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¿Hay que censurar las escenas racistas del cine infantil?

El desembarco de la plataforma Disney + reabre el debate sobre qué hacer con clásicos que, vistos hoy, resultan polémicos o incorrectos. ¿Se eliminan? ¿Se acompañan de rótulos explicativos?

Bobby Driscoll (izquierda) y Glenn Leedy, en una imagen de 'Canción del Sur' (1946). En vídeo, escena de la película.

Los espectadores estadounidenses que se adentraron el pasado mes de noviembre en la nueva plataforma de streaming Disney+ y apostaron por ver Fantasía, El libro de la selva, Dumbo o Peter Pan se encontraron con que esas películas van precedidas por un rótulo que dice: “Este programa se muestra como se creó originalmente. Puede contener retratos culturales anticuados”. El mensaje se refiere, por ejemplo, a la centaura negra de Fantasía que aparece limpiándole las pezuñas a un caballo, al orangután King Louie en El libro de la selva, que le canta a Mowgli a ritmo de jazz: “u-bi-dú, quiero ser como tú” (es decir, humano, civilizado), al cuervo de Dumbo, que se llama Jim Crow, como las leyes que segregaban a blancos y negros en el Sur estadounidense, y a la canción de Por qué dicen Au, que sale en Peter Pan y que exhibe todos los clichés posibles sobre los nativos americanos.

Hasta el mismo lanzamiento de Disney+, que llegará a España en marzo, costará 6.99 al mes y dará acceso a un catálogo que incluye clásicos animados, el universo Marvel y la saga Star Wars, se había especulado con otra posibilidad más radical: colgar esos filmes en la plataforma, pero con las escenas polémicas censuradas.

Al final, solo se han quedado fuera del menú una película infantil de Bill Cosby de 1981 (encarcelado por múltiples casos de abuso sexual), un episodio de Los Simpson de 1991 en el que Michael Jackson apareció como doblador invitado y la película maldita de Disney, Canción del Sur, musical de 1946 que muestra una visión idílica de la vida de los trabajadores negros en las plantaciones y relativiza, o ignora directamente, el drama de la esclavitud. Este es el único título clásico que jamás se ha comercializado en ningún formato de vídeo doméstico ni se emite en los canales Disney.

El desembarco de la nueva plataforma de streaming, que inició su andadura el 12 de noviembre y obtuvo diez millones de suscriptores tan solo en su primer día, ha reabierto el debate sobre cómo debemos revisitar determinadas películas. ¿Hay que dejar de exhibir clásicos porque ahora resulten inadecuados?

“La tendencia a cuestionar y sobrecorregir la moralidad cuestionable está por todas partes”
Lindsay Ellis, videoensayista

La historiadora del cine Karina Longworth ha dedicado la última temporada completa de su exitoso podcast, You Must Remember This, a la película. Una de sus conclusiones es que la caída en desgracia de Canción del Sur no se debe solo a un caso de revisionismo cultural, de mirar al pasado con ojos del presente. De hecho, la película generó protestas antes y después de su estreno en los años cuarenta. The New Yorker y The New York Times le dedicaron durísimas críticas por su contenido filorracista y estereotipado. En cambio, cuando se reestrenó en 1956 nada de eso sucedió. En 1972, hubo un tímido rechazo. Y en los ochenta de Reagan el filme gustó tanto que Disney la llevó a los cines dos veces y se basó en la película para diseñar la atracción Splash Mountain de sus parques. “Casi se reposicionó como una película sobre la tolerancia racial”, apunta Longworth.

“Esas películas son racistas y sexistas. Los rótulos deberían ser mucho más claros”
Psyche Williams-Forson, experta

La solución por la que ha optado Disney+ de incluir avisos en algunos títulos tampoco ha contentado a todo el mundo. Para empezar, el texto se considera demasiado aséptico, menos detallado que el que imprime Warner Brothers en algunos de sus dibujos clásicos, como Tom & Jerry, en iTunes y Amazon Prime, que deploran los “prejuicio étnicos” de algunos episodios, subrayan que eran “erróneos entonces y erróneos hoy” y explican que se ha optado por no censurarlos “porque hacerlo sería como hacer ver que esos prejuicios nunca existieron”.

También está la cuestión de qué películas merecen el rótulo. De momento, Disney los coloca sólo en películas que llegan hasta los años sesenta y por motivos de discriminación racial y cultural. “Deberían llevarlos también películas más recientes como Aladín y Pocahontas y dar un paso más, añadir charlas y material educativo que explique los problemas de la película y la historia que hay detrás”, cree Aramide Tinubu, periodista y crítica que suele escribir sobre representatividad en el cine. Tinubu se hace eco de lo que sostienen asociaciones que trabajan por la defensa de la imagen de asiáticos, árabes y nativos americanos, que reclaman la revisión de esos títulos de los noventa, la época que inauguró La Sirenita (1989) y que se conoce como el “Renacimiento Disney”. Aladín (1993) abría con una canción que dice que el malvado Agrabah “viene de una tierra en la que te cortan la oreja si no les gusta tu cara” y en Pocahontas (1995) todos los males del colonialismo se diluyen con un romance entre un capitán inglés y una nativa americana.

“Los rótulos se quedan cortos. Esas películas son sexistas, racistas y, en algunos casos, capacitistas [discriminatorias hacia personas con discapacidad]. Así que los textos deberían ser más claros respecto a la naturaleza problemática de esos filmes”, añade Psyche Williams-Forson, profesora de Estudios Americanos en la Universidad de Maryland. ¿Permitiría a sus hijos ver El libro de la selva sin supervisión? “No, no dejé a mi hija leer el libro sin explicarle yo antes ciertos aspectos, y haré lo mismo con la película”. La gestión del pasado no solo presenta dilemas para Disney. Desde el estreno de Frozen, en 2014, la casa que fundó Walt Disney, furibundo anticomunista y acusado de antisemita y racista, ha entrado en una era progresista o políticamente correcta, según se mire. Sólo hay que ver los remakes en acción real de Dumbo, La bella y la bestia, El libro de la selva y El rey León. La videoensayista Lindsay Ellis se refiere a esta época como “Woke Disney”, utilizando el término de moda que se refiere al activismo identitario. “La tendencia a cuestionar y sobrecorregir la moralidad cuestionable de los filmes originales está por todas partes en estos remakes”, señala Ellis en uno de sus vídeos. Pero lo hacen, dice, ignorando los aspectos más espinosos como el racismo y centrándose en otros más digeribles (y exportables) como el empoderamiento femenino o los derechos de los animales. El Dumbo de Tim Burton (2019) acaba con la liberación de los animales del circo, un gesto poco creíble en 1910, que es cuando está situada la acción y opta por eliminar los polémicos cuervos.

Frozen 2, estrenada en noviembre, debería haber sido el culmen de ese Disney progresista y multicultural… si Elsa hubiera conseguido la novia que pedían miles de tuiteros. Como no parece que China y otros mercados estén listos para una princesa lesbiana, los productores optaron por hacer hincapié en su soltería e independencia. Algunos, como el profesor de Estudios Queer de la San Diego State University, Angel Daniel Matos, el primero en hablar de la homosexualidad de Elsa en un contexto académico, duda sobre si Disney podrá alargar en el tiempo su ambigüedad. “El viaje de Elsa para convertirse en sí misma, su resistencia a las exigencias de sus padres y de la sociedad, la celebración de los elementos que la hacen rara y distinta son muy similares a los de la gente queer”. De momento, hay que contentarse con el par de escenas en las que aparece Honeymaren, una nativa de Northuldra con la que Elsa inicia una inspiradora amistad.

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