_
_
_
_

Antonio Gamoneda: “Cuando no quiero escuchar bobadas, bajo mi audífono y santas pascuas”

El poeta, galardonado con el Cervantes en en 2006, recibe el Premio Semilla de Oro y acude a inaugurar una exposición sobre su obra en la localidad leonesa de Gordoncillo

El poeta Antonio Gamoneda, premio Cervantes en 2006 y reciente premio Semilla de Oro.
El poeta Antonio Gamoneda, premio Cervantes en 2006 y reciente premio Semilla de Oro.Emilio Fraile
Jesús Ruiz Mantilla

En tiempos de confusión, acudir a los poetas, en horas de incertidumbre, acostarse sobre buenos versos, como por ejemplo los de Antonio Gamoneda (Oviedo, 92 años). El que nos arrojó tanta verdad en Descripción de la mentira, nos abrigó con su Libro del frío, congeló todo un tiempo con Sublevación inmóvil, Blues castellano o Arden las pérdidas... y tiene reunida su obra en la antología Esta luz (Galaxia Gutenberg). Un poeta que produce temblores y ha peleado siempre por buscar la serenidad en medio de la angustia desde que, huérfano de padre, tuvo que ayudar a su madre a mantener la casa trabajando desde los 14 años. Autodidacta y rebelde, místico y hedonista, fue Premio Cervantes en 2006 y acaba de recibir en Gordoncillo (León), donde se ha inaugurado una exposición sobre su trayectoria, el premio Semilla de Oro. Gamoneda, de 92 años, no ha podido decir que no, entre otras cosas porque le dedicaban un vino para la ocasión, un tinto crianza que elaboran en las bodegas Gordonzello, cooperativa de la localidad, y allí se presentó para brindar, muy partidario de aprovechar en la vida, como dice, “esas situaciones que no sean repelentes”.

Pregunta. Este prestigio de la ignorancia para quien ha sido autodidacta debe resultar abominable, ¿no?

Respuesta. Primero debo decir que no soy muy defensor del autodidactismo, no hay mejor maestro que un libro. Pero este prestigio de la ignorancia, hoy, es repelente. Se corresponde con una degradación del pensamiento y las instituciones cuando se han oxidado la democracia y las ideologías. No se trata de tirarlas por la ventana, pero veo venir la caída y el cañamazo político e institucional.

P. ¿Tanto?

R. Se ha desnaturalizado la democracia. Deberíamos pensar en las prioridades. ¿Qué precede? Una concordancia, un acorde. Ha caído la noción de los derechos fundamentales. Las estructuras económicas no han cambiado desde la dictadura. ¿Qué democracia es esta habitada por una dictadura económica? El elemento que debe regir la convivencia antes que el derecho es la cobertura de las necesidades básicas. ¿Para qué nos sirven los derechos si antes no hemos solventado las necesidades? Todos los españoles tenemos derecho a un techo, dice la Constitución, ¿dónde está ese techo para tantos?

P. Aunque no confíe en el autodidactismo, ¿cómo se las arregló usted para aprender?

R. Mi madre no lograba ganar para que comiéramos los dos después de que mi padre muriera. Yo entré como recadero en el Banco Mercantil a los 14 años. Encendía la calefacción a las cinco de la mañana. No es ideal que, a esa edad, un niño se dedique a partir leña y quemarla a esas horas, pero servía a los pequeños sátrapas de ese banco con 80 o 90 horas semanales. Todo eso incitaba a la disconformidad y me hice amigo de gente mayor que yo, conscientemente disconformes.

P. ¿Y le abrieron los ojos?

R. Ellos fueron mi conciencia, mi formación progresiva. Formaron en mí una voluntad y una forma de resistencia informada, así me coloqué en la voluntad de aprender.

P. Su madre y esa voluntad de querer saber marcan su obra.

R. Mi madre es una mujer reprimida por la propia vida, queda sin sustento y amor muy pronto y vuelca su soledad en su hijo. Era asmática, vinimos de Oviedo a León para arreglar eso y lo arregló. La pobre cosía con una máquina que compró con una indemnización al morir mi padre.

P. Existe una complicidad entre ella y usted: física, anímica, trascendental.

R. Cierto, no había dado con la palabra complicidad para definirla. Te lo agradezco. Era así. La palabra es creadora de pensamiento. Yo escondí a un amigo en casa por razones políticas. Ella hacía el desayuno y jamás preguntó.

P. ¿Cuándo adquiere usted conciencia de ser poeta?

R. Más que conciencia, fue convicción. Mi padre resulta que era poeta y yo aprendí a leer en un libro que él había escrito y publicado en 1919. Su único libro. Murió con 42 años. Abandonó antes la bohemia y entró en el periodismo.

P. Cuanto nos ha sucedido no es más que destrucción, cuenta usted en Descripción de la mentira. ¿Cómo se justifica de nuevo esa atracción presente hacia el abismo?

R. Toda mi obra tiene un componente dramático. Ha estado alimentada por el peso de una tragedia. Mi madre me enseñaba la muerte en las manos todos los días, la de mi padre, después vi a los presos pasar por delante de mi balcón. No regresaban nunca. Los amigos que te comentaba antes se suicidaron y eso cristalizó en mi vida y en mi poesía. En algún momento de mi obra, hablo de ese magnetismo hacia el abismo, aunque la poesía proporcione, al tiempo, placer.

P. En el Libro del frío dice usted: “Este placer sin esperanza, ¿qué significa finalmente para mí?”.

R. Pues eso es lo que trato de desentrañar.

P. Como la agonía y la serenidad al tiempo, ¿conseguirá conciliarlos?

R. Es posible que toda nuestra vida trate de acercarnos hacia esa conciliación. En mí es un deseo. Pero llegaré a la meta sin saberlo.

P. ¿Por qué tiene usted esa obsesión por fundirse en la música?

R. Porque la poesía lo es. Principalmente, ritmo.

P. Esa fascinación y al tiempo desengaño por el rito y lo ceremonial, ¿le viene por vivir al lado de la catedral de León?

R. Por estética podría estar de acuerdo con lo ceremonial, pero eso está construido artificialmente, la ceremonia es una falsedad armada para crear respeto.

P. ¿En pos de la dominación?

R. Es una coraza del poder para prosperar. Si había que degollar a 50.000 se organizaba un Te deum y punto.

P. ¿Y la muerte? “Entre tu mirada y mi voz, los muertos vibran”.

R. Yo tenía 17 años cuando escribí eso. Ese leguaje está creado para dibujar la imposibilidad.

P. ¿Lo invisible?

R. También, lo que nos resulta imposible de ver. Los muertos vibran porque ahí, con la palabra, regresan a la vida.

P. No cree usted en las invocaciones, pero las invocaciones, dice, creen en usted. ¿Cómo lo sabe?

R. Por lo que te acabo de decir. Por el lenguaje, que es independiente a lo que yo crea. Esa invocación, la palabra en sí, crea una realidad propia a la que yo puedo o no pertenecer.

P. En este mundo lleno de ruido puede servir otro deseo suyo: “No pude resistir la perfección del silencio”. ¿Una mística?

R. Yo a veces percibo el bajísimo temblor de este árbol que vemos aquí, en mi patio y está conmigo. Si pongo mi audífono alto, lo percibo. También, cuando no quiero escuchar bobadas, lo bajo y santas pascuas. Esa ventaja tiene. ¿Hasta dónde puede llegar uno en la perfección del silencio y la resistencia a la soledad? Me lo pregunto… Por ahí andan las cosas…

P. Y esa amistad dentro de sí mismo, ¿le consuela?

R. Sí, porque sirve para reconciliarse con el propio fracaso. Una amistad, así la he llamado, se parece a eso.

P. ¿Qué es la retracción?

R. Volver a la madre. Al abismo, a mis amigos suicidas. ¿Para qué? Para seguir siendo yo mismo.

P. ¿Y esa obsesión con la traición?

R. Aquí tengo que ir despacio. Mis dos amigos suicidas, cuando toman esa decisión, me abandonan y yo lo vi como un acto de traición.

P. ¿Así lo ve?

R. Sin encono, sin rencor. Apuntas mucho, eh…

P. Perdóneme, es lo que me produce su poesía. ¿Entiende hoy que se suicidaran?

R. Sí, pero ¿qué más da? ¿Elimina eso que se produjera la traición?

P. ¿Es todavía su memoria maldita y amarilla?

R. Todo lo que hemos hablado conduce a eso. Ya que mi memoria es lo único que tengo. No existe la poesía sin la memoria.

P. ¿Sigue siendo este país aquel al que un día no quería llegar?

R. Sí, porque lo adivino también vacío. Junto al amarillo, utilizo también mucho el blanco, que para mí representa la extracción, el vacío.

P: Pero a ese país, ¿le debemos llamar España o lo podemos llamar también mundo?

R. España anda dentro de esa naturaleza del mundo vacío.

P. ¿Somos veloces sin destino en este presente acelerado?

R. Nos dirigimos veloces sin destino a lugares que no existen, arrimémoslo a un porvenir de la democracia. Está vacío, pero debemos dirigirnos allí.

P. Otro verso suyo: “Cuándo me pongo los pantalones, me quito la libertad”.

R. ¡Léelo otra vez y date por contestado! ¡Te pones los pantalones para salir ahí afuera!

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_