistas escoba que solo dejan nuestras rodadas como evidencia de paso. Pero también hay ambulancias que acompañan en permanencia a la comitiva, servicios ambulantes de masaje, de mecánica, de limpieza, de montaje de las llegadas y salidas, de fotografía, de atención en carrera y muchos otros que olvido. Decir que la organización es modélica, es bien poco: es cálida. Y eso es algo que se contagia a los ciclistas. Existen muy pocas carreras lineales como la Transpyr, porque exigen tanto esfuerzo logístico que las que lo intentaron acabaron derivando hacia una cita circular. Aterricé en este mundo que redescubro 30 años después con enormes suspicacias y a prioris, y sí, aunque seamos ególatras, pijos y adictos a pasarlo mal, en esencia solo he visto hombres y mujeres con ganas de regalarse algo tan sencillo como la emoción única de descubrir los Pirineos en bicicleta, creando por una semana una comunidad que avanza en perfecta sincronía.
Estuve cerca de participar con una bici convencional, pero afortunadamente Oriol Sallent me animó a descubrir una eléctrica, porque intuye, o cree firmemente, que en un futuro cercano muchos se animarán a participar con este tipo de máquinas. ¿He sufrido? En absoluto. ¿Ha sido un paseo? Tampoco. Pero ha resultado la mejor opción posible para mi edad, estado de forma y experiencia, una decisión que me ha permitido saborear realmente lo vivido y no solo subir con relativa serenidad, sino descender con un nivel mínimo de estrés: cansarse también bajando hubiera sido demasiado. Ahora, con conocimiento de causa, puedo decir que es un gran invento. Y, además, salva matrimonios ciclistas, permite a padres mayores montar con sus hijos, es la ilusión de muchos ciclistas jubilados a destiempo por los achaques… Pienso fugarme a un país sin tratado de extradición para que Orbea no pueda reclamarme nunca su préstamo de bicicleta.
Cada fin de semana se celebra en nuestro país un sinfín de pruebas ciclistas de todos los tipos y abundan también las de varios días: “¿Son demasiadas? Puede que sí, pero eso nos obliga a trabajar más y a adaptarnos a lo que piden los participantes. Antes se pedía competir, y ahora la gente busca vivir algo diferente, una aventura, un viaje íntimo. Siempre buscamos recorridos únicos, como punto de partida. Las bicis eléctricas cada vez son mejores, más ligeras y más parecidas a las bicis de toda la vida, así que apostamos por ellas y el año que viene incluiremos el gravel, porque ya hay un público dispuesto”, explica Oriol.
Las inscripciones para la Transpyr 2024 ya están abiertas: el 25% de los participantes repiten, lo cual es significativo si se tiene en cuenta que formalizarla cuesta unos 1.300 euros. Mañana, Francesc Sallent empezará a pedir permiso de paso, uno a uno, a los 200 municipios por los que atraviesa la cita, buscará caminos perdidos, sendas que habrá que limpiar, puertos escondidos… El resto, aunque seamos globeros, reimaginaremos una y otra vez lo vivido. Y no habrá dos relatos que se parezcan.
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