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ÓPERA | CRÍTICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Alcina’, el sueño del director centauro

Marc Minkowski dirige un Handel excelente en el Auditorio Nacional apoyado en la solidez de Les Musiciens de Louvre y con un buen reparto encabezado por Magdalena Kožená

La soprano Erin Morley y el violonchelista Gauthier Broutin tras la interpretación del aria ‘Credete al mio dolore’, en Madrid
La soprano Erin Morley y el violonchelista Gauthier Broutin tras la interpretación del aria ‘Credete al mio dolore’, en MadridRafa Martín (Auditorio Nacional)

Durante el confinamiento de 2020, mientras unos evadían la tragedia del coronavirus con yoga online u horneando pan casero, Marc Minkowski (París, 60 años) se dedicó a escribir un libro. Encerrado en su casa de Burdeos, sin posibilidad de dar conciertos ni de montar a caballo, el director francés comenzó una serie de conversaciones por Skype con su amigo Antoine Boulay. El resultado se publicó, en noviembre pasado, con el extraño título de Director de orquesta o centauro. Confesiones (Editions Séguier). Se trata del autorretrato de un músico instintivo y autodidacta, cuyo estilo nació escuchando una y mil veces la famosa grabación, de 1977, de Nikolaus Harnoncourt dirigiendo Las cuatro estaciones, de Vivaldi.

Harnoncourt le dio a su orquesta expresiones que nunca había escuchado antes. Había un respeto total por los sonetos originales y su atmósfera, había tormentas y lluvia, perros ladrando y campesinos bajo el sol y la nieve. El sonido era hermoso, fascinante, suave en la base y, sin embargo, animado por una violencia loca”, explica Minkowski. Después pudo conocer al director austríaco y verle dirigir una inolvidable Theodora, de Handel. “¿Cómo pudo producir tal expresión, tal teatralidad, por medio de una sola orquesta? Está claro que los cantantes añadían un mayor nivel de expresión, pero no todo dependía de ellos, pues era la orquesta la que producía el discurso”. Con esa idea en mente fundó, en 1982, su propio conjunto con instrumentos de época: Les Musiciens de Louvre.

Minkowski recuerda en su libro, entre otros episodios, su aventura con la ópera Alcina en Viena. Su orquesta se convirtió, en 2010, en el primer conjunto ajeno a los filarmónicos vieneses en actuar en el sacrosanto foso de la Ópera Estatal de la capital austríaca. Dentro de una bella producción de Adrian Noble, publicada en DVD, que traslada la acción, desde la isla encantada de la maga Alcina, en el Orlando furioso, al círculo dieciochesco de la duquesa Georgiana Cavendish, en Devonshire House. El director francés regresa ahora a esta excepcional partitura operística de Handel, con un reparto vocal superior y con la intención de tocarla en versión de concierto y grabarla para el sello Pentatone. Las sesiones tuvieron lugar en el Auditorium de Burdeos, los días 10 y 11 de febrero, tras dos actuaciones previas en vivo. Han proseguido esta semana con una velada en la Elbphilharmonie de Hamburgo, el pasado lunes, y una pequeña gira española que arrancó anoche, en el Auditorio Nacional de Madrid, que continúa, el próximo viernes, en el Gran Teatro del Liceo, y terminará el domingo, día 19, en el Palau de les Arts de Valencia.

Marc Minkowski dirige el coro final de la ópera ‘Alcina’, de Handel, en el Auditorio Nacional.
Marc Minkowski dirige el coro final de la ópera ‘Alcina’, de Handel, en el Auditorio Nacional.Rafa Martín (Auditorio Nacional)

Alcina volvía al ciclo Universo Barroco, del Centro Nacional de Difusión Musical, donde se escuchó en versión de concierto, en octubre de 2014, bajo la dirección de Harry Bicket y con Joyce DiDonato como protagonista. También pudo verse, a finales de 2015, en el Teatro Real, en la producción de David Alden. Un título que sigue a los dos previos basados en el poema de Ariosto (Orlando y Ariodante), y que sirvió a Handel para fortalecer su posición como operista en Londres, en 1735, con un importante éxito sobre sus rivales, tal como recuerda Luis Gago en las notas al programa.

El compositor partió de un libreto anónimo, titulado L’isola di Alcina, escrito para Riccardo Broschi (hermano de Farinelli) en la temporada romana de carnaval, de 1728. Handel hizo varias alteraciones significativas para fortalecer el contenido dramático, tal como aclara Winton Dean en su fundamental Handel’s Operas (The Boydell Press). Y el resultado equilibra el número de arias de cada personaje en esta historia de magia, amor y equívocos protagonizada por la maga Alcina (con 6 arias), que hechiza a sus amantes y los convierte en rocas, árboles y bestias salvajes cuando se cansa de ellos, y por el caballero Ruggiero (con 8 arias), que vive bajo su embrujo. Intentará ser rescatado por su enamorada, Bradamante (3 arias), que viaja a la isla encantada travestida de caballero, por lo que enamora a la voluble Morgana (4 arias), la hermana de Alcina. A todo ello hay que sumar las tres arias de Oronte, el general de Alcina y enamorado de Morgana, y del joven Oberto, a cuyo padre Alcina convirtió en león, junto la única que canta Melisso, que acompaña a Bradamante con el anillo mágico que permite contrarrestar los poderes de Alcina.

Minkowski dirigió la acreditada edición crítica de la partitura, de Siegfried Flesch (Bärenreiter), a la que no practicó ningún corte. Ello alargó el concierto hasta casi cuatro horas de duración con un descanso, de algo más de veinte minutos, en medio del segundo acto. El director francés optó por una nutrida plantilla orquestal de 44 músicos, a la que añadió nueve cantantes para los coros del principio y final, que también sumaron a los solistas. Ya desde el arranque de la obertura pudimos experimentar la capacidad de la orquesta para canalizar el discurso dramático a la Harnoncourt. Esa mezcla de penetración en el ataque, uso de tempos ligeros y omnipresente vena lírica. Minkowski subrayó especialmente el papel de las breves series de danzas del comienzo y final, aunque impresionó su interpretación del ballet d’action, que cierra el segundo acto, un fragmento que Handel recuperó de Ariodante, y donde esa evocación de los sueños y pesadillas de Ginevra le sirven ahora para Alcina.

Lo mejor de la noche, en su conjunto, fue el segundo acto, que no perdió un ápice de tensión a pesar de la cesura del descanso, tras la bella aria de Alcina, Ah! mio cor. Precisamente, este fue el primer destello de Magdalena Kožená en el personaje protagonista de la ópera, donde mostró la flexibilidad de su canto para expresar la furia y la turbación. A la mezzo checa le faltó hedonismo sensual, en el primer acto, aunque lució una nutrida paleta de adornos en los da capo. Pero fue en su aria final del segundo acto, Ombre pallide, donde transmitió mejor el comienzo de la desintegración de su personaje que prosigue en el tercer acto. La plácida y sencilla Verdi prati fue lo mejor de Anna Bonitatibus como Ruggiero, uno de los papeles más ricos escritos por Handel para castrado. No obstante, tampoco le faltó mordiente ni valentía a la mezzo italiana en las extensas vocalizaciones de su aria final de bravura, Sta nell’Ircana, con ese alucinante barullo cinegético de las trompas.

La mejor actuación vocal fue la Morgana de Erin Morley. La soprano estadounidense brilló con luz propia en cada una de sus 4 arias, con un registro agudo, seguro y bien proyectado que utiliza para disparar arriesgados adornos en el da capo. Lo comprobamos en la famosa aria final del primer acto, Tornami a vagheggiar. Pero tampoco fue menor su musicalidad en dos arias con instrumento obligado, caso de Ama, sospira, con la participación de la concertino, Alice Piérot, como solista de violín, o Credete al mio dolore con solo del violonchelista Gauthier Broutin, que se marcó al final una cadencia bachiana. El timbre oscuro de Elizabeth DeShong añadió inquietantes matices a Bradamante, aunque no dejó de cantar ni una sola de las semicorcheas en Vorrei vendicarme. El tenor Valerio Contaldo fue un incisivo Oronte, pero de voz descuidada y poco atractiva, y Alois Mühlbacher es lo único que queda de la Alcina vienesa de Minkowski, un contratenor de timbre feo y metálico. Por encima de ambos se situó el Melisso del estupendo bajo Alex Rosen.

En el libro de Minkowski, su amigo Antoine le pregunta acerca del famoso paralelismo establecido por Glenn Gould, en 1968, entre los conciertos y las corridas de toros, donde el público acude a la espera de que “suceda algo”. El director francés reconoce que no le gusta esa comparación. El ha encontrado en la equitación un balance ideal con la música. Y revela su secreto: “Soñarme como centauro”.

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