Nathalie Poza, actriz: “Durante años he vivido fuera de mi cuerpo. Lo despreciaba: anorexia, bulimia… Ahora, he vuelto a casa”
La protagonista de ‘La Unidad Kabul’ habla de los cambios en su vida tras la pandemia (“hice clic”) y de su momento actual: “Reivindico el silencio, la escucha y el no saber: se dice poco ‘no sé'”
Nathalie Poza (Madrid, 51 años) estrena La Unidad Kabul, tercera temporada en Movistar+ de la exitosa serie de Dani de la Torre y Beto Marini. “Dani dice que, de todas las ficciones que ha rodado, esta es la única que cree que es necesaria”. Poza medita todos los días y cuenta que ha cambiado desde la pandemia. Por ejemplo, cuando el camarero de una cafetería de la calle Toledo de Madrid pregunta qué va a querer de comer: nada de animales.
Pregunta. ¿Desde cuándo?
Respuesta. Desde la pandemia. Hice clic. Hasta la obsesión, hasta la locura [bromea].
P. ¿Algún cambio más desde entonces?
R. Soy más consciente del mundo en que vivimos; más consciente de la necesidad de ternura y de la amenaza de destrucción. Eso me obsesiona, incluso desde el punto de vista creativo.
P. ¿De qué manera?
R. No me imagino en un escenario sin llamar al encuentro. Sin preguntarme: ¿hay alguien más que se siente como yo? Y por eso me dedico a lo que me dedico.
P. ¿Por qué eligió la interpretación?
R. Era una necesidad que no sabía a qué se debía, y ahora sé que no tiene que ver con la sublimación del ego, sino con la posibilidad de cambiar y transformarse.
P. No es solo encontrarse con el otro, como decía usted antes: también de ser otro.
R. No me gustan las palabras interpretar, representar… Me gusta encarnar. Y de tanto encarnar, si tienes suerte, empiezas a entender lo que significa la empatía. Por eso le doy tanta importancia a que los niños hagan teatro. Todos los niños juegan a ser otro. Y esa es una forma de liberarse, por tanto algo muy sano. Siempre y cuando no te olvides de jugar.
P. Acaba de rodar Honeymoon, de Enrique Otero.
R. Con una niña, Silvia Xirui, y ha sido impresionante. Esa niña representa la conciencia de los personajes adultos [ella misma y Javier Gutiérrez]. Y aparece para guiarlos. Se fue haciendo actriz a medida que avanzaba la película desde el juego, desde la inocencia y desde la sencillez que uno acaba perdiendo en este oficio. Con el tiempo llega la exigencia, la responsabilidad, el querer hacerlo bien. Y entonces llega un niño, encarna totalmente el personaje y redescubres que esto es un juego, que siempre lo ha sido.
P. La ingenuidad.
R. El problema es cuando los adultos les señalamos constantemente el fallo. Y empieza la vergüenza, la culpa y la exigencia.
P. ¿Usted dónde está?
R. [Sonríe] Yo reivindico el silencio, la escucha y el no saber, tío. Se dice poco “no sé”, y estoy en esas. Hasta me daba reparo esta entrevista. Me producía cierto escalofrío darla.
P. ¿Por qué?
R. Porque estoy en un momento de mucha incertidumbre y de no saber ni hacia dónde mirar. Y, por un lado, eso me da vértigo, porque se supone que así no se puede estar en este mundo, y menos en esta industria. Y, por otro lado, me produce una excitación brutal. Porque despierta mi curiosidad. Así que he decidido tomar perspectiva y abrazar la incertidumbre y, ¡hostia!, por un lado, no hago pie y hay días muy malos, y por otro me despierta una excitación que me recuerda mucho a la infancia, a una época más salvaje, más curiosa: dejarse sorprender, no juzgar, abrir otras puertas.
P. Es muy difícil callarse en este país.
R. Está muy infravalorado el silencio. A mí me fascina cuando estoy con alguien que no tiene las cosas muy claras. Esos encuentros son los que más te revelan después.
P. ¿Qué hizo?
R. Salí de la tristeza, por sobreinformación, y me he ido a la esperanza. Me estoy acercando a todos aquellos colectivos y personas que están más en la esperanza que en la oscuridad, o que conocen la oscuridad, pero han decidido vivir como si fuera posible el cambio. Esa clave me la dio mi terapeuta, Francisco Pereña, al que he visto durante muchos años.
P. ¿Qué le decía?
R. Que la vida no tiene sentido. Y yo: ¿pero para qué le pago? Y él: ¡no lo tiene, asúmelo! Pero vive como si lo tuviese o como si fuese posible que lo tuviese.
P. ¿Le da muchas vueltas a eso, al sentido de la vida?
R. Se las doy. Pero estoy leyendo La esperanza en la oscuridad, de Rebeca Solnit, que es mi escritora favorita en estos momentos; un libro maravilloso donde nos recuerda todos los logros que se han hecho. Y pone nombre a muchos de los activismos que han triunfado. Así que sí, es posible.
P. ¿Y su cuerpo, o sea, su herramienta?
R. Durante muchos años he vivido fuera de él, a pesar de ser actriz. He tenido un conflicto importante con mi cuerpo.
P. ¿A qué se refiere?
R. He tenido muchos trastornos alimenticios. Tenía un desprecio por mi cuerpo brutal. Y de alguna manera estoy volviendo a casa, que es volver al cuerpo. Y por eso todos los días practico disciplinas para honrarlo, para cuidarlo. Para seguir sirviéndome de este instrumento para contar historias, para estar en un escenario; he tenido el privilegio y la suerte de regenerarlo. Estamos metidos en este contenedor del que nos vamos a ir algún día, tenemos que cuidarlo.
P. ¿Acusaba esos cambios a la hora de trabajar?
R. No, bueno… A veces he sobrevivido más que he vivido.
P. ¿Cuando hablamos de trastorno alimentario hablamos de anorexia?
R. De anorexia y de bulimia.
P. ¿Con los papeles no supuso ningún problema?
R. ¿Cuántos años llevamos las mujeres disimulando? Disimular se convirtió en un suplicio. Y ahora soy muy feliz, porque no disimulo. Gracias a la ayuda profesional.
P. ¿Cuántos años tenía cuando empezó a tener problemas?
R. Empecé con 17. La anorexia en esencia no es un trastorno alimenticio, de la anorexia y la bulimia se puede pasar a todo tipo de adicciones. El asunto es: ya que me siento destruida, voy a controlar mi propia destrucción. Una se siente poderosa: ¿hasta dónde puedes llevar esos límites en tus posibilidades? El problema es que hay un día que ya no lo controlas.
P. …
R. Yo necesito saber por qué pasan las cosas. Uno necesita ser, borrarse. Y por eso hablaba de volver al cuerpo. La sociedad no ayuda: también nos borra y nos dicta cómo tenemos que ser, cómo tenemos que aparentar. Veo fotografías mías con 17 años y me quiero golpear: ¿cómo podías pensar que eras fea o que eras deforme? Por eso ahora disfruto mucho arreglándome. O disfrazándome para los personajes mucho más que antes. Porque me gusta.
P. ¿Desde los 17 años hasta cuándo?
R. Décadas. No solo anorexia. Todo tipo de trastornos. He tenido historias de todo tipo, incluidas relaciones tóxicas. Hasta que me he sentido en paz conmigo misma.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.