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Muere Agustí Villaronga
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Agustí Villaronga: entrañable, conmovedor y magnífico

Junto a su gran sensibilidad, el cineasta poseía una inteligencia brillantísima, una socarronería imprevista y un alma oscura

Agusti Villaronga,, fotografiado en Málaga, en 2021. Foto: GARCIA-SANTOS (EL PAIS)
Jacinto Antón

Lo primero al saber que se ha muerto Agustí Villaronga, aparte de notar mucho más el frío que hace y sentir unas ganas irresistibles de llorar —como le ha pasado indefectiblemente a todos los amigos de Agustí, incluso los menos sentimentales—, ha sido llamar a tres mujeres que lo querían y que representan para mí épocas de su vida: Isona Passola, mi hermana Graziella y Susan Gray. De Isona todo el mundo sabe que fue su amiga y productora y que ha estado siempre a su lado, incluso ahora al final. Con mi hermana le unía a Agusti una amistad maravillosa, enraizada en la juventud, cuando compartieron muchos momentos preciosos —Grazie, entonces inmersa en la fotografía, le hizo de foto fija en el rodaje de Tras el cristal― y mantuvieron toda la vida el contacto, basado en el cariño (es increíble cuantas veces te sale la palabra cariño hablando de Agustí), las afinidades literarias, los recuerdos y amistades comunes como la del realizador Pere Caula. La última vez que vi a Agustí fue precisamente en casa de mi hermana y él ya estaba enfermo. Cenamos y hablamos de todas esas cosas que nos unían, los aguafuertes que se mantienen indelebles a lo largo de una vida mientras todo lo demás se desliza hacia el olvido.

La tercera persona que he llamado ha sido a Susan. Con Susan tuvimos un triángulo curioso cuando los tres, Agustí, ella y yo estudiábamos a finales de los setenta, en el Institut del Teatre, la escuela oficial de artes escénicas de Barcelona. Agustí cursaba escenografía, Susan Pantomima y yo Interpretación, y coincidíamos en varias clases, en el edificio de la calle Elizabets, como las de Iago Pericot, tan divertidas y en las que hicimos tantas gamberradas. A mí me gustaba Susan y a ella Agustí, aunque era consciente de que lo tenía difícil. En aquellos años el Institut era un semillero de pasiones mezcladas indisolublemente con el aprendizaje artístico y una vehemencia vital y emocional que encontraba su eco colectivo en las agitaciones callejeras de la Transición. En aquel ambiente efervescente en todos los ámbitos, donde él se movía a placer, conocí a Agustí. Era una persona que se te metía en el bolsillo desde el principio. Muy guapo, de una manera lánguida y abandonada, con rizos, ojos profundos, rasgos grandes y miembros delicados; unas manos que eran de lo más característico, tan expresivas y que parecían hechas para sujetar un cigarrillo. Causaba estragos casi sin saberlo. Parecía incómodo en su cuerpo largo y eso, y cierto aire melancólico, le daba aún más encanto. De voz profunda y acariciadora, a menudo le salía el catalán mallorquín y entonces solo le entendían los isleños como él.

Bajo su apariencia entonces de Tadzio —aunque más pasoliniano que viscontino―, crecidito e intelectual había una personalidad muchísimo más compleja: tenía una inteligencia brillantísima, una socarronería imprevista y un alma oscura, la materia espiritual de la que han salido sus películas más célebres. A veces me sorprende ver algunas escenas perversas de esos filmes, pero eso también era parte del mundo de Agustí. Un Agustí que amaba la belleza, en las personas y los paisajes, que nunca dejó de ejercer su insularidad, esa mallorquinidad que da tantos artistas, y que se revestía de una timidez encantadora que era lo primero que destacaba en él.

Pocas personas dejan en la vida una impresión y un vacío como Agustí. Hoy mucha gente recordará sus virtudes artísticas, su genio cinematográfico, acreedor de tantos premios, pero yo solo puedo pensar en la pérdida irreparable de un ser entrañable, conmovedor y magnífico, una parte maravillosa de nuestras vidas.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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