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La “reescritura” de los textos de Roald Dahl provoca indignación global y sospechas sobre su legalidad

La editorial Puffin Books y The Roald Dahl Story Company realizaron cientos de cambios en las últimas ediciones de los libros del autor. Han arreciado las quejas de los lectores, de escritores como Salman Rushdie y hasta del ‘premier’ británico Rishi Sunak

Roald Dahl
Roald Dahl en el neoyorquino Central Park, en marzo de 1961.CBS Photo Archive (Getty Images)

Los cambios en los textos originales de Roald Dahl realizados por su editorial y el organismo que gestiona su legado en pos de un mensaje más inclusivo han levantado una gran indignación global. Como resumen, un tuit del escritor Salman Rushdie: “Roald Dahl no era ningún ángel, pero esto es una censura absurda”. O los miles de quejas de los lectores, en redes sociales o columnas de opinión. O las palabras del mismísimo primer ministro británico Rishi Sunak, a través de un portavoz: “Es importante que las obras literarias y de ficción se conserven y no se retoquen”. Las modificaciones se cuentan por cientos, la mayoría relacionadas con asuntos como el peso, el género, la salud mental, la violencia o la raza, con el objetivo de ser respetuosos con todas las sensibilidades, y afectan a las novelas más célebres del autor, de Matilda a Charlie y la fábrica de chocolate, pasando por Las brujas. El escritor no puede opinar sobre el asunto, ya que falleció en 1990.

Por eso, entre otras razones, algunos expertos dudan incluso de la legalidad de esta reescritura, al menos si el caso se diera en España, en virtud al derecho a la integridad de la obra que reconoce la Ley de Propiedad Intelectual. El Estado, según dos abogados consultados por este diario, podría incluso actuar para garantizar la preservación de la obra original, si corriera el peligro de desaparecer con la aparición de la modificada.

Los hombres de las nubes (Cloud-Men) en James y el melocotón gigante ahora no son hombres, sino gente (Cloud-People). Los pequeños zorros de El superzorro ahora son hembras. Una mención a Rudyard Kipling en Matilda ha sido cambiada por otra a Jane Austen. Cosas como estas le han pasado a las obras infantiles de Roald Dahl en las últimas ediciones publicadas por el sello británico Puffin, todo ello de acuerdo con The Roald Dahl Story Company, que se dedica a gestionar el legado del escritor, y que es propiedad de Netflix desde que en 2021 el gigante audiovisual se hiciera con los derechos de las obras, también de cara a sus múltiples adaptaciones a cine y series. Ya no hay “gordos” ni “feos” en las novelas de Dahl. Lo desveló el diario británico The Daily Telegraph, que también publica la explicación de los cambios que puede leerse en la página que ocupan los derechos de autor de cada obra: “Este libro se escribió hace muchos años, por lo que revisamos regularmente el lenguaje para asegurarnos de que todos puedan seguir disfrutándolo hoy”. Netflix, contactada por el mismo periódico, remitió a la editorial, ya que la operación se realizó antes de su adquisición.

En España, la editorial en la que se publican estas historias de Dahl es la sección infantil y juvenil de Alfaguara: “Alfaguara Infantil y Juvenil tiene los derechos en español de los libros de Roald Dahl y los publica en todo el territorio de habla hispana. No se ha hecho ningún cambio en estas ediciones. Ante las noticias surgidas en el Reino Unido, nuestros editores consultarán si proponen cambios y qué tipo de orientación sugieren antes de hacer cualquier otra manifestación”, explican fuentes de la editorial. Los libros de Dahl se han traducido a 63 idiomas y vendido más de 300 millones de ejemplares en todo el planeta, de ahí que esté considerado uno de los autores de literatura para jóvenes más relevantes de la historia. El retrato transgresor y libre de los pequeños es precisamente uno de los elementos más adorados de su obra, aunque el autor también ha sido acusado en distintas ocasiones de ser racista, misógino o antisemita.

Un pastel decorado como el libro 'Matilda' de Roald Dahl en una feria de pastelería londinense.
Un pastel decorado como el libro 'Matilda' de Roald Dahl en una feria de pastelería londinense. Neil Hall (REUTERS)

¿Censura? ¿Corrección política?

“Me parece pasarse de la línea con la censura y lo políticamente correcto. Tengo 42 años. Leí los libros de Roald Dahl de pequeña. Lo hice de nuevo de mayor, como docente. Y volví a retomarlos con mi hija”, resume Begoña Regueiro Salgado, profesora titular de Literatura Infantil y Educación Literaria en la Universidad Complutense de Madrid y directora del Grupo de Investigación UCM Educación Literaria y Literatura Infantil (ELLI).

A la experta, igual que a millones de aficionados en todo el mundo durante décadas, esas novelas le fascinan tal y como se escribieron originalmente. Y agrega: “No es un autor al que uno se acerque con cuatro años. Los niños que le leen ya tienen capacidad de juicio. Los estamos sobreprotegiendo y eso no les ayuda. Al revés, pone en duda su criterio y su capacidad de entender. Por supuesto que me preocupa la perspectiva de género, o que está mal llamar a alguien ‘gordo’ o ‘feo’, pero de explicar eso se encarga la propia educación”.

Regueiro cuenta que el caso ha sido objeto de debate en su grupo de investigación. Y casi todos los entrevistados muestran ya un conocimiento previo del asunto, un indicio de hasta qué punto ha trascendido en el sector. “Lo que hace falta es que los adultos (maestros, familias, libreros…) que somos los mediadores entre los textos y los pequeños afinemos mucho nuestra formación para hacerles ver que el mundo no siempre ha sido igual, que la humanidad tiene una historia muy larga y ha sido capaz de mejorar en ciertos aspectos”, tercia Pilar Núñez Delgado, profesora del Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Granada, especializada también en libros para los más jóvenes. Frente al rechazo generalizado sobre retocar el texto, algunos entrevistados citan soluciones alternativas como un texto introductorio, que sirva para contextualizar cuándo y por quién fue escrito. O notas a pie de página.

A la vez, también se multiplican las comparaciones más allá del propio Roald Dahl. Por ejemplo, si habría que omitir que los niños eran explotados en fábricas y minas durante la revolución industrial. O si llegará el momento en que se suprima del Quijote “el episodio del manteo de Sancho Panza”, como plantea Ñúñez Delgado. Hay quien insinúa si sería aceptable suavizar a golpe de pinceladas un fusilamiento pintado, quien recuerda el racismo y misoginia presentes en la obra de Quevedo o el momento en el que los protagonistas de Los Cinco, la célebre saga literaria de Enid Blyton, pasaron de beber cerveza de jengibre a gaseosa en ediciones más tardías. “Imagínese que cada cierto tiempo se hiciera una revisión para comprobar si una obra encaja con los gustos de esa época”, añade Núñez Delgado.

Para Xosé Ballesteros, responsable del sello infantil y juvenil Kalandraka, se trata de ir precisamente en la dirección opuesta: “La literatura tiene que ser buena, ante todo. Sabemos que se publica mucha basura, no solo para adultos sino también en infantil y juvenil. Y se está primando muchas veces lo comercial, no en el sentido de vender muchos libros, que me encantaría. Los editores deberíamos aspirar a difundir obras que perduren, con vocación de convertirse en clásicos”.

Ballesteros observa un “curioso” parecido con otra protesta reciente, pero que procedía del espacio político opuesto: en 2015, el entonces alcalde de Venecia, Luigi Brugnaro, elegido al frente de una coalición de centroderecha, prohibió varios libros infantiles culpables, presuntamente, de “ideología de género”. Entre otros, acabó vetado un clásico como Pequeño Azul, pequeño Amarillo, de Leo Lionni. De ahí que el editor califique los retoques de “atentado” contra los libros de Dahl y afirme que “llueve sobre mojado”, ya que hace tiempo que la literatura infantil afronta una discusión interna sobre el presunto exceso de mensajes y aleccionamiento a los niños. El editor, además, subraya la injusticia de que se “deturpe el estilo de alguien que no puede opinar”, ya que Roald Dahl falleció en 1990, a los 74 años.

Roald Dahl
Un niño lee un ejemplar de 'James y el melocotón gigante', de Roald Dahl. Astrid Riecken (Getty Images)

Y ahí, al margen de la discusión sobre ética y oportunidad, el caso pisa también el terreno legal. En España, el artículo 14 de la Ley de Propiedad Intelectual otorga al autor, entre otros, “derechos irrenunciables e inalienables”: “Exigir el respeto a la integridad de la obra e impedir cualquier deformación, modificación, alteración o atentado contra ella que suponga perjuicio a sus legítimos intereses o menoscabo a su reputación”. ¿Se cumpliría en este caso? “Dahl escribió eso y ya está. La obra y el derecho de autor están por encima de quien gestione y ahora retoque su legado”, afirma Carlos Sánchez Almeida, abogado experto en propiedad intelectual. Su compañero de profesión Andy Ramos realiza una interpretación parecida: “Cuando un autor quiere utilizar un lenguaje y unas connotaciones para transmitir unas ciertas ideas, sean ofensivas o no, hay que respetarlo”.

Ambos, de hecho, consideran que hipotéticamente cabría incluso una acción por parte del Estado, como garante de la libertad de expresión y del derecho de acceso a la cultura. “Si la obra original terminara eliminada del mercado y solo se mantuviera la alterada, la Administración podría pedir al juez que se publique la primera”, cree Ramos. “Los lectores tienen derecho a conocer un trabajo artístico tal y como se hizo”, agrega Sánchez Almeida. Hasta el punto de que, por “anecdótico” que resulte, Ramos vería posible una reclamación como consumidores para conocer las características exactas de la obra que se está adquiriendo. Como si, de alguna forma, las nuevas publicaciones de Dahl incurrieran en publicidad engañosa, salvo que aclararan al principio que no se trata exactamente del texto original.

El personaje de Willy Wonka, de 'Charlie y la fábrica de chocolate', interpretado por Johnny Deep en la versión cinematográfica de Tim Burton.
El personaje de Willy Wonka, de 'Charlie y la fábrica de chocolate', interpretado por Johnny Deep en la versión cinematográfica de Tim Burton.

Embajadores de la inclusión

La corrección de los textos de Dahl se hizo en colaboración con la empresa Inclusive Minds (mentes inclusivas) y sus “embajadores de la inclusión”, personas con experiencias vitales diversas dedicadas a detectar dónde un texto puede ser poco respetuoso con todas las sensibilidades. Algunos maestros entrevistados por el Telegraph destacaron que no solo los gustos de los niños están cambiando, sino que, incluso, encuentran ya ciertos puntos de vista obsoletos y ciertos pasajes ofensivos.

Por lo demás, no es la primera vez que el trabajo de Dahl es polémico, ya en anteriores ocasiones había sido tachado de misógino, crudo, amoral, antisemita o racista, por ejemplo a cuento de los Oompa Loompas, la tribu de pequeños ayudantes de Willy Wonka que, a modo de ruidosos pigmeos domesticados, trabajan en su fábrica de chocolate [por cierto, en la nueva edición estos seres son de género neutro]. O al propio Wonka, un ser de conductas amorales: un vegetariano que seduce a los niños con suculentos y perniciosos dulces. La familia del autor se disculpó en 2020 por sus comentarios antisemitas: eran “incomprensibles para nosotros”, dijeron.

El propio Dahl, a lo largo de su vida, hizo variaciones en sus historias para evitar estas críticas. Ahora el autor ya no está. La Roald Dahl Story Company ha explicado que su intención ha sido mantener “los argumentos, los personajes, la irreverencia y el espíritu mordaz del texto original”. El reto que se presenta es cómo mantener el atractivo de Dahl, muchas veces consistente en esas pequeñas transgresiones, con las nuevas sensibilidades. Y sin su permiso.

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