Los calabozos olvidados de la Puerta del Sol
En 1959 se publicó una de las primeras novelas que discurrían entre las celdas y los despachos de la Dirección General de Seguridad, “kilómetro cero de la dictadura”
Miles de personas pasan a diario por la madrileña Puerta del Sol sin detenerse a pensar qué había en los sótanos del edificio. Nada señala en su exterior, tampoco dentro, que fue la sede de la Dirección General de Seguridad durante la dictadura. La mayoría no lo sabe, no lo identifica y puede que tampoco le interese. Habitamos lugares que guardan historias terribles, símbolos de un pasado oculto, imposible de incorporar a una tradición común. Puede que sea así hasta que exista un verdadero interés, no solo en superar, en olvidar, también en comprender y compartir el ayer como algo necesario, positivo para nuestro presente. Dependerá también de lo que hagamos con la gestión de ese patrimonio tan incómodo, ahora que las formas tradicionales de transmisión generacional del relato se han roto por completo.
Hace tiempo que huimos de la historia como de toda responsabilidad heredada; en lugar de despertar interés, queremos transmitir esta pesada carga a los más jóvenes para liberarnos de ella. Pero el pasado tiene una presencia muy distinta para ellos, acorde con la representación visual e iconográfica de su mundo y de su vida. De ahí la importancia de la renovación de los estudios sobre historia, arte y memoria, porque, a pesar de todo, la historiografía no puede ajustarse a nuestras necesidades, ni limitarse a verificar, debe reconstruir los vacíos, encontrar las fuentes del conocimiento perdido, manipulado o tergiversado. Su función se reelabora en cada generación, como muestran la novela Puerta del Sol y su estudio introductorio.
El libro apareció en 1959 y fue una de las primeras novelas que discurrían entre los calabozos y los despachos de aquel edificio, “kilómetro cero de la dictadura”, y tuvo que publicarse en Argentina. Su autor, Ricardo Bastid (Valencia, 1919-Buenos Aires 1966), aún desconocido en España, pertenecía a aquella generación perdida en la “sucesión de tragedias” con las que definió Arthur Koetsler nuestra guerra civil. Novela de no retorno, fue también de las primeras en mirar los estragos del tiempo sin recrearse en lo perdido. Es un libro sin nostalgia y sin culpa, escrito en pleno desarraigo; un drama que conduce a lo más oscuro del ser humano que no trata del exilio, ni tampoco, en sentido estricto, de la guerra. La contienda fue el acontecimiento decisivo en su identidad, dislocada por completo en los años de prisión. Bastid, pintor de vanguardia, fue encarcelado “por actividades clandestinas después de 1939″, con todo lo que entonces implicaba la cárcel para cualquier persona y su familia. Aquella experiencia vital le separó de su entorno intelectual, de la novela política, y le llevó lejos de la memoria militante, tanto como de la oficial y la equidistante.
Creador de mundos y eterno estudiante, expresó siempre, como anhelo y necesidad, la búsqueda de uno mismo a través de los demás. Su obligación como superviviente era conservar el paisaje del dolor humano, moldear recuerdos rotos y compartirlos con miles de personas anónimas. Un drama universal compuesto por víctimas de la violencia del siglo XX, que iba mucho más allá del umbral de la tragedia española. Sacó del olvido a refugiados, fusilados, represaliados, exiliados de todas partes del mundo. No buscaba conmover sino inquietar. Su mayor logro fue denunciar como pocos las torturas, las cárceles que “se tragaban a un pueblo”, (Miguel Hernández, El hombre acecha), mostrando el sistema visual de la violencia y el sufrimiento.
Publicada por la editorial Losada en la colección de novelistas de España y América, Puerta del Sol diseccionaba en capas la voz del exilio interior. La biográfica, con una mirada ordenada y feliz sobre la infancia y, la imaginaria, a través de la selección de acontecimientos que salvamos del olvido. Llegaba así a la clave generacional, al puzle de la memoria colectiva, mucho antes del bum de la novela sobre los derrotados y perseguidos. Sesenta años ha tardado en publicarse en España esta obra, y ha sido en su tierra natal, Valencia, ciudad en la que tanto tiempo pasó escondido. Gracias al esfuerzo y al estudio sostenido de Óscar Chaves y de Pablo Allepuz, que han centrado su trayectoria en estudiar el universo de artistas que pasaron por las cárceles franquistas. Lo hacen mirando de frente al público, en lugar de encerrarse en una estética inalcanzable, muchas veces idealizada, como la del propio exilio.
Su estudio introductorio aporta toda la documentación policial, judicial, las denuncias, que cercaron a su autor, pero no se limitan a reproducir ese contexto, que hubiera sido lo más fácil. Es el mejor ejemplo de cómo una nueva generación aborda como propia la misión de recuperar aquella España subterránea que siguió existiendo, viviendo y creando a pesar del miedo. Forman parte de su legado, con trabajo, rigor, universalidad y sin lecciones morales.
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