Zasca, vuelve el Barroco
Los escritores ya no se pican en público, ahora lo hacen los músicos y famosos. Vivimos a caballo entre la agudeza y el ingenio, la tradición y el plagio
El día de 2015 en que Gerard Piqué declaró que Arbeloa no era amigo suyo sino “cono-cido” supimos que había vuelto el Barroco. Sus críticos comparaban la movilidad del defensa del Real Madrid con la de un cono de los que se usan en los entrenamientos y su colega del Barcelona aprovechó la mínima para lanzarle una indirecta nada sutil con pausa dramática incluida. “Dicen que ha hecho Lopico/ contra mí versos adversos,/ mas si yo vuelvo mi pico,/ con el pico de mis versos/ a ese Lopico lo pico”, escribió Góngora tirando de calambur a propósito de uno de sus archienemigos: Lope de Vega. El otro era Quevedo (y no el de Quédate).
La literatura en español ha cedido a la música el testigo de la disputa. La rivalidad ―que solía ser cosa de hombres― de Luis Cernuda con Pedro Salinas, Francisco Umbral con Javier Marías, Nicanor Parra con Gonzalo Rojas o Camilo José Cela con todo el mundo ha dado paso a las pullas (en español trapero, beef) entre Residente y J Balvin, C. Tangana y Yung Beef y, por supuesto, Casio y Rolex.
La rivalidad conceptista entre Cernuda y Salinas, Umbral y Marías ha dado paso a las pullas entre Residente y J Balbin, Casio y Rolex
Johnny Mercer, letrista de Moon River, decía que para componer música se necesita talento y para escribir letras, coraje. Lo recuerda Christina Rosenvinge en Debut (Random House), el libro que reúne todas sus canciones junto a una maravillosa serie de relatos autobiográficos sobre cada uno de sus discos. El conjunto se cierra con el ensayo La palabra exacta, una lección magistral sobre el arte de empastar letra y música. En él recuerda que el castellano requiere mejor técnica para usar la vocal e o la i que la a, la o y la u (por eso hay tanta luz en las canciones). También que las oclusivas sordas (p, t, k), que cierran el paso al aire, favorecen el fraseo entrecortado (“p’a tipos como tú”). Otra de las renuncias de la literatura contemporánea es la rima. Desaparecida casi por completo de la poesía, vive un todo un renacimiento en los subgéneros del rap. ¿La razón? Transforma en música las palabras y es un impagable recurso mnemotécnico. “Lo que rima no se olvida”, escribe Rosenvinge.
A pesar de que el recurso a la oralidad podría dar la impresión de que vivimos una Edad Media tecnológica, lo cierto es que nuestro tiempo es, más que otra cosa, neobarroco, esa etiqueta que el semiólogo italiano Omar Calabrese acuñó para hablar de una era sin visión de conjunto, fragmentaria y asistemática, tan conectada como desintegrada, tan opulenta como disipada. Pronto hará un siglo de que Eugenio D’Ors (el creador de ese gran eslogan que afirma que lo que no es tradición es plagio) hablara no del barroco sino de lo barroco: no una época sino un viento sin norte. En esas estamos, entre el conceptismo y el culteranismo, desbordados por la agudeza y el ingenio. ¿Durará? Ya en 1646, y sin necesidad de redes sociales, Baltasar Gracián advirtió: “Siempre hablar atento causa enfado; siempre chancear, desprecio; siempre filosofar, entristece, y siempre satirizar, desazona”. La sociedad del espectáculo era esto.
Babelia
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